**SERAPHINA**
La risa de Thayer era un cuchillo. Me giré, forzando una sonrisa a través de mis labios secos, tocando el diamante. Ya no era un regalo. Era una correa. Una correa de posesión invisible, pero que me estrangulaba con cada latido.
—Es… es hermoso, señor Sterling. Muchas gracias —logré decir—, y el señor Sterling se limitó a inclinar la cabeza, sus ojos brillando con una satisfacción terrible.
El resto de la noche fue un juego macabro. Cada vez que Thayer me besaba en la mejilla o me tomaba de la mano, sentía la mirada de Sterling, no con celos, sino con el desinterés de un dueño que permite que otro toque su propiedad por un instante.
Al despedirnos en la puerta de nuestro camarote, Thayer besó la palma de mi mano.
—Buenas noches, novia. Mañana te despertaré temprano pa
