**SERAPHINA** Y con esa simple declaración, que era más una orden que una súplica, el edredón se deslizó. La mano de Sterling subió por mi cintura y, finalmente, se posó con autoridad en mi mejilla. El juego había terminado. La noche no sería pacífica. Sería una entrega, una rendición ardiente a la verdad que ambos compartíamos en la oscuridad. No me resistí. El cansancio y la ineludible verdad que Sterling reveló me habían despojado de toda energía para confrontar. El temblor que sentía era una respuesta física incontrolable, más allá del miedo. Había entrado en mi espacio, en mi cama, y mi cuerpo lo había reconocido antes de que mi mente pudiera siquiera protestar. La mano de Sterling en mi mejilla era cálida y firme. Me acarició el rostro con el pulgar, con una lentitud que prome

