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REINA DE TU CORAZÓN

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Ella era diferente a todo lo que él conocía, su forma de actuar, la manera de hablar y de sonreír parecían únicas en el mundo, tan era así que él creyó que ella venía de otro mundo, y lo confirmó cuando, aterrados por la diferencia, la verdadera familia de la mujer que recibió lleno de odio y que se con el tiempo se convirtió en la Reina de su corazón, le aseguró que ella no era ella.

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CAPÍTULO 1
Intentó abrir los ojos, pero le fue imposible, no tenía energías para ello, ni para muchas cosas, incluyendo ponerse en pie o respirar con normalidad. Su respiración era descompasada y pesada, su cuerpo dolía completo, sentía ganas de vomitar, de nuevo, porque estaba completamente segura de que la mayor parte de ese hediondo aroma que la rodeaba era de su propio vómito, la otra parte debería ser de otro desecho corporal. No entendía qué era lo que estaba pasando, porque estaba segura de haber muerto instantes atrás, pero, justo en ese momento, todo le dolía peor que antes de entregarse a la muerte; y ni siquiera podía menguar esas horribles náuseas pretendiendo dejar salir todo de su sistema, porque, al menos, ya no tenía nada para vomitar, su estómago estaba tan vacío que le dolía. La joven de cabello n***o azabache, de piel trigueña clara, ojos cafés claros y de labios morados, tal vez por la hipotermia o tal vez por la alta fiebre que la mantenía seminconsciente, no sabía en dónde se encontraba exactamente, pero sabía bien que estaba en movimiento, pues el estrecho lugar en que se encontraba daba suficiente espacio para que ella medio rodara y se chocara con los muros de ese lugar. Cansada de todo, adolorida y aterrada por sentirse tan mal, suplicó de nuevo al cielo por morir, porque ya lo había suplicado antes, una o dos veces, no estaba segura de eso tampoco, pero necesitaba acabar con todo su dolor y, justo en ese momento, solo la muerte le parecía una opción. La azabache rezó con todas sus fuerzas y, tras un nuevo giro y un fuerte golpe, ella perdió la consciencia, olvidándose al fin de todo su dolor. ** —¡Majestad! —exclamó una mujer de mediana edad que, tras bajar del carruaje, se encontró al rey de Tassia en persona, esperando a recibir a la distinguida invitada que llegaba a su reino luego de casi un mes de viaje desde un muy lejano lugar—. No era necesario… —¿Cuál es su carruaje? —preguntó la grave y serena voz de ese pulcro y elegante hombre, de cabello café castaño, ojos azules y piel clara, sin siquiera permitir que la gente que se inclinó ante él se pudiera incorporar. La mujer que, con medio cuerpo inclinado al frente, sudaba frío, no pudo decir ni media palabra, y no porque no supiera en cuál viajaba la persona por la que su rey preguntaba, sino porque no tenía idea de la condición de una mujer que, casi dos semanas atrás, escuchó vomitar en un carruaje del que no le permitieron bajar en ningún momento y al que nadie se acercó jamás en las tres semanas de viaje que compartieron. » El carruaje —insistió Ephraim Cyril, rey de Tassia desde que decidió aceptar el matrimonio con la princesa de Cinetto: Ebba Aethel. Sin decir nada aún, la mujer apuntó con su mano al último carruaje de la caravana que era encabezado por ella y un par de damas de compañía, seguidos por el de la dote matrimonial, el de la servidumbre, la carreta que cargaba con utensilios, víveres y ropa y, finalmente, el de la princesa Ebba, futura reina de Tassia, aunque nadie, ni siquiera el amado y admirado por todos: Ephraim Cyril, la quisieran ahí. El monarca, molesto por ver la posición del carruaje de su ahora esposa, se encaminó hasta el final de la caravana con una terrible sensación llenando su estómago. El último lugar de una caravana de viaje era para lo prescindible, para esas cosas nada importantes que se podían perder o abandonar sin pensar en el momento en que hubiera un asalto o un atentado, así que podía imaginar la negligencia con la que había sido tratada esa mujer, que ni siquiera conocía, pero que había soñado cada noche desde una semana atrás. La sensación del estómago del nuevo rey de Tassia era mucho más que un mal presentimiento, era la certeza de que la mujer, que lo había atormentado en su sueño por casi diez noches, estaba muerta. » Dios mío —susurró el castaño cuando abrió la puerta y un horrible hedor le hizo arder la nariz y los ojos, y casi lloró al ver el lastimero estado de una delgada mujer que, más que princesa, parecía una vagabunda tirada en el suelo de ese viejo carruaje. —¡¿Qué demonios pasó aquí?! —preguntó a los gritos el hombre más importante de Tassia, y todo el mundo temió por su vida sin poder creer que perderían la cabeza por una insignificante extranjera—. ¡Hice una pregunta! ¡¿Quién permitió que esto pasara?! Sin embargo, nadie tenía idea de nada. A esa mujer solo la habían visto subir al carruaje, llorar algunos días y, luego de eso, nada. Entre todos los sirvientes que la escoltaban, nadie se interesó en el silencio de esa mujer; después de todo, ella era nadie para ellos, era una molestia que los había obligado a pasarla mal por más de mes y medio para trasladarla a lo que sería su infierno; porque, definitivamente, era el infierno lo que ellos esperaban que su rey le hiciera pasar a esa joven por atreverse a casarse con él luego de amenazarlo con una guerra. Sin embargo, ellos no midieron las consecuencias de su indiferencia y negligencia pues, lo que justo ahora les decía el primer ministro, sobre una guerra por haber asesinado a la princesa de Cinetto, sonaba terroríficamente real y, también, sonaba a que era culpa de todos ellos y de nadie más. Ephaim empuñó las manos con fuerza y, a punto de vomitar por el repugnante olor que ese carruaje desprendía y por saber que las cosas se pondrían horribles luego de la muerte de su esposa, el castaño escuchó un ligero quejido que le obligó a mirar el inerte cuerpo de la princesa dentro de esa caja de madera casi podrida de tanta suciedad. Deseando con todas sus fuerzas que no hubiera sido una ilusión creada por el arrepentimiento que le carcomía por no haber ido personalmente por esa chica a su reino, el monarca se introdujo un poco en el carruaje y la movió, recibiendo con alivio un nuevo quejido de parte de su ahora esposa. Sin importarle el nauseabundo olor que la joven desprendía, ni tampoco lo sucia que estaba tanto ella como su ropa, el rey de Tassia tomó a Ebba en sus brazos y, tras dar la indicación de que encarcelaran a todos los que participaron en la caravana, y de que alguien llevara al mejor médico a los aposentos del rey, llevó él mismo a la princesa hasta su cama. » Vas a estar bien —prometió el hombre más poderoso del reino, y la joven, que a duras penas lo escuchaba, no le quiso creer. Es decir, ¿cómo rayos iba a estar todo bien? Si a ella le dolía todo y no tenía energías de nada. Recordaba no haber comido nada en semanas, ni haber bebido una sola gota de agua desde días atrás que la lluvia paró, así que, definitivamente, nada iba a estar bien.

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