—Esto es horrible —musitó Ebba, sintiendo las náuseas recorriendo su tracto digestivo de estómago a garganta y un par de lágrimas asomarse en sus ojos tras ver la inmundicia y la inmensa podredumbre en que vivían la plebe de su reino.
Marian lo había leído muchas veces, no solo en libros, sino en novelas, y lo había visto en reportajes y una que otra película que consideró, más bien, una exageración del cine; pero, a pesar de que sabía de eso, la verdad era que nunca imaginó que lo que mencionaron como malo era tan horrible.
Dejando de lado el olor, que aseguraba lo insalubre del lugar, las condiciones de las pequeñas casas predecían muerte segura a sus habitantes, posiblemente por frío, neumonías o cualquier infección, por eso la reina lloró.
Era insoportable ver aquello, Ebba no podía hacerlo sin llorar, por eso ni siquiera bajó del carruaje cuando llegó a una de las zonas que, según dijeron los ministros y delegados, “no estaba tan mal” … La primera reina de Tassia no tenía la fuerza de pensar en lo que sí estaba mal en su reino.
Por fortuna para ella, nadie en el mundo sabía quién iba en ese carruaje, porque la mujer, que sollozaba con dificultad para respirar dentro de la caja de madera, no había anunciado esa visita a absolutamente nadie.
Ella había salido de incógnito, en un carruaje sin insignia y con ropa sencilla, pues su único propósito había sido ver cómo vivía la gente más vulnerable de su reino, y sin imaginarlo ni quererlo su corazón terminó roto en mil pedazos a pesar de que se había ido, según ella, preparada para lo peor.
Pero lo cierto era que lo peor que esa mujer se pudo imaginar no era ni cerca a lo peor que era la realidad; por eso Ebba Cyril lloró por casi una hora, y luego de eso se quedó con una sensación de tristeza profunda que, al parecer, tardaría en irse de su corazón.
De camino al palacio la joven lloró a momentos, y luego se tranquilizaba, pensando en otra cosa, pero irremediablemente a su mente volvía la imagen de tanta gente pobre, sucia, delgada y enferma casi arrastrándose por inmundas calles que le dolía tener que pisar a ella también-
Al volver al palacio, sin decir ni media palabra, la joven mujer se tiró en su cama y volvió a llorar hasta quedarse dormida sin siquiera cenar, cosa que preocupó un poco al rey de Tassia e inquietó muchísimo a los dos príncipes, fue por eso por lo que Ephraim decidió dormir esa noche en la habitación de sus sobrinos, pero Suoh se escapó de sus brazos a mitad de la noche y fue a consolar, con sus delgados bracitos, el corazón de una mujer que lo amaba de verdad.
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—¡Príncipe Teoh! —exclamó una sorprendida mujer al ver entrar al palacio del rey a un joven niño de once años.
—¿Dónde están mis hermanos? —preguntó el casi adolescente, temblando de pies a cabeza.
Él había escuchado del nuevo matrimonio de su tío semanas atrás y eso le aterró pues, definitivamente, lo primero que haría una nueva reina sería deshacerse de los posibles contrincantes a la corona de sus futuros hijos, por eso decidió dejar la academia para volver a un lugar que ya no podía llamar su amado hogar tras todo lo que le tocó vivir en ese lugar.
Sin embargo, para Teoh también todo había sido peor de lo que había imaginado, porque no solo no encontró a sus hermanos donde deberían estar siendo criados con cuidado y amor, sino que se encontró un palacio abandonado y con señas de que algo horrible había ocurrido en la cuna de su hermana menor.
Lo primero que el príncipe pensó fue en ir a pedir cuentas a su tío, al palacio del rey, porque él le había prometido que los cuidaría, y el horrible panorama al que se enfrentó recién llegó a ese lugar le susurraba que ese hombre no había cumplido su palabra.
—En su habitación —respondió la mujer, sin saber que su rey había usado la habitación de los príncipes que, por recomendación de la reina, que odiaba verlos solitos, era la misma; aunque rara vez la utilizaban, pues el par de niños solían dormir casi siempre con Ebba.
—¿Habitación? —preguntó Teoh confundido pues, definitivamente, él había estado en la habitación de Suoh y no había encontrado a nadie ahí, por eso se había atrevido a pisar el palacio de su tío paterno.
—Arriba —dijo el ama de llaves, que recién comenzaba sus labores del día en ese lugar, mientras señalaba con su dedo la segunda planta de ese palacio y, a petición del mayor de los príncipes, ella lo condujo hasta una habitación en donde, tras abrir la puerta, se encontraron al rey de Tassia dormido, con la pequeña Noah, durmiendo también, sobre su pecho.
La incredulidad poseyó el cuerpo del joven príncipe al grado de que incluso dio medio paso atrás mientras perplejo y confundido dudaba de lo que veía.
» El príncipe Suoh debe estar con la reina —explicó la mujer madura la ausencia de uno que Teoh ni siquiera había notado—, le gusta escabullirse en la cama de su majestad y a ella no le molesta compartir su cama con los príncipes.
Teoh no dijo nada, ni siquiera podía pensar con claridad; además, el simple hecho de saber que su pequeña hermana estaba bien, y de verdad era cuidada por su tío Ephraim, le aseguraba que con Suoh las cosas no eran diferentes.
«¿Qué clase de mujer era la nueva reina?» No dejaba de preguntarse el jovencito, pero no quería esa respuesta, al menos no en ese momento que su confundida cabeza dolía tanto, así que, intentando no despertar a nadie, pues era demasiado temprano, solo pidió que le permitieran una habitación para descansar.
Y, a sabiendas que ese joven no solo sería un príncipe legítimo, de nuevo, sino que se convertiría en el próximo príncipe heredero, la mucama le asignó la habitación que debería ser de él, pues, semanas atrás, junto al príncipe Suoh, la primera reina de Tassia había elegido y decorado ese lugar.
Entonces, tras un delicioso baño caliente y un refrigerio ligero, Teoh se tiró en una cama suave que de verdad olía bien, y ahí, sin entender bien la razón, lloró en silencio hasta quedarse completamente dormido gracias a su cansancio por el viaje, su cansancio por el llanto y por el alivio que le provocaba saber a sus hermanos sanos y salvos; quizá fue por eso también que él se pudo sentir seguro y a salvo en ese lugar.