—Cuando regreses… —comenzó a decir Teoh para el conductor de su carruaje quien, en toda esa aventura que el pobre hombre desconocía un poco, esperaba poder volver a casa para pagar sus culpas con su señora.
Sin embargo, los planes del rey de Tassia, que llegaba hasta ellos con la expresión más furiosa que Teoh había visto jamás en su vida, eran otros; por eso, Ephraim ni siquiera le permitió a Teoh completar la indicación y lo interrumpió con una impactante noticia, no solo para el príncipe heredero, sino para el pobre hombre que no tuvo más remedio que aceptar lo que le decían, como lo hizo meses atrás que el jovencito le pidió callar y hacer lo que él ordenaba.
—Él no regresará a ningún lado —informó Ephraim que, con un movimiento de cabeza, indicaba a sus guardias que aprendieran al hombre sentado al frente del carruaje y, ante los atónitos ojos del príncipe, eso hicieron ellos—, dependiendo de la gravedad de lo que hiciste, ese hombre será encarcelado o ahorcado.
—¡No puedes! —gritó Teoh, de verdad angustiado, pues, definitivamente, no había nadie más que pudiera informar a su padre que él había sido llevado al palacio, de nuevo, y que no saldría de ahí durante mucho tiempo, pues el resto de gente que siempre iba con él estaba siendo apresada también.
—No me grites —ordenó el rey de Tassia, lenta y fuertemente, pero sin llegar a los gritos—. Acompañen al príncipe a su habitación, y que no salga de ahí hasta que yo lo llame.
Tras la indicación, que el rey daba a otros guardias, Ephraim suspiró ignorado las súplicas tan faltas de decoro que hacía el adolescente a gritos.
Era claro que ese chico había estado haciendo algo importante para él, pero no porque fuera importante la reina y él, como padres, permitirían que hiciera lo que quisiera, sobre todo si desconocían en qué consistían dichas acciones y podrían ponerlo en peligro.
Y es que, tras desconocer el paradero del príncipe, se comenzaron a escuchar rumores sobre un pequeño joven aliándose con desconocidos nobles para cobrar venganza contra su tío por la muerte de sus padres; y Ephraim no podía permitir que tales rumores pusieran en peligro la vida de su amado sobrino, porque seguro habría gente que usaría esos rumores para ello.
Lo primero que hizo el rey de Tassia fue interrogar al cochero, quien había sido llevado a ese lugar sin ser llamado para que no huyera preso del pánico, pero de quien solo obtuvo el nombre de un conde cuya mala salud lo mantenía al borde de la muerte, o al menos esos eran los rumores que se sabían de él.
» Conde Antoine Urzette, ¿cuál es tu propósito al acercarte a mi sobrino? —se preguntó a sí mismo el rey de Tassia ahora que sabía que él se había acercado primero al adolescente y que se había ganado la confianza de ese pequeño, una confianza que ni él mismo tenía.
Y, al contrario de la información obtenida del conductor del carruaje, de Teoh nadie pudo obtener nada, pues el adolescente se empeñó en primero poder hablar con su cochero, a quien solicitaba que liberaran, cosa a la que Ephraim no cedería.
Pero Teoh necesitaba mantener el contacto con el conde Urzette, y para ello necesitaba de ese joven de nombre Meno o alguno de sus guardias personales, a quienes también mantuvo al margen de todo, o al menos del o más importante, porque era seguro que todos los suyos sabían que él pasaba la semana en casa de ese conde.
Ephraim Cyril pensó en llamar al conde al palacio, para poder hablar con él, pero la salud de ese hombre era tan mala que definitivamente no lograría llevarlo hasta él con vida y con vida lo necesitaba, al menos hasta conocer su propósito.
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La condesa Tremed supo del ingreso de Teoh en el palacio por uno de esos guardias que escoltaron al chico hasta ese lugar, y que el resto del tiempo cuidaban de ella y de sus hijos pequeños; y fue entonces que volvió a respirar profundo, aunque no con tranquilidad.
Luego de enviar al chico hasta donde su nuevo padre lo esperaba, ella se dio cuenta de que no debió mandarlo de la manera en que lo hizo, que primero debió indagar en lo que Teoh estuvo haciendo, pero ahora debía esperar al reporte de su esposo, pues todos los que lo ayudaron a escapar, semana con semana, estaban ahora en el palacio, seguramente encerrados y bajo investigación.
Aun así, no haría falta esperar demasiado para tener esa respuesta, pues ni siquiera era martes cuando alguien tocó a su puerta de su casa solicitando asilo con la excusa de dirigirse a la capital, pero haber enfermado en el camino y requerir apoyo.
Y es que, ni bien Antoine entendió que su amado hijo mayor no llegaría hasta él, como lo hizo semana tras semana en el pasado, decidió visitar el condado de Tremed para encontrarse con él o, al menos, para obtener información acerca de su estado actual.
Sin embargo, dejar su casa para ir a buscar al chico no fue cosa fácil pues, siendo el hombre enfermizo que era, con lo querido que era para toda su gente, y aunque tomó la decisión de hacerlo, todos esos que tanto lo querían no aceptaron su decisión ni sus órdenes; es decir, ¿cómo le permitirían subirse a un carruaje y viajar por horas cuando usualmente se desmayaba tras recorrer su jardín de lado a lado?
Sí, la salud de ese hombre había mejorado últimamente, al menos la física, porque en esa casa nadie le creía que él era el padre de ese joven adolescente que compartía el nombre con el príncipe heredero y cuyo apellido era el de la señora del condado vecino, una que había salido, aparentemente, de la nada no mucho tiempo atrás.
Melet sintió que ese alejamiento repentino, de un niño que casi se acostumbró a ver, era el primer indicio hacia la recuperación de su señor; pero al ver al conde tan decidido a ir a buscarlo, incluso si tenía que hacerlo solo, al pobre mayordomo no le quedó de otra que ceder y acompañar a su señor en el que, de corazón, esperaba no fuera el último viaje de su amo.
Y, tal vez por su necesitada de saber bien a su hijo, lejano a lo que el mayor esperaba, Antoine soportó demasiado bien el viaje y pudo incluso caminar desde el carruaje hasta la entrada de la casa Tremed, pues no podía esperar a ser atendido, él tenía la urgencia de ver a su hijo mayor.
El guardia de la casa Tremed, que reconoció el escudo de la casa Urzette, invitó al conde a pasar a una sala de espera, donde fue atendido como lo que era: un noble de renombre, y desde donde el conde pudo ver a sus dos amados hijos menores atravesar la mansión de la mano de una mujer demasiado joven que, según sus rasgos físicos tan diferentes a los que estaba acostumbrado a ver, pudo identificar como la falsa condesa Eva Tremed y verdadera reina de Tassia Ebba Cyril que, antes de eso, fue Ebba Aethel, princesa de Cinetto.