CAPÍTULO 4

1198 Words
—¿Qué es lo primero que recuerda? —preguntó el médico en esa nueva revisión que realizaba a la azabache de ojos cafés—, ¿tiene algún recuerdo claro como su primer recuerdo? —Creo que estaba en una caja de madera en movimiento —comenzó a explicar la joven, sintiendo escalofríos de solo recordar lo mal que lo pasó en ese lugar—, me sentía muy mal, tenía asco y dolor de cabeza… creo que me golpee la cabeza contra otra caja, también de madera. El médico miró a su rey y Ephraim suspiró. Su esposa no recordaba quién era él, no recordaba haberse casado con él y tampoco recordaba a su familia de origen. Lo primero que ella recordaba, según sus palabras, era haber estado muriendo en el carruaje en que llegó hasta él, luego de eso recordó despertar en un lugar desconocido rodeada de personas que tampoco conocía. Y, hasta cierto punto, la joven no mentía. Para la joven de cabello oscuro era claro que ese cuerpo, que no reconocía como suyo, había tenido una vida que ella no recordaba, así que, de verdad, su primer recuerdo en ese cuerpo era estarse muriendo en esa caja maloliente y húmeda que mencionaba. —Es amnesia —señaló el hombre de ciencia—, podría ser a causa de un golpe, de la fiebre o de algo que desconozco. —¿No recordará nunca lo que olvidó? —preguntó el castaño de ojos azules, intrigado por ver, por primera vez en su vida, algo que a veces escuchó y que siempre le pareció como una mentira; y que, esta vez, no descartaba del todo que fuera mentira también. Como bien podría ser verdad que ella no recordaba nada, también había posibilidades de que todo fuera solo una treta para que él bajara su guardia y hacerle daño… pero eso era algo que no iba a permitirle hacerle. —No puedo asegurarlo —respondió el médico, impacientando un poco al hombre más poderoso de ese reino, que no terminaba por comprender todo lo que ocurría y no podía dejar de pensar en cosas malas—, podría ir recuperando recuerdos, con el tiempo, o podría no recordar nada nunca. La mente es tan impredecible como fascinante. La azabache lo entendía pues, aunque no sabía con certeza en qué línea de tiempo o realidad alterna había caído luego de morir en un accidente automovilístico, en su tiempo pasado, uno posiblemente demasiado adelantado al tiempo en que se encontraba justo en ese momento, la amnesia también era una incógnita. —¿Te duele algo? —preguntó Ephraim a la chica que, desde la cama, los observaba con calma, mientras a ratos miraba todo a su alrededor como si estuviera perdida. Ebba, como ahora sabía se llamaba, negó con la cabeza pues, aunque le dolía la cabeza, estaba segura de que ese líquido casi n***o y amargo que sabía a veneno no era bueno para su salud. » Entonces, ¿qué sigue? —preguntó el rey de Tassia y la respuesta que obtuvo fue una que ya le habían dado antes: observar y esperar con paciencia. ** —¿De verdad estás bien? —preguntó Ephraim una vez que todos los vasallos y sirvientes los dejaron a solas. Ebba asintió en una gran mentira, porque se sentía mal, pero no podía explicarlo, y decirlo sería alarmar a ese hombre que, por alguna extraña razón, parecía genuinamente preocupado por ella. » No sé qué decirte —declaró el rey de Tassia, dejándose caer en la cama, casi a los pies de la chica que continuaba viéndolo como si le temiera—. Pero, supongo que debería empezar por lo básico. » Tu nombre es Ebba Aethel, eres la única princesa del reino de Cinetto, hermana menor de tres príncipes, y viniste a mí luego de acordar que, por la paz de nuestros reinos, realizaríamos esta unión matrimonial. Eprhaim miró a la menuda chica que no decía nada, solo parecía meditar lo que escuchaba. » Mi nombre es Ephraim Cyril, soy el rey de Tassia, y tu esposo desde que acepté la unión. Llegaste en un carruaje la semana pasada, no en las mejores condiciones, voy a confesar. Estabas muy enferma y, me disculpo, pero parece que mis súbditos no te dan la bienvenida a Tassia, por eso no tuviste la atención necesaria para conservar tu salud. La azabache suspiró y cerró los ojos. De alguna manera había sentido a todos a su alrededor tratándola con pincitas, como si ella tuviera lepra o la peste y, teniendo en cuenta el estado de partes de su piel, bien pensaría que lo tenía; pero ahora sabía que la razón no era su piel, sino su origen, uno que no recordaba. » Lamento no tener nada para ayudarte a recordar —excusó el hombre que, del médico, había escuchado que tal vez cosas de su reino, o de valor sentimental para ella, podrían ayudar a que sus memorias volvieran—, pero, estaba furibundo por la forma en que te trajeron, así que quemé el carruaje y, al parecer, todo lo que traías contigo estaba en ese carruaje. La azabache no le dio importancia alguna; de todas formas, no creía que nada de eso le pudiera ayudar a recordar, porque, aunque en cuerpo era Ebba Aethel, en alma, o como fuera que se llamara lo que había cambiado de su cuerpo original a este nuevo, ella había sido Marian Solero, una joven de veintinueve años que se dedicó a leer cuanto libro se encontraba y que sabía más de conocimiento popular que de sus profesiones como agrónoma, psicóloga y enfermera. Marian no logró decidir qué quería ser en la vida y, para darse la oportunidad, decidió que, mientras no tuviera treinta, haría todo lo que quisiera, y estudio tres licenciaturas, dos en línea y una presencial, y cuanto curso o taller le llamaba la atención, así que también era buena con la cocina, con la economía y con la música. Pero, sobre ciencias y profesiones no era de lo único que la chica disfrutó de leer, también lo hizo sobre romance, sobre supervivencia y, sobre todo, de animales. Ella era prácticamente una enciclopedia andando, una que se preparó para comerse el mundo a los treinta y no alcanzó a llegar a esa edad. Pensando en eso, la chica sonrió con sorna, y terminó llorando de nuevo hasta que sintió la mano de su ahora esposo sobre la de ella, como intentando consolarla, tal vez. » Entiendo que estés confundida —señaló Ephraim—, y que tengas miedo, pero, si te digo todo esto no es para hacerte sentir insegura, es para que sepas en dónde estás parada y que, aunque de verdad no eres bienvenida en mi reino por casi nadie, por mí si lo eres. Eres ahora Ebba Ciryl, mi esposa, primera reina y la mujer que protegeré de todo el mundo. Lo prometo, Ebba, te protegeré de todos. Y, sin saber por qué, ella asintió, aceptando esa mano que el rey de Tassia le daba, y también esa sonrisa que le regaló un poco, pero solo un poco de seguridad.
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