Eva Tremed respiró profundo, sintiendo cómo todo su cuerpo se quejaba de cansancio pues, tal como en el pasado lo hubiera hecho, limpió su casa como si no fuera a haber un mañana.
En su otra vida, cuando más joven, aunque no era tan fanática de la limpieza y más bien iba manteniendo todo ordenado en la semana para que no se viera mal y solo se obligaba a limpiar a fondo el fin de semana; en ocasiones le daba por limpiar tan a profundidad que incluso movía los muebles de lugar, a veces, los de toda su casa, y terminaba incluso afiebrada por tanto esfuerzo.
Y esa vez pasó igual. Emocionada por un nuevo lugar, aun cuando ya se habían bañado todos para irse a dormir luego de limpiar sus habitaciones, ella decidió seguir con la limpieza de las áreas comunes, terminando por sentirse terriblemente mal; aunque demasiado satisfecha por lo que veía cuando al fin terminó.
Por fortuna para ella la semana se estaba terminando y, también, Eva llevaba consigo suficiente gente como para poder descansar un poco luego de tanto trabajo en un lugar decente y limpio; sin embargo, no se lo tomó tan a la ligera, porque, aunque no se pondría en acción en los próximos días, definitivamente necesitaba planear algunas cosas para que, cuando al gin pusiera manos a la obra, todo saliera como ella lo esperaba.
Así, tirada en la cama donde un pequeño niño disfrutaba la compañía de su ahora madre se recuperaba de la fractura de un par de huesos, y donde una preciosa bebé comenzaba a gatear sobre la cama mientras balbuceaba inentendibles cosas, la condesa de Tremed se recuperó de su agotamiento, pues, aunque sí trabajaba un poco, todos dormían demasiado, y eso le cayó genial a su cuerpo.
Por su parte, Teoh, que a diferencia de sus hermanos no podía cambiar de apellido, pues en la academia él continuaba siendo el príncipe de Tassia, sintió un poco de envidia al no poder ser parte de esa cama, tal como sus hermanos lo hacían.
Con Teoh las cosas eran diferentes porque, siendo mayor, y recordando tan bien a sus padres, él no podía solo aceptar que tenía una nueva madre, ni siquiera cuando se estaba muriendo de ganas de que ella también lo abrazara, lo besara y lo quisiera demasiado, tal como a sus hermanos parecía querer.
Pero, ese cariño que parecía ser enorme y sincero no solo llenaba al joven príncipe de envidia, también de desconfianza; aunque, día tras día, al ver a esa mujer sonreír al mirar a ese par de pequeños solo existiendo, esa desconfianza disminuía gradualmente.
Era extraño, pero el de nuevo príncipe heredero de Tassia, en momentos de locura, podía ver a su madre en esa joven mujer que parecía capaz de dar su vida por ellos tres; sí, porque, aunque él no se atrevía a aceptarle todo, la joven reina también le ofrecía lo mismo que a sus hermanos menores: cuidados, tiempo, cariño y amor.
Sin embargo, él de verdad no podía traicionar a sus verdaderos padres, a esos que sí dieron la vida por ellos; y tampoco le podía aceptar a esa mujer, que no era su pariente sanguíneo, ese enorme sacrificio. Y aun así agradecía que sus hermanos si lo hicieran, que la amaran demasiado y parecieran más valiosos que la vida de ella misma para ella.
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—Cuídate mucho —pidió Eva, abrazando su chal para, de esa manera, cubrir un poco su cuerpo del frío de la madrugada—. Esfuérzate, aprende y, si se puede, disfruta mucho de la escuela. Nos vemos de nuevo el fin de semana.
Teoh asintió. Ese tipo de gestos, que le dolían y le encantaban, eran tan recurrentes que ya no le incomodaban, al contrario, a momentos los esperaba y los agradecía, tal como justo en ese momento agradecía que, a pesar de que a penas era la cuarta hora del día, ella se había levantado a despedirlo.
Sin saber por qué esa encomiable desesperación y desasosiego se apoderaban de su alma, la joven desprendió una mano de su cuerpo y acarició el rostro del sorprendido chico al que le sonrió con tristeza.
Verlo partir era doloroso, aunque no tenía razón de serlo; es decir, ellos no eran de la misma sangre, ni siquiera del mismo mundo, y apenas un par de semanas atrás lo había conocido, entonces, ¿por qué le dolía tanto verlo alejarse de ella? Se había vuelto loca, definitivamente, o eso fue lo que pensó Eva cuando se descubrió despegando sus labios de la frente de un chico que se encontraba al borde de las lágrimas.
» Lo lamento —se disculpó la ahora Condesa tras aclarar su garganta—, por un momento sentí que me arrepentiría si no lo hacía. Espero no haberte ofendido demasiado.
Teoh negó con la cabeza, eso no lo había ofendido, lo había confundido porque, de nuevo, por solo un segundo, sintió la calidez, el aroma y el amor de su madre bendiciéndolo con ese beso en la frente que no podía olvida de ella, y que extrañaba demasiado.
—Me voy —musitó el adolescente, sintiendo cómo ese nudo en su garganta lo haría llorar en cualquier momento, entonces se dio la vuelta y, casi corriendo, subió al carruaje, donde sus lágrimas empaparon su rostro por mucho rato, horas, tal vez.
Él extrañaba muchísimo a su familia, y sabía perfectamente bien que no la tendría de nuevo con él, por eso esta nueva familia lo tenía tan confundido; además, también estaba hiriéndolo ese profundo deseo de querer a esa mujer como a su madre.
Entre el anhelo y la culpa se encontraba su cabeza cuando su carruaje se detuvo intempestivamente, haciéndolo incluso caer de su asiento, y lo siguiente que ocurrió fue la puerta del carruaje abriéndose y dejando ver a un hombre de cabello castaño y ojos oscuros apareciendo ante él, mirándolo fijamente.
—¡Teoh! —gritó el hombre, atrapándolo por un brazo y jalándolo hasta él, provocando que el rostro del adolescente chocara con el amplio pecho de ese hombre.
Completamente confundido, el casi joven logró escuchar el agitado corazón de un hombre que lo aprisionaba con fuerza en un abrazo, y algo en ese apresurado latido le hizo llorar.
» Me alegra tanto que estés con vida —aseguró el hombre, llorando también—, pensé que ustedes… Gracias al cielo estás bien… Gracias al cielo…
Y, aunque el abrazo se sentía bien, Teoh no tardó en ser consciente de que jamás en su vida había visto al hombre que lo abrazaba y que, entre lágrimas, decía cosas que no parecían tener razón de ser, por eso el adolescente empujó al hombre para separarse de él, lo que angustió al castaño que, al parecer, se sintió rechazado, y por eso entró en pánico y se aferró a los delgados hombros de Teoh.
» ¡Teoh! —gritó el mayor, esta vez con más molestia que efusividad—. Sé que no lo parece, porque no me veo como él, pero soy tu papá… ¡Yo soy tu papá!