CAPÍTULO 16

1320 Words
—¡¿Estás loca?! —preguntó una mujer madura luego de escuchar de sus dos hijos que aceptarían la propuesta de la condesa Tremed—. Eso es trabajo de esclavos. —¿Y tú crees que, con esta crisis, somos diferentes a los esclavos? —preguntó una joven chica ansiosa porque una parte de ella sentía que su madre tenía razón, pero su estómago gruñendo le preguntaba que qué importaba la razón—. Madre, nos van a pagar. —¡¿De verdad te creíste eso?! —preguntó la mayor, llorando, porque no quería tener que ver a sus hijos haciendo trabajos tan indignos—. No te van a pagar nada… estoy segura de eso… Mailine, no te hagas esto… No nos hagas esto. —Lo lamento, madre —se disculpó la mencionada—, pero no podemos seguir así… Yo no quiero seguir soportando esto… no quiero seguir teniendo hambre… de verdad lo siento, mamá. Y, dicho eso, escuchando a su madre llamarla con desesperación, la chica salió llorando también, siendo seguida por su hermano mayor, otro harto de tener hambre y que también se fue con el corazón roto por lo que dejaba atrás: una madre llorando, un padre frustrado e impotente por no haberles podido dar una vida mejor y una hermosa hermanita menor, quien, gracias al sacrificio de todos, aún no le había tocado pasar hambre. Sin embargo, pese a todos los miedos de los mayores de ese lugar, fueron muchos los jóvenes que decidieron arriesgarlo todo con la esperanza de un futuro mejor, y fue un futuro mejor lo que ellos obtuvieron gracias a que el plan de la primera reina de Tassia era mejorar la vida de todos en su reino, empezando por los que menos tenían. El condado de Tremed era un lugar enorme, que antes también sirvió de cuartel y cuyos alrededores fueron un bello poblado que ahora estaba desolado y medio destruido, pero eso iba a cambiar con el calor de la gente que lo volvería a habitar. Para empezar, todos aquellos que respondieron pronto, dependiendo de su edad y de sus conocimientos previos, fueron asignados a un área de trabajo, y algunos incluso obtuvieron un lugar para vivir para, de esa forma, no tener que ir y venir a diario a sus comunidades o poblados. Y es que no fue una sola comunidad lo visitado para contratar personal para el condado, la condesa Eva de Tremed visitó un total de cinco poblados de los cuales obtuvo cuarenta y siete trabajadores que se distribuyeron en veintidós personas para la siembra, ocho para cuidado de animales, doce para procesar lácteos y la cosecha, tres para la cocina y dos más que pondrían una panadería. De esa manera, y con el paso de los días, desapareció el miedo en los corazones y estómagos de todos los nuevos empleados del condado, quienes, durante toda la semana, tuvieron un techo adecuado para vivir bien, comida para su día a día y que, además, no recibieron maltrato alguno en el periodo trabajado; y todo fue mucho mejor cuando al fin recibieron su primer pago. Mailine, que lloró al entender que su decisión había sido la acertada, se atrevió a solicitar a su nueva señora que le permitiera ir por sus padres y por su hermana menor a la comunidad de donde habían salido porque, definitivamente, ella quería que su familia disfrutara de lo que ellos habían obtenido al convertirse en empleados de la condesa de Tremed. Eva no se negó, ni a la petición de Mailine ni a la de muchos otros que deseaban llevar a ese nuevo lugar a sus padres, abuelos, hermanos y esposas e hijos, pues ella encantada ayudaría a cuantas más personas pudiera, así que pronto se unieron a sus filas no solos jóvenes llenos de vitalidad y de ganas de salir adelante, sino también personas llenas de experiencia y conocimientos. En pocas semanas el centro del condado de Tremed, ese que rodeaba la casona de la duquesa, se llenó de artesanos que facilitarían la vida de todos en ese lugar pues con el invierno próximo a llegar, Eva necesitaba proteger a su gente, y las costureras, sastres, hilanderos, tejedoras y zapateros debieron entrar en acción, al igual que leñadores y carpinteros, pues necesitaban ropa y zapatos para todos, así como arreglar algunos desperfectos en las cabañas y casa que, en el calor del verano, no molestaban demasiado. En el palacio del rey de Tassia se hizo notar la enorme inversión que Eva Tremed estaba haciendo, y todo el mundo, sin saber que era la reina quien gastaba como loca apoyando unos simples plebeyos, creyeron que la condesa estaba loca; sin embargo, cuando el primer ministro del reino aseguró que, tras comprobar que los gastos declarados se habían hecho en la gente del reino, nulificarían los impuestos de esa temporada, muchos nobles decidieron investigar de qué iba todo para hacerlo también. El plan no era del todo simple, pero beneficios daría a muchas personas, incluyendo a los señores de muchos feudos, quienes, tras calcular los impuestos que debían pagar al reino y tras investigar cuánto les costaría contratar a sus plebeyos y los beneficios que tener más personal les suponía, decidieron caer en la perfecta trampa que Ebba Cyril les tendió a todos. Esa mujer, que ahora se llamaba Eva, conocía bien los beneficios de que el pueblo se enriqueciera, se instruyera y produjera, lo había constatado al leer el largo de la historia de muchos países y continentes en su vida pasada, por eso no dudó ni un solo minuto en llevarlo a cabo pues, aunque pareciera que el reino perdería bastante al deducir tantos impuestos, lo cierto era que el futuro se los recompensaría, y también era cierto que como princesa ella tenía una dote muy rica con qué solventar los proyectos que requerían de capital. ** Teoh respiró profundo, de nuevo, no podía creerse que ese hombre fuera quien decía ser, pero cada que pasaba otro día a su lado se convencía mucho más de que sí, efectivamente, ese hombre era su padre, o al menos el alma de ese desconocido cuerpo, y sus memorias, eran de quien le había dado el ser. —Pero… ¿cómo pasó? —preguntó el chico en un susurro tras escuchar otra de esas historias que nadie podría saber, porque ocurrió cuando nadie estaba viéndolos—… ¿Cómo es que eres él si no eres él? —No lo sé —respondió el conde Antoine Urzette, abrazando el frágil cuerpo de un niño que recordaba como su hijo mayor—, sé que esto es como una reencarnación, aunque no estoy seguro de que debiera reencarnar en el mismo tiempo en que morí… aunque sé que intermedio a esto hay otra vida, la puedo recordar también. Teoh, que en realidad no comprendía nada de lo que ese hombre decía, decidió no pensarlo demasiado porque no necesitaba quebrarse la cabeza si podía dedicar su tiempo en disfrutar de la compañía de un hombre que había extrañado demasiado. —¿Crees que… tú crees que pudo haber pasado lo mismo con mamá? —preguntó el adolescente, deseoso de encontrarse de nuevo con su madre, deseando que fuera así para poder buscarla, encontrarla y disfrutar de todo el amor que ella debía tener para él y para sus hermanos. Y, pensando en eso, en una mujer que ya amaba a sus hermanos y a él con toda su vida, Teoh sintió su corazón estremecerse al imaginar la posibilidad de que Ebba Cyril, su madre adoptiva, tuviera dentro de sí el espíritu de su verdadera madre. » ¡Tal vez es ella! —gritó el jovencito, emocionado, dejando los brazos de un hombre que su corazón aseguraba era su padre de verdad—… Eva es tan diferente como tú, y nos ama demasiado… Papá, tal vez la reina es mi mamá.
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