Estaba en su habitación, la humedad de la misma la tornaba fría y tétrica. Toda era oscuridad y ella estaba recostada en su cama. De pronto, unos fuertes brazos la inmovilizaron contra la cama y a pesar de forcejear no lograba liberarse. Un aliento tibio chocó contra sus labios, haciéndole sentir náuseas por la cercanía. Un rayo de luz se coló desde el piso de arriba y pudo ver claramente el rostro de su verdugo. Alejo estaba ahí, con su rostro casi deformado por la ira, sosteniendo sus antebrazos con saña, marcando su piel con un agarre tan brusco. —Dejame... Por favor... —Suplicó mientras lloraba desconsoladamente. —A las zorrit@s como tú les encanta suplicar, ahora te tocará suplir a tu madre en mi cama. Te follaré y te preñaré. Eso quieres, ¿verdad? —Por favor... No quiero... Yo n

