CAPITULO 7

2075 Words
EROS Todo mi cuerpo arde como si estuviera en llamas. Cada músculo se encuentra tan tenso que amenaza con desgarrarse, mientras un dolor abrasador me recorre, desafiando mi resistencia. La sangre, caliente y espesa, salpica mi rostro y pecho, mezclándose con la de mi oponente. Un cóctel de violencia asqueroso. Sacudo la cabeza, buscando despejar el mareo que nubla mi vista. Mis oídos pitan con fuerza, una tortura aguda que me acompaña en cada segundo de esta pelea. Respiro con dificultad, mis costillas crujen al expandirse, y sé que al menos un par están rotas. Pero no importa. Este lugar no es para cobardes. No sé cuántas horas llevo en el ring de pelea. O como muchos lo conocen "las jaulas" Un agujero que huele a sudor, sangre y muerte. El aire es pesado, cargado con la respiración entrecortada de los espectadores, que gritan y apuestan como hienas alrededor de una carroña. El lugar es mayormente frecuentado por los rusos, pero también es un campo de entrenamiento para los hijos de los mas grandes lideres; Capos, Boss, y Don de las mafias del mundo. Aquí entrenan los herederos de los imperios criminales, un terreno sagrado donde el poder no viene por el apellido, sino por lo que eres capaz de soportar. Es dirigido por un veterano militar ruso. Bueno... era dirigido por el hombre, ahora pasó a manos de su hijo y luego pasará a manos de su nieto. La familia Cage, antiguos Lebedev, son los dueños de este infierno clandestino. Su legado está marcado por sangre y huesos rotos, una herencia que devora a cualquiera que entre aquí. Es famosa por sus peleas clandestinas y sus altos niveles de entrenamientos en torturas y luchas cuerpo a cuerpo. Aspiro profundo, a través de la boca, porque mi nariz ya es inútil. El dolor físico, aunque devastador, no es suficiente para silenciar el caos dentro de mi cabeza. No sé cuántas horas llevo aquí, y me importan una jodida mierda. Quiero que el dolor físico borre el caos que es mi mente ahora. Perdí el control en esa maldita cena. El rostro de ese imbécil, el que se atrevió a ponerle las manos encima, aún está grabado en mis nudillos ensangrentados. Lo molí a golpes en esa maldita cena, y no me arrepiento. Le grité a Masha que sobre mi cadáver se casaría, y no fue una jodida metáfora. Si tengo que elegir entre verla con otro hombre o prender fuego al mundo, elijo el caos. No hay redención para mí, y no la quiero. Lo único que sé es que ella es mía. No hay discusión, no hay alternativa. Mía, incluso si tengo que arrastrarla al infierno conmigo. Los celos me consumen como un demonio rabioso, un veneno que hierve en mis venas. Eran como una bestia enjaulada, arañando las paredes de mi pecho, queriendo salir. La sangre es como lava caliente que estaba calcinando mis venas. La rabia, la ira, los celos eran un coctel cargado de veneno que estaba intoxicando mi sistema. La sola idea de pensar en ella con otro hombre me mata. Pienso en ella, en Masha, y una oleada de furia oscura vuelve a encenderse. Sé que tendré que darle explicaciones a Mattia, pero por ahora voy a descargar la ira como mejor sé. Encesto un gancho directo al rostro de mi oponente. La mandíbula se quiebra con un sonido seco, y la sangre brota como un géiser. Su ojo derecho es una masa hinchada y púrpura, casi cerrada. Pero el bastardo sigue en pie, tambaleándose, con esa sonrisa burlona que me enfurece más. De pronto, gira con agilidad inesperada. Su talón impacta en mi esternón con la fuerza de un ariete, dejándome sin aire. Me tambaleo, sintiendo cómo el dolor explota en mi pecho. —¿Eso es todo lo que tienes, principito? —escupe, con una risa rota que revela varios dientes ausentes. Su burla resuena como una campana en mi cabeza, pero no me detiene. Aquí, en las jaulas, no hay títulos ni rangos. Solo dos opciones: victoria o muerte. Y yo no pienso caer. Le sonrío, dejando que la sangre de mi boca resbale por mi barbilla. —Creo que deberías ver tu rostro en un espejo, para que puedas dimensionar todo lo que tengo — respondo con voz ronca, cuando he logrado que llegue un poco de aire a mis pulmones. El dolor es una constante, pero me niego a ceder. Miro al hombre frente a mí, destrozado pero desafiante, y pienso en Masha. En lo que estoy dispuesto a hacer para proteger lo que es mío. Trago con fuerza. El sudor recorre mi cuerpo como si fuera un río en llamas, mezclándose con la sangre que lo cubre todo: mi piel, el suelo, mis puños. La adrenalina se convierte en mi combustible, una droga letal que inunda mis venas y me lleva al borde del éxtasis. Estoy fuera de control, pero no me importa. La furia me sostiene, me impulsa. Me lanzo sobre el bastardo como un animal rabioso. Mi puño impacta su rostro con un sonido sordo, y antes de que pueda reaccionar, lo barro con una patada precisa. Su cuerpo cae al suelo, y yo giro con él, mi espalda contra su pecho. Con un movimiento rápido, rodeo su torso con mis piernas, clavándolas como una trampa mortal. Gruño por el esfuerzo, mi respiración es pesada, pero no me detengo. Mi agarre se cierra sobre su brazo, y con cada gramo de fuerza que me queda, lo inmovilizo y hago presión. El sonido del hombro dislocándose es nauseabundo, un eco que resuena entre los gritos frenéticos del público. El hombre grita por el dolor proporcionado. Se retuerce como una serpiente herida, pero no le doy tregua. Aprovecho para ponerme ahorcajadas sobre su abdomen y comienzo a golpear su cabeza con el piso de cemente. La imagen de ella aparece a mi cabeza. El vestido rojo que llevaba le quedaba exquisito. Esos ojos grises que me han atormentado por años, que han sido mi perdición. Esa belleza que ha sido mi ruina, mi secreto mas oscuro. Esa lengua afilada, venenosa que sabe como usar. Me conoce mejor que nadie, y usa ese conocimiento como un arma. La muy maldita sabe cómo presionar cada botón, cómo encender cada chispa dentro de mí hasta que exploto. Es como si me hubiera estudiado por años. Así como yo lo hice con ella. Golpeo de nuevo. La sangre brota como un río oscuro, cubriendo mis manos. Otra embestida. Sé todo de ella. Como le gusta el café por las mañanas. Cual es su color favorito. Que no le gustan los pimientos en las comidas. Odia las bebidas con gas. Su postre favorito son las tartas de frutilla. Es demasiado golosa. Le dedica horas a los entrenamientos, y le encanta todo lo relacionado con la informática. Como su padre, aun cuando decidió estudiar algo completamente diferente. Los huesos del hombre crujen bajo mis puños, pero no es suficiente para llamar las voces en mi cabeza. Ella sigue apareciendo en mi mente. Como todos estos malditos años, como un espectro que no puedo exorcizar. Su olor es embriagante para mí. Siempre huele a su fruta favorita también sé que le encanta el color ámbar. Como mis ojos, aunque mis ojos sean una mezcla de ese color y el verde. Los heredé de mi madre. aunque todos dicen que me parezco mucho a mi padre. Ella sigue en mi cabeza, se veía feliz juntos a ese niñato. La ira va subiendo a niveles estratosférico cuando recuerdo sus palabras. Cuando sus asquerosos labios se posaron en lo que es mío. Golpeo de nuevo. La cabeza del hombre debajo de mí es apenas reconocible. Sus huesos están destrozados, su rostro convertido en una masa irreconocible. Pero no me detengo. No puedo. Masha Lander Dalmat. Es mía. Siempre lo ha sido. Incluso cuando me negué a aceptarlo, cuando intenté convencerme de que podía mantenerla lejos de esta oscuridad. Pero no puedo. Ella es el sol que me ciega, y yo soy la sombra que la persigue. Si nos unimos, seremos un pecado irresistible, una tentación que destruirá todo a su paso. Mi respiración es errática. Mi corazón late como un tambor en mi pecho, cada golpe enviando una oleada de furia y deseo. Esto es lo que soy: una bestia disfrazada de hombre, un demonio vestido con un traje impecable. La sangre es mi lenguaje, el dolor, mi alimento. Cuando el cuerpo del hombre deja de moverse, me detengo. Suelto su cabeza, y el sonido hueco al golpear el cemento lleno el lugar. Los gritos de los asistentes se vuelven frenéticos, una mezcla de emoción y horror. Miró mis manos. Están cubiertas de sangre. Pero en lugar de arrepentirme, sonrío. Trueno mi cuello y me levanto con lentitud, girándome para enfrentar al resto de los asistentes. Siento la adrenalina recorrer cada parte de mi cuerpo. — ¿Quién sigue? —grito, mi voz resonando como un desafío. Sé que es un suicidio. Estoy demasiado golpeado, demasiado herido. Creo que tengo una costilla rota, que cualquier mal golpe podría perforar mi pulmón. Pero no puedo ni quiero detenerme. Quiero olvidarme de ella, aunque sea por unas cuantas horas. Es una enfermedad, una que está acabando conmigo. Que está consumiendo mi cordura, mi control. Soy como una represa que está a punto de romperse y cuando eso pase, solo traeré destrucción, porque no me va a importar llevarme al que sea con tal de tenerla. Las puertas de la jaula se abren con un chirrido metálico que resuena como una sentencia de muerte. La multitud se agita, un rugido de expectación que hace vibrar el suelo bajo mis pies. Y entonces lo veo. Un hombre de casi dos metros cruza el umbral. Su cabello n***o azabache es un contraste perfecto con su piel pálida, y sus ojos son como dos pozos oscuros, vacíos, como si pudiera devorarte el alma con solo mirarte. No lleva camisa, dejando al descubierto un pecho trabajado, marcado por una pantera negra tatuada en uno de sus pectorales, los ojos del animal parecen seguirme, amenazantes. Cazzo. Sé quien es. Es uno de los mejores luchadores de la jaula. Igual que su padre. Lo recordaba menos ¿Grande? —¿Qué hace un Don por estos lados? —su voz es profunda, cargada con un marcado acento ruso que retumba en la jaula. Trago con fuerza. Mis costillas arden y mis manos aún tiemblan tras el último combate, pero no tengo margen para mostrar debilidad. Estoy demasiado herido, demasiado cansado, pero como dije, de aquí salgo con la victoria en las manos o con los pies por delante. No hay otra opción. —¿Qué hace el Vor de la Bratva por aquí? —digo con diversión — pensé que habías dejado los viejos hábitos. Todos saben que después de que su padre entregó su puesto a su hija, el hombre pasó a ser el Vor. Muchos no estuvieron de acuerdo con la decisión del antiguo Boss, pero nadie se atrevió a cuestionarlo. Y es que el que se atreva a cuestionar una orden de Agust Darrend, realmente no aprecia su vida. El ruso se encoge de hombros con una indiferencia estudiada, sus movimientos son lentos, calculados. —Las viejas costumbres son difíciles de dejar —dice con un tono que bordea el sarcasmo, mientras ladea la cabeza ligeramente. Ese maldito gesto. Es un sello de los Darrend, una señal de que se están divirtiendo a tu costa. —Hablas mucho —gruño, intentando cambiar el tema, buscar una apertura, algo que me permite ganar tiempo para recuperar el aliento. Él sonríe, pero no es una sonrisa amable. Es la sonrisa de un depredador. —Espero que no estés tan golpeado —responde mientras se acomoda, sus nudillos crujen cuando cierra los puños—. No me gusta ganar tan fácil. Y sin previo aviso, lanza el primer golpe. Es rápido. Más de lo que debería ser alguien de su tamaño. Apenas tengo tiempo para esquivar, pero el aire que corta su puño me roza como un aviso: si me alcanza, estoy acabado. El dolor en mis costillas amenaza con hacerme caer, pero no puedo permitírmelo. Ella se cuela en mis pensamientos nuevamente, es una maldición de la que no puedo librarme. Si no muero esta noche, moriré con la imagen de Masha en mi cabeza. Mi salvaje gatita. Mi testaruda principessa.
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