En la ciudad de Londres, un secreto oscuro se movía en las sombras, conocido solo por quienes operaban en los círculos del poder y el lujo decadente. Estos hombres de altos cargos, influencias ocultas y corrupciones disfrazadas de filantropía susurraban entre copas de vino añejo sobre las "Lolitas", aquellas jóvenes hermosas que cautivaban a sus presas con una apariencia angelical y una sonrisa dulce que escondía la más fría de las intenciones.
Eran musas de la muerte, entrenadas desde pequeñas en el arte de asesinar. Su maestro, conocido solo como "El Padrino", era un hombre enigmático y depravado que había perfeccionado el arte de moldear a cada joven en su dominio. Desde la adolescencia, recibían una estricta instrucción en disciplinas que iban desde el dominio del lenguaje corporal hasta el combate cercano y el uso de venenos. Bajo la supervisión del Padrino, aprendían a leer los deseos y temores en los ojos de sus víctimas, convirtiéndose en expertos en manipular las emociones ajenas.
Las Lolitas tenían una belleza perturbadora, una que parecía arrancada de la inocencia misma, con una piel tersa y ojos que relucían como el más puro de los cristales. Sus cuerpos, estilizados y delicados, llevaban un aura de vulnerabilidad que desarmaba hasta al hombre más imperturbable. Sin embargo, la mayor arma de estas jóvenes no era ni su fuerza ni su habilidad, sino su mente afilada y su capacidad para adaptar su personalidad a los deseos de cada objetivo.
La líder del grupo, conocida solo como "Artemisa", era la más letal de todas. Poseía una calma que rozaba lo hipnótico, y sus movimientos eran tan delicados y gráciles como los de una bailarina. Cuando elegía a su presa, estudiaba cada detalle de su vida, cada secreto escondido detrás de puertas cerradas. Como un ángel sombrío, se deslizaba en la rutina de su objetivo, construyendo una red de confianza hasta que el hombre bajaba la guardia y la dejaba entrar en sus secretos más profundos. Una vez que obtenía todo lo que necesitaba, ejecutaba el golpe con una precisión milimétrica.
Las Lolitas operaban de noche, cuando la ciudad dormía y sus calles se llenaban de sombras alargadas. Artemisa y su grupo seguían el mismo ritual antes de cada misión: se reunían en un salón decorado con pesadas cortinas de terciopelo rojo, en cuyo centro había un espejo antiguo que reflejaba sus rostros angelicales y sus vestimentas de encaje oscuro. Frente a ese espejo, el Padrino las instruía, recordándoles que su misión era limpiar el mundo de aquellos hombres corruptos, aunque en el fondo sus intenciones no eran del todo nobles. Bajo la promesa de redención, mantenía el control sobre ellas, con una mezcla de manipulación emocional y la promesa de una libertad que, en realidad, nunca les llegaría.
El proceso era simple pero eficaz: cada Lolita tenía un perfil específico y una historia que respaldaba su fachada. A veces eran jóvenes ingenuas buscando trabajo, otras veces eran estudiantes en busca de ayuda, y en algunas ocasiones se presentaban como aspirantes a artistas necesitadas de un mentor. Su técnica era sencilla y a la vez mortal; atraían a sus víctimas como moscas a la miel, usando una sonrisa angelical y palabras suaves, hasta que el momento exacto llegaba.
El golpe final variaba según el objetivo. Artemisa prefería usar venenos sutiles que apenas dejaban rastro en los cadáveres, pero otras chicas optaban por métodos más violentos, siempre adaptándose a la vulnerabilidad de su presa. Para algunos, el veneno era más que suficiente, pero otros necesitaban un toque personal: una herida precisa o una marca sutil que indicara quién había estado detrás de su caída.
Cada asesinato era un paso más hacia el objetivo del Padrino: una red de venganza que eliminaba a los hombres poderosos que, de algún modo, habían traicionado sus intereses. Las Lolitas, sus creaciones perfectas, operaban en silencio, sus rostros inocentes y voces suaves convertidos en la última visión que sus víctimas recordarían.
La leyenda de las Lolitas se esparció como un susurro en la ciudad de Londres. Algunos decían que eran ángeles caídos enviados para castigar a los corruptos, mientras que otros murmuraban que eran fantasmas de jóvenes que habían sido abusadas y ahora regresaban por venganza. Sin embargo, la verdad era aún más retorcida: las Lolitas eran niñas robadas de su infancia, moldeadas y manipuladas hasta convertirse en armas vivientes al servicio de un amo oscuro, sin libertad ni esperanza de redención.
Artemisa y las demás jóvenes seguían cumpliendo sus misiones, atrapadas en una cadena interminable de asesinatos y lealtad al Padrino, sin saber que, al final, ellas también eran prisioneras en su propio juego de poder. Con cada vida que arrebataban, se despojaban un poco más de la poca humanidad que les quedaba, convirtiéndose en los ángeles de la muerte que la ciudad temía y admiraba en secreto, un reflejo perfecto de la belleza y la crueldad combinadas.