MASHA
Simón y yo nos separamos, y todos dirigimos la atención hacia el dueño de la voz. Eros está en medio de la sala, con el ceño fruncido, las manos empuñadas a los lados, y el pecho subiendo y bajando con cada respiración.
—¿Disculpa? —inquiero, cruzándome de brazos.
Eros da un paso hacia nosotros. Puedo ver cómo sus ojos brillan con furia, odio, celos y rabia. Está intentando contenerse, pero claramente está fallando.
—No te vas a casar con este imbécil —grita de nuevo.
—¿Por qué no? —replico, desafiante.
Todos nos observan. Mi madre, Nikki y Kali nos miran divertidas; los demás tienen los ojos bien abiertos, como si no pudieran creer el arrebato de Eros. Su padre sacude la cabeza y se masajea la sien, mientras mi padre y Eros se miran con el ceño fruncido.
—Porque... —Eros toma aire, intentando controlarse— porque no ha pedido tu mano como se debe. Además, no lo conocemos.
—Yo sí lo conozco —interviene mi madre—. Es hijo de un reconocido congresista, viene de una buena familia. Ha sido amigo de mi hija desde hace muchos años, llevan una relación de tres años y viven juntos. Simón es todo lo que Hades y yo buscamos en un hombre para Masha.
Eros aprieta los dientes y dirige su mirada hacia mi hermano.
—¿Vas a permitir que se case? —le pregunta, con los dientes apretados.
Mi hermano mira a Simón, luego a mí, y finalmente a Eros. Arquea una ceja y una chispa de diversión cruza fugazmente por sus ojos; si no estás atento, casi pasa desapercibida.
—Primero tendrá que hablar con mi padre y conmigo —responde encogiéndose de hombros—. Si logra responder bien a todas mis preguntas, no tengo nada que objetar.
—Yo no he dado permiso de nada —el grito de mi padre interrumpe la conversación.
Todos nos quedamos petrificados. Nunca lo había visto tan enojado. Mi padre es calmado, pero también el hombre más sobreprotector que conozco.
—¿Permiso para qué? —pregunta mi madre con diversión en su voz.
—Para que se case —escupe él, sin disimular su disgusto.
—Ella es mayor de edad y puede hacer lo que le salga de las tetas — lo desafía mi madre, señalándolo con firmeza— si quiere casarse con quien le de la jodida gana, tu te callas y la apoyas. No estamos en los años arcaicos donde el hombre tenía que pedir la mano de damisela.
Respiro hondo, anticipando la discusión que se avecina.
—No se preocupe, señor —interviene Simón, rompiendo la tensión. Miro cómo dirige una sonrisa arrogante hacia Eros—. Voy a hacerla feliz, darle todo el amor que se merece, tratarla como se debe, respetarla y ser solo de ella. Ella es mi primera mujer, y será la última, porque no suelo ir por la vida picando de flor en flor.
—Esto será divertido —escucho un murmullo y giro mis ojos hacia el dueño de la voz.
Agust Darrend está mirando la escena con una sonrisa maliciosa en los labios, tiene abrazada a su esposa. A su lado Travix, también mira toda la escena con diversión palpable, y ni se diga de Kali.
—¿Qué intentas decir? —sisea Eros, dando un paso hacia Simón.
—Que voy a poner el mundo a sus pies, como ella se merece —responde Simón, con firmeza—. Voy a darle el valor, el respeto y la fidelidad que merece. Seré para ella lo que muchos no han podido ser. Su hombre...
Cuando menos lo esperamos, Eros se lanza hacia Simón y le encesta un golpe en el rostro. Se descontrola, y comienza a golpearlo con furia. Mi mejor amigo intenta esquivar cada golpe, pero Eros es más rápido, más letal; está acostumbrado a estas peleas, ha luchado en las jaulas junto a mi hermano.
—¡Déjalo! —grito.
Todos los hombres intentan separarlos, excepto Agust Darrend, quien observa todo con un gesto aburrido.
—¡Basta, Eros! —vuelvo a gritar, pero no me escucha.
—No te vas a casar con ella —grita Eros, con una mirada desbordante de rabia—. Así sea lo último que haga. Pero esa boda no se va a llevar a cabo. Sobre mi cadáver le pones una mano encima.
Mi hermano logra tomar a Eros y someterlo. Corro hacia Simón, que está ensangrentado, mientras Eros sigue mirándolo con odio.
—¿Qué te pasa? ¡Joder! —le espeta mi hermano—. ¿Te has vuelto loco?
—¡Sí! —le responde Eros, sin filtros—. ¡Estoy malditamente loco! ¿Contento?
—¿Por qué lo golpeas? —pregunta Kali, divertida—. Es normal que ella quiera casarse. Son novios.
—¡No te metas! —le grita Eros— ¡Hija...!
—Termina esa frase y veras que el que va a acabar en el hospital eres tú —gruñe Call— a mi mujer la respetas.
—¿Tienen hambre? —interviene de repente Julián—. Tanto drama me dio hambre. Manito —le dice a Cruz—, tráete las crispetas. Esto parece un capítulo de La Rosa de Guadalupe.
—¡Rodrigo! —grita Cruz—, tráete dos canastas de cervezas, un tarro de crispetas y pon música. ¡Vamos a ambientar esto!
Eros se suelta del agarre de mi hermano, y yo hago una pequeña celebración interna. Ha explotado, justo la reacción que esperaba. Siento un poco de culpa por Simón, pero él sabía que esto iba a pasar. No tenía planeado que dijera esas cosas, pero supongo que Simón ha aprendido a identificar los detonantes de Eros.
—¡No te vas a casar! —me señala Eros, con el rostro enrojecido—. Eso tenlo por seguro, gatita.
En eso veo como Julián saca un parlante inalámbrico ¿De dónde? Vaya a saber uno, y comienza a sonar lo que supongo es una bachata.
—¡italiano! —llama a Eros— te tengo una canción.
Las melodías comienzan a sonar:
Quizás este no sea el momento para preguntarte
Si es que, al pasar tanto tiempo, pudiste olvidarme
Veo en tu dedo un anillo y, en conclusión
Te casas al final de agosto y aquí estoy yo
Con la misma expresión
La melodía comienza a sonar, y Cruz y Julián intercambian miradas cómplices, preparándose para la actuación. Ambos comienzan a cantar dramáticamente, mirando a Eros con caras de tragedia romántica:
—Perdón si soy imprudente —ambos señalan a Eros— Y, delante de la gente, te reclamo de repente ¿Cómo es que supuestamente se venció el amor? Sin un contrato entre tú y yo.
Julián camina hacia Nikki y toma su mano sin preocuparse por la mirada fulminante de mi hermano. Cruz hace lo mismo con Kali, ignorando olímpicamente la advertencia en los ojos de Call. Los dos siguen cantando, dedicándole cada verso a Eros, con gestos exagerados:
—Como en los cuentos de hadas —se miran entre ellos y siguen— Nuestra historia fue contada Tú eras mi princesa Diana y yo el rey que tanto amabas. El ejemplo es ficción, Pero verídico fue mi amor.
—¿Cómo es que dice? —grita Julián y señala a Cruz.
—Y ahora por un segundo me ahogo en los mares de la realidad —Cruz canta con los ojos cerrados— Por un segundo acepto mi derrota, te perdí de verdad. Y por un segundo enfrento mi duelo, ya no estás conmigo. Y desde luego siento el frío, ni tu alma, ni tu cuerpo son míos. Mis sueños se han perdido y me echas al olvido, no, no...
Eros nos mira con odio en los ojos, mientras Kali se parte de risa junto con los demás. Mi hermano solo observa a su mejor amigo con una ceja arqueada, brazos cruzados, esperando. Simón me atrae hacia sus brazos, con la cara llena de golpes, y le prometo en silencio que curaré cada una de sus heridas. Sé lo despiadado que puede ser mi mejor amigo cuando se lo propone, así que lo que hace a continuación me deja sin palabras: me gira hasta que quedamos frente a frente, me pega a su cuerpo, y me besa.
Pero no es un beso cualquiera. Este es todo menos decente. Su lengua invade mi boca, sus manos se posan con firmeza en mi cintura, y su boca ataca la mía con una intensidad desbordante.
—Me va a pagar cada golpe que me dio —murmura entre besos Simón— lo voy a hacer sufrir también por lastimarte. Va a tener que arrastrase para poder tenerte.
Cuando nos separamos, ambos estamos jadeando. Automáticamente miro a Eros, quien sigue observándonos con el ceño fruncido, su pecho sube y baja de rabia contenida, y su mirada lo dice todo.
—¡Los celos me están matando! — empieza a cantar Julián en tono de burla— quiero estar cerca de ti... y tu amor me está esperando, y mi amor te está esperando, yo te quiero hacer feliz...
Cruz y Julián sueltan una carcajada. Se la han pasado burlándose de Eros.
—Si no quieres morir antes de la boda —interviene mi hermano—, te sugiero que guardes esas muestras de afecto para otro momento... o mejor, para nunca.
Lo miro con la boca abierta, sin poder creer lo que estoy escuchando.
—¿Qué? —pregunto, incrédula.
—Gatita —interviene ahora mi padre—, si quieres que tu novio llegue vivo al final del mes, es mejor que mantenga sus manos quietas.
—Que se haga una paja si tiene tantas ganas de tenerte —añade Darko sin filtro alguno.
—Mejor aún, que se meta un tiro antes de siquiera pensar en llevarte a la cama —dice Vladislau con una seriedad aterradora.
—Es mejor que ni hubiera nacido —remata Koji con desdén.
No puedo creerlo. Ahora todos parecen haber sacado a relucir su vena sobreprotectora, y me siento atrapada en una escena de posesividad desmedida.
—Igual esa boda está por verse —murmura Eros, dejando claro que no está listo para rendirse.
Lo veo alejarse y miro a Kali, quien me lanza un guiño cómplice. Mis ojos buscan a Nikki, que me da una señal con el pulgar. Segunda fase del plan: lista.
EROS
Estoy de pie, mis puños firmemente cerrados, sintiendo cómo mi propia furia hierve bajo la piel. El maldito de Simón está parado a su lado, como si de verdad pudiera reclamarla, como si fuera suyo, como si realmente tuviera derecho a tocarla, a besarla.
A Masha.
Mi Masha.
¿Casarse? No. Nunca. No mientras yo respire.
Me acerco, tratando de no estallar en medio de la sala, en medio de todos, aunque el deseo de aplastarle la cara a golpes ya me consume. Mis manos tiemblan de ganas de hundirle los nudillos en esa sonrisa arrogante que tiene. Y cuando hablo, cuando finalmente abro la boca, ni siquiera reconozco el tono de mi propia voz. No sé qué demonios estoy diciendo, solo sé que ella no puede casarse con él. Que no voy a dejar que se atreva a tocarla, a hacerla suya de ninguna manera.
Su madre, su hermano, su maldito padre... todos parecieran estar a favor de él, como si les importara un carajo lo que yo siento, no les importa, porque nadie sabe el oscuro secreto que he guardado por años, lo que he sentido por ella. La veo desafiante, cruzada de brazos, y ese gesto me desarma, me llena de una ira descontrolada.
Ella me está provocándome, lo sabe y disfruta verlo.
Simón me suelta esa sonrisa de suficiencia, me jura que va a hacerla feliz, que va a tratarla como se merece. Y algo dentro de mí se rompe. No puedo evitarlo. Le clavo el puño en la cara sin pensarlo, una y otra vez, descargando toda esta rabia, estos malditos celos que me ahogan. Mis golpes no son solo por lo que él dijo, no. Son por cada segundo que he pasado viendo cómo ella se aleja de mí, cómo me ignora y se esconde en su relación con él.
Como si intentara olvidarme.
La oigo gritar, diciéndome que lo deje, pero no escucho nada que no sea el sonido de mis propios pensamientos llenos de rabia. Esto no es un simple ataque de celos; es el instinto primitivo de quien se sabe enloquecido, atrapado en esta obsesión por alguien que debería estar fuera de mi alcance.
Pero no me importa.
Ella es mía. Así de simple.
Mattia intenta sujetarme, me reclama, me pregunta si he perdido la cabeza. ¿Qué si estoy loco?
Sí, lo estoy.
Malditamente loco por ella.