Promise

2182 Words
Termino de colocarle la máscara de pestañas y me observo en el espejo. Mi piel se ve lisa (he ocultado la única espinilla que sigue insistentemente en mi frente), me he puesto una delicada sombre brillante en poca cantidad, delineado solo un poco por arriba, y en mis labios, solo un bálsamo labial. Con el hermoso enterito que Tom me regalo, y lleve en mi maleta por si acaso, unos tacones negros de terciopelo, los aros de rosa que me regalo y mi cabello largo en pequeñas ondas que cae por mi espalda, salgo de la habitación y busco con la mirada a Tom en la sala. Esta sentado junto a Harrison. Ambos abren los ojos como platos y se levantan al verme. -Wow, ______, te ves…-comienza a decir Harrison. -Hermosa-termina Tom. Me sonrojo de sobremanera, y desvió la mirada hacia un lado. -Gracias-digo aun avergonzada. Tom carraspea, da unos pasos hacia mí y me ofrece su mano. -Señorita-dice en español, y me rio. -Pásenla muy bien-nos dice Harrison. Le doy una sonrisa.- Pero no tan bien, ya saben, algunos queremos dormir. -Hazza, cierra el pico-le digo sintiendo como mis mejillas se ruborizan aún más. Tom sacude la cabeza y rueda los ojos. -Duerman temprano, mañana es un día largo-le dice Tom, y salimos de la suite. Caminamos por el pasillo desierto hasta los ascensores, y mientras esperamos que suba, Tom coloca un mechón de cabello tras mi oreja y me da una sonrisa ladeada, que hace que mi corazón lata más deprisa. -Espero que tengas hambre, porque he escogido un lugar maravilloso-dice en voz baja. Sonrío. -¿Pasta?-pregunto. El frunce el ceño y arquea una ceja. -¿Cómo…? Las puertas del elevador se abren y entramos. Tom marca el botón del primer piso y las puertas se cierran. -Digamos que estar acá, en Los Angeles, a casi un año de cuando nos conocimos, trae muchísimos recuerdos-sentencio.- ¿He adivinado? -¿Tan obvio soy?-pregunta. Sonrío y niego con la cabeza. -Te conozco-le digo. Sus ojos brillan y sonríe. -Más de lo que pensaba, aparentemente. Las puertas se abren y nos bajamos. El vestíbulo tiene un poco gente, algunos que están anotándose en recepción, probablemente recién llegados, otros hablando en los sitiales que tienen a un costado, y otros viendo la pequeña mesita que dice “recomendaciones” y que está repleto de revistas y panfletos de paseos  tours que se pueden hacer por la ciudad. La gente nos mira de reojo, con cuidado de que no sea mucho tiempo. Aprecio el cuidado que tienen por nuestra privacidad. Cuando salimos, unos tres paparazis se precipitan sobre nosotros, pero con agilidad (por parte de Tom, porque yo no puedo dar un paso sin pensarlo antes con estos tacones), nos subimos a un hermoso auto n***o de vidrios polarizados, con asientos de cuero en su interior. Apenas Tom cierra la puerta, el coche arranca y me acerco a la ventana para observar el exterior, con las luces titilando por la ciudad. Tom toma mi mano y entrelaza nuestras manos y volteo a mirarlo. Unos cuantos minutos después el coche se detiene. Logro divisar una cuadra llena de lujosas edificaciones, y en el ambiente se siente un rico aroma a especias. El chofer abre la puerta de Tom, quien se baja primero, y luego me ayuda a mí a bajar. No hay paparazis ni prensa ni nada. Una alfombra roja oscura indica el camino a la entrada de unas puertas de vidrio, con un hombre de pantalones negros y chaqueta verde oscuro aterciopelada nos la abre. Le damos las gracias y entramos al lugar. El aroma a salsa de tomare, orégano y queso me golpean, y la boca se me hace agua al instante. Mi estómago ruge, y agradezco la música ambiente de un arpa que lo calla. El hombre de chaqueta verde oscuro toma unas cartas y nos pide que lo sigamos. Pasamos junto al bar a nuestra izquierda, mientras que a nuestra derecha, los comensales están sentados comiendo y conversando animadamente. Uno que otro nos mira, pero sin prestarnos mucha atención. Al llegar al fondo, subimos por unas escaleras a nuestra izquierda, cubiertas por la misma alfombra, pero con barandales de madera oscura. En la pared de nuestra derecha hay distintas fotografías de un hombre con muchas celebridades, probablemente el hombre sea el dueño del restaurant. A nuestra izquierda observamos el bar y más mesas desde arriba. Cuando llegamos arriba, observo que el lugar es en realidad abierto, techado, y con estufas altas que dan calor al lugar, aunque están apagadas, ya que no son del todo necesarias, después de todo, con un simple abrigo se está muy cómodamente. Hay pocas mesas distribuidas en el salón, todas con comensales que no nos prestan ni la más mínima atención, y me siento agradecida por ello. Avanzamos hasta el fondo y nos sentamos junto a la baranda marmoleada blanca, que deja una espectacular vista al resto de la ciudad. Me siento, nos deja las cartas, y se va. -Esta vez te has pasado, Tom. Este lugar es maravilloso-digo, observando a nuestro alrededor. Poder ver la ciudad, el ambiente tranquilo, con aquella melodía de arpa de fondo, el aroma que solo hace que me dé más hambre, las decoraciones al más puro estilo italiano, con fotografías de los monumentos más celebres de Italia, esculturas que imitan a las antiguas griegas y lienzos de acuarela de capos o hermosos riachuelos. -Espera a probar la comida, es igual de buena que la de Italia-comenta. Lo miro y sonrío. -Algún día iré, y volveré rodando a casa ya que no parare de comer pasta y pizzas-le digo. Él se ríe. -No lo dudo. Miramos la carta, me decido por unos fetuccini boscaiola (salsa de tomate con champiñones y alcachofas), mientras que Tom se pide unos spaghetti ala salmone. Mientras bebemos una copa de vino blanco, intento sonsacarle algo de información sobre quien muere en Infinity War, y me sorprendo cuando no da su brazo a torcer. -Vamos, solo una-le ruego. Nos callamos cuando nos sirven nuestros platos gigantescos a rebosar de comida. -Por ningún motivo-dice, una vez el mesero se va. -Mira, ya sé que Vision está condenado, al menos dime si Capitancito muere-le digo, y luego me coloco roja como un tomate al darme cuenta de cómo llame al personaje de Chris Evans. -¿Capitancito?-pregunta, levantando sus cejas. Atino a tomar el tenedor y echarme una gran porción de pasta a la boca. -Efta fuy fuena-digo con la boca llena. -¿Ah?-pregunta sin entender. Sonrío por dentro, he logrado desviarlo del tema. -Que está muy buena-digo después de tragar. El asiente, pero sin dejar de mirarme inquisitivamente. -Tu “Capitancito”-dice con énfasis.- No muere. -Uff-suspiro, con una mano en mi corazón. Rápidamente recobro la compostura al ver su mirada incrédula y le sonrío.- Como sea. -¿No te preocupa mi personaje?-pregunta con ojos entrecerrados, y luego e lleva un poco de pasta a la boca. -Tom, Spiderman en el MCU es un hecho histórico, realmente serían unos estúpidos si llegaran a matar a tu personaje-le digo. Su mirada se desvía. Frunzo l ceño y me inclino sobre la mesa. -¿Por qué pones esa cara? Tú sabes algo. Oh por dios, Tom. Dime que no matan a Spiderman-le susurro precipitadamente. -Pff no, claro que no-dice, y se lleva un poco más de pasta a la boca. Entrecierro los ojos, su tono no me convence. Cuando terminamos nuestra pasta, Tom pide por ambos Cannolis. Quiero decirle que no puedo comer nada más, pero cuando me explica que son, no puedo evitar pensar que mi estómago podría agrandarse unos cuantos centímetros para probar aquella delicia. -¿Qué tal si bailamos un poco antes del postre?-pregunta, levantándose de la mesa. -¿Bailar? ¿Dónde? Me toma la mano y lo sigo. Tras un pilar marmoleado, se abre una gran terraza, con algunas mesas al exterior. Hace algo de frio, ya que corre una pequeña brisa, pero hay unas parejas bailando a una melodía que suena bastante italiana. Nos colocamos en una esquina y comenzamos a balancearnos, siguiendo el ritmo pausado. -Es una maravillosa vista-digo, mirando hacia el cielo. -Lo es-dice Tom. Bajo la mirada, sus ojos están fijos en mí. Me sonrojo un poco y rio por lo bajo. -¿Acaso no es demasiado cliché? -¿Decirle a mi novia que se ve maravillosa es muy cliché?-pregunta. Asiento, él se encoge de hombros.- Estoy siendo honesto. -Eres imposible-susurro. Sus manos, que aferran mi cintura, me aprietan un poco más contra él. Sonríe de lado, y luego se inclina para depositar un suave beso en mis labios. Cierro mis ojos, y con la música de fondo, olvido por completo que estoy en un restaurant, rodeada de gente, que me esperan unos deliciosos Cannolis, y que estamos en una pista de baile improvisada. ¿Cómo sobreviví tanto tiempo sin él? ¿Cómo lo hare para continuar? ¿Qué pasa si no quedo en Oxford? ¿Qué pasa si quedo? Porque igualmente Tom no podrá estar mucho tiempo en casa. Se separa de mí, y abro mis ojos buscando los suyos con desesperación. De pronto, temo que este pequeño receso de nuestra relación a larga distancia se vaya acabar, quedando solo dos días. Me gustaría poder encontrar alguna forma para estar junto a él, sin que ninguno de los dos abandone sus sueños, sus proyectos. Pero es imposible. -¿Qué pasa?-pregunta, al notar mis ojos vidriosos. Me siento una tonta por llorar anticipadamente, estas lagrimas debía guardarlas para cuando me fuera, no ahora. -Nada-digo sacudiendo la cabeza. -______... -No quiero irme. No quiero que nos separemos-susurro con voz queda, mirando el piso. Sus manos sueltan mi cintura y toman mi cara, para obligarme a sentarnos. -Yo tampoco-susurra. Una lagrima comienza a correr por mi mejilla, y el la atrapa con un beso.- Ven, vamos a sentarnos. Me lleva hasta nuestra mesa, y nos quedamos tomados de las manos, uno frente al otro. Soy una tonta. Maldito hipotálamo, que me hace llorar como magdalena. -Te amo, y nada va a cambiar eso-dice de pronto. Suspiro y sonrío sin ganas. -Lo sé, yo a ti también. Es solo que me he acostumbrado a tenerte junto a mí-le digo, encogiéndome de hombros. -Yo también. No sabes lo difícil que es despertar, habiéndote tenido en mis sueños, y encontrar que estas a kilómetros de distancia. Pero hay que ser fuertes. -Lo intento, pero es difícil cuando haces todas estas cosas como si fuese un cuento de hadas, sabiendo que en tres días estaré soportando a aquella insufrible enfermera, sin poder siquiera abrazarte-replico. El mesero llega con nuestros postres, y debemos soltar nuestras manos para comer. Tom tenia razón, aunque siento que mi estomago explotara inminentemente, valio la pena. Nos vamos cuando Tom termina de pagar la cuenta, y bajamos las escaleras por las que subimos. Doblo a la derecha, pero Tom coge mi mano y me hace seguir de largo. -¿A dónde vamos?-pregunto sin entender. -No seas tan impaciente. Doblamos a la izquierda por una mampara, y llegamos a un hermoso jardín interno, pequeño, con una fuente por la que escucho correr el agua, enredaderas y hermosas plantas con flores de variados colores, el suelo de piedra laja, pequeñas luces colgadas en una estructura de madera por la que además hay parras con uvas colgando. -¿Te gusta?-pregunta, mientras yo observo embobada las plantas y la fuente. -Es precioso-admito. Tom acerca su otra mano a la mía, coloca mi palma hacia arriba y deposita una pequeña cajita de terciopelo. Me volteo y lo miro, petrificada. -¿Tom?-pregunto. Con una mano abre, hábilmente, la cajita, y dentro observo un hermoso anillo de oro rosa, que encima tiene nada más y nada menos que una rosa roja pequeña y delicada, y por el costado se asoman pequeñas hojas hechas del mismo material. En el medio, una pequeña piedra brillante. Me quedo muda observando aquella obra de arte, mi corazón late tan rápido y mis oídos zumban. Comienzo a sentirme algo mareada, y una parte de mi comienza a pasarse mil chorrocientas películas sobre las posibilidades de que Tom me esté presentando un anillo. El carraspea, y subo mi mirada, aterrada. Se ríe al ver mi expresión y se acerca un paso. -No te voy a pedir matrimonio, si eso es lo que piensas-aclara. Suspiro aliviada. No es que no lo haya pensado, en mis más locos sueños, pero vamos, somos novios oficialmente hace unos cuantos meses.- Pero quería entregarte esto, como muestra de una promesa. -¿Promesa?-pregunto, volviendo a asustarme un poco. -De que intentaremos todo para seguir juntos, de que te amo-susurra. Sus palabras me dejan sin aliento. Como me gustaría poder darle algo con aquella misma significancia, que sepa que yo también lo amo.- ¿Entonces? -¿Ah? Si, perdón-digo, saliendo de mis pensamientos. Se ríe un poco ante mi perplejidad. -¿Lo prometes?-pregunta. Le sonrío. -Claro que sí. Pero no es necesario que me des un anillo para eso-le replico. -¿No te gusta? -¿Estas bromeando? Me fascina. Estoy sospechando que Zendaya lo sabía todo, digo, mira mis uñas-digo, mostrándole mi otra mano, él se ríe.- Solo no quiero que… -Gaste mi dinero en ti, lo sé-dice interrumpiéndome.- ¿Puedes ponerte el bendito anillo? Siento que así llevaras un recordatorio contigo siempre, de nuestra promesa, de nosotros. ¿Enserio cree que se me podría olvidar que mi novio es el, Spiderman, el chico más guapo, tierno y bueno del planeta entero? Dios, Tom no sabe qué tan loca estoy por él. -Está bien, pero ningún regalo más-le advierto. Se ríe. Saca el anillo, y lo coloca en mi dedo del medio, de mi mano izquierda. -Te queda perfecto-dice. Me sonrojo. -¿Ya te he dicho que eres imposible?-pregunto. Se ríe. -Solo unas mil veces.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD