Belinda permaneció en su lugar. En los meses de convivencia nunca había visto a Ezequiel perder el control de esa manera. Sabía que por dentro era un huracán, pero en la superficie era un mar calmo. Sus ojos mostraban dolor, agonía y algo que ella no podía identificar. Ezequiel fue a su habitación y llamó a la puerta. – Ben, ¿qué pasa? – No puedo contar. Le juré a Kiel que esto nunca saldría de mi boca, no tengo otra opción, ángel. No me presiones por eso. En algún momento te lo dirá él mismo. Ella no insistió, no usaría lo que él sentía por ella, para hacer que Ben traicionara la confianza de su hermano. Si lo hiciera, no sería digna de su amor. El juego había terminado y Belinda podía sentir la erección de Ben en su espalda, pero prefirió fingir ignorancia, aún se estaba recuperando

