La Reina de la Mafia

ELISA —¡No me mate!—Me suplicaba el hombre que tenía frente mío, lloraba y sollozaba como niño.—¡Se lo ruego! ¡Por favor, no me mate!—Gritó desesperado. Lo miré con detenimiento y me di cuenta de que ese hombre era sumamente atractivo, guapo, con unos hermosos ojos verdes como las esmeraldas, su cabello que era rubio y rizado de las puntas, estaba completamente desalineado, fuera de lugar. Físicamente era muy fuerte, incluso más que yo pero al verlo en aquel estado tan deprimente, atado de las manos y pies con cadenas pesadas y oxidadas que le estaban haciendo marcas y moretones en las muñecas y tobillos; me afirmó el hecho de que no era tan fuerte como él se mostraba ante los demás. Era un maldito cobarde, inútil, mantenido, incapaz de darle una moneda a su propia esposa e hijo quienes rogaron por mi ayuda para librarse de este hombre. Al verlos rogando y suplicando por mi ayuda... me hizo enternecer pero al mismo tiempo sus palabras suplicantes me hicieron hervir en rabia e impotencia. Debía hacer algo antes de que fuera tarde y así lo hice. Envié a buscarlo y para mi sorpresa no fue necesario porque vino a mí en busca de ayuda, para que le diera dinero para ayudarlo a huir del país. Pero que idiota ni siquiera pensó ni un poco en su hijo y eso fue lo que más me hizo hervir en coraje. —No mereces mi misericordia... cerdo asqueroso...—Me miró con sorpresa y no era para menos luego de lo que su propia esposa me había confesado.—Así es, ya sé la verdad. ¿Creíste que jamás lo sabría? —¡¡MALDITA HIJA DE PUTA!!—Gritó FURIOSO.—¡¡¡LA MATARÉ!!! ¡¡¡LA MATARÉ!!!—Volvió a gritar tratando de soltarse de las cadenas a las que estaba atado de manos y pies. En ese momento me alejé y dije: —Cállalo...—Mi hombre de confianza Orlando me hizo el favor de hacerlo callar. Orlando lo hizo callar dándole un puñetazo en la cara haciendo que se callara aquel golpe resonó en toda la habitación, que era un calabozo que se había construido en la época de la Edad Media con el fin de mantener aquellos que fueran un peligro para la realeza, que luego en el Renacimiento una pareja de Italianos que vino a vivir en la Mansión clausuró el calabozo y luego en la segunda guerra mundial el calabozo volvió a utilizarse para torturar a los traidores que ayudaban a los Judíos que huían de Europa a otros países. Dicha pareja fue asesinada por traición a las creencias Nazis. Al terminar la guerra el calabozo quedó en desuso y terminó ser una parte más de la Mansión en la que viví desde que llegué al mundo. Pero luego mi bisabuelo decidió usar el calabozo para lidiar con aquellos que eran un problema para el negocio o para él mismo. No lo entendía cuando era niña, con el paso de los años, lo entendí y más aún cuando tomé el liderazgo de la familia Richter. Eso fue lo que hizo que comprendiera porqué mi abuelo deseaba tanto que mi ascenso y todo lo que me había enseñado desde pequeña fueran usados para gobernar con mano de hierro. Veía al hombre inconsciente, indefenso y sobretodo patético. Orlando me miró con sus dos grandes marrones en espera de órdenes. —Déjalo vivo, le prometí a su esposa que lo dejaría vivo pero antes quiero que le pidas Hassan que venga y le haga unos "arreglitos" para enviarlo con ya sabes quién...—Orlando no hizo preguntas y eso me agradaba de él. Salí del oscuro calabozo que olía a sangre, sudor, lágrimas y miedo, pero sobretodo a muerte. Ya me había acostumbrado a esos olores, sin embargo... era difícil de olvidar ese olor tan penetrante y pesado. (***) Luego de un rato estando en mi oficina leyendo y revisando papeles, un grito desgarrador resonó por toda la Mansión haciendo que dejara caer los papeles que tenía en las manos sobre mi escritorio de madera de pino de color oscuro. Suspiré pesadamente mirando al suelo, cerré los ojos un momento y la puerta de mi oficina se abrió, abrí los ojos y vi entrar a Orlando con la misma expresión de pesar con una mezcla de lástima, no hizo falta que lo dijera. Lo supe con sólo mirar su expresión facial. —¿Cuánto tiempo tomó?—Pregunté. —Una hora, no duró mucho—. Respondió muy serio. —Haz que lo envuelvan para regalo, y envíalo su Padre y dile que no quiero volver a verlo. Ya no es mi problema su maldito asunto. ¿Entendido?—Orlando asintió y salió de mi oficina con rapidez. Me quedé sola y me dejé caer en el respaldo de mi silla de piel negra y volví a suspirar pesadamente. Seguí trabajando en lo que estaba haciendo antes y volví a trabajar en lo que soy... La Reina de la Mafia...