Capítulo 1 parte 2

2304 Words
Cruzo dedicando una fugaz mirada a unas cuantas personas, camino por un largo pasillo lleno de más habitaciones y llego al comedor, uno de los tres comedores. Solo se escucha el ruido de las mujeres haciendo el desayuno. La mitad de la nave está llena de habitaciones, la otra mitad se utiliza para generar los alimentos, así que llego rápido al lugar que llamamos el herbario, mi lugar favorito en el mundo. Cuando abro la pesada puerta el olor de la naturaleza me atrapa. El verde me llena los ojos, y cuando cierro la puerta me recuesto en ella respirando profundo. La parte superior es una compuerta que se abre hacia afuera y deja entrar la luz del sol que me golpea el rostro. Las plantas me rozan la ropa mientras paso por en medio de las macetas. Rojos, amarillos, violetas y cientos de colores se entremezclan en una danza apacible coreada por el susurro del viento que entra por el techo; se mueven, se acarician entre ellas, casi como admirándose unas a otras. Por desgracia, en el herbario, solo podemos cultivar plantan que sirvan para algo: comida, medicina y cosas por el estilo. Pero a veces nos permitimos jugar a ser Dios, aunque suene horrible. Me dirijo hacia el laboratorio donde logro ver por encima de las plantas la melena negra y peinada, como ella dice, estilo afro, que sobre sale por la ventana. Me acerco mientras ella mira por un gastado microscopio. —Hola, Aleck. Llegas temprano— saluda levantando la cabeza. Sus casi cuarenta años no se notan, su piel es pulcra, y es un poco más morena que Jina. —Hola Grace. ¿qué haces? —Híbridas, como siempre — Separa su mirada del aparato y me mira —Hoy te gradúas — asiento, apartando la mirada —tu madre estaría orgullosa, ocupaste el segundo puesto, entre treinta. — No es nada — digo, ella asiente con la cabeza, y noto que evita mi mirada, nerviosa, juguetea un poco con el microscopio y después de un pequeño rato me mira. — Hace años hice algo, ¿quieres verlo? — asiento bastante emocionado, me aparto de las plantas que estaba observando y me siento en la silla a su lado, se inclina un poco, toma algo de una bolsita y la apretá en el puño, lo extiende hacia mí. Coloca la palma de mi mano bajo su puño mientras tragaba saliva. —¿Muerde? — pregunto y sus ojos negros destellan. —Lo hará— afloja el puño y algo verde cenizo y pesado cae en la palma de mi mano. Una semilla. —¿Cómo lo has hecho? — pregunto, confundido —Las plantas híbridas que hemos creado las hemos mezclado después de que ya hubieran germinado— sonríe tímidamente. —Llevo años trabajando en ella, Aleck, es especial, es la hija directa de la rosa que alteré, una F2, pero mucho mejor. —¿Y especial significa? —Una aberración para la humanidad. Aleck, necesito que cuides la rosa carnívora un tiempo, hay que sembrarla, para comprobar, estudiarla y todo eso, pero si la llegan a ver aquí no le perdonarán la vida, por eso confío en que la cuidarás, y confío más en tu criterio científico. Sé que me ayudarás — ¿Dijo rosa carnívora? —Hablas de ella como si fuera... Grace, ¿qué hiciste? — no responde, se pone de pie y se vuelve hacia una estantería que hay aún lado, toma una maceta, ya reutilizada varias veces, y se pone a llenarla de tierra. —¿Ya estas preparado? — evita mi pregunta. La dejo por el momento. —Tengo miedo. —¿De qué? —de que mi prueba de aptitud lance otro resultado que no sea trabajar contigo —Claro que lo hará— asegura tras darse la vuelta —llevo veintiún años aquí, y de todos los que han ingresado a esta sección eres el único que tiene el potencial. Las pruebas verán eso, te lo aseguro, aunque debes estar preparado por si las cosas no salen como esperas— pone la maceta frente a mi —dale agua tres veces a la semana y bautizala, recuerda, estudiala, analizala y luego me cuentas qué te parece, y como crees que la hice, si te convertirás en uno de mis aprendices, serás el mejor. Alguien tiene que aprender a cuidar todo esto cuando yo no esté — abre los brazos y muestra todo el herbario. —Espero que esto no sea grave. El director nos permitió hacer mezclas siempre y cuando.  —Relájate, Aleck— me interrumpe —el director me dijo que si podíamos mezclar tomates con alguna planta para que produzcan en más cantidad y más rápido. ¿me ayudas? — odio como ella manipula siempre el tema de nuestras conversaciones. Me arrimo un poco y comenzamos a trabajar. Media hora más tarde estoy en camino a mi cuarto, apretando la semilla de la rosa en mi mano y cargando la maceta llena de tierra. Me cruzo con unas cuantas personas y me animo a dar un estoico saludo levantando un poco el mentón. Saco la llave antes de llegar a la puerta y la introduzco. Miro para ambos lados, no sería bueno que me vieran entrar con una maceta. Más bien no sería normal, ya llamo suficiente la atención como para que ahora me tachen por loco. No hay nadie, así que giro la llave y entro. Siempre que entro en mi cuarto me abruma la estrechez, pero se necesita mucho espacio en la nave para cosas más importantes que la comodidad. Cierro la puerta y coloco el pestillo, enciendo la luz y avanzo hasta la pequeña mesita, coloco la maceta y me siento en la cama. Abro la palma de la mano y observo la semilla mientras recuerdo las palabras de Grace, "es especial" dijo, pero ¿qué tan especial?  Me acerco a la mesita, pongo la semilla justo en la mitad y la entierro con el dedo índice un par de centímetros. Levanto la maceta y la llevo hasta el pequeñísimo baño, abro el grifo y humedezco un poco la tierra. La coloco donde estaba. Miro el pequeño reloj que marca la siete en punto, me tiro boca arriba sobre la cama y me estrego los ojos. ¿y si me asignan a otra sección? ¿y si miento en la prueba de aptitud para lograr llegar hasta el herbario? ¿me descubrirán? ¿sería lo suficientemente inteligente para lograrlo? Supongo que no. Entonces no me queda más que responder con sinceridad. Cavilo un rato hasta que me quedo dormido, donde tengo un un sueño intenso en el que trato de caminar, pero no puedo. para cuando despierto el reloj marca las nueve y quince.   Me pongo de pie en un salto, y camino hasta el pequeño armario, saco el mono blanco con franjas negras, el uniforme, y lo dejo sobre la cama con un par de medias y calzoncillos. El agua es fría, como siempre, pero me ayuda a relajar los músculos. Salgo del baño y me pongo el mono que ya comienza a quedarme demasiado ajustado. Por suerte dejaré de usarlo hoy, tal vez se lo regale a alguien que aún este en la escuela, incluso podría dejarlo para Marian, con un par de ajustes podría... Desecho la idea, no le quedaría nunca, ni siquiera con una modificación molecular como diría ella. Me paro frente al espejo y trato de arreglar un poco mi cabello. Mojado me cae más abajo del puente de la nariz, pero es un poco ondulado así que cuando se seca se arremolina y no hay poder humano que lo haga cambiar de posición. Decido dejarlo de cualquier manera, al menos no nos exigen tener el mismo corte militar que pedían antes de la guerra, bueno, excepto a los guardas de seguridad y ese tipo de personal. Antes de salir de mi cuarto le dedico una mirada a la maceta que conserva la semilla de la rosa. De Rosa, no suena mal.  Para llegar al hospital tengo que cruzar de nuevo por la desgastada sala común. Hay un par de personas y no les presto demasiada atención, pero cuando estoy acabando de cruzar por el umbral de la puerta, alguien me llama. Me detengo y me vuelvo hacia la voz femenina, es la maestra Alma (ella enseña matemáticas, con énfasis en memoria), lee un libro y no me quita la mirada hasta que me pongo frente a ella, debe tener unos cincuenta y tantos. Me extiende el libro y yo frunzo el ceño. —Tómalo, te gustará— lo agarro con desconfianza. El libro está demasiado desgastado, la portada casi no se ve, se logra leer algo como: La quinta o, la otra parte del título esta rasgado. —Nadie sabe cuidar los libros por aquí— sonrío. —No, Aleck— dice ella —ese libro es mío. Era de mi madre. —No. Entonces no puedo aceptarlo— le tiendo el libro, pero ella niega. —Ya me lo sé de memoria, y a mi madre ya no le sirve de mucho— dejo de estirar el libro hacia ella y lo reposo en mi brazo. —Gracias— es lo único que puedo decir. Ella sonríe y se saca un paquete de la espalda. —No es todo— me extiende el paquete. Es cuadrado y está envuelto en papel de regalo reutilizado, de una esquina cuelga una tarjeta que reza: "felicitaciones". —Tómalo como regalo de graduación. —Gracias — digo, sin saber qué más decir, ella me mira a los ojos y suspira. —Tu madre y yo éramos buenas amigas, ¿lo sabías? —asiento con la cabeza, en silencio, Grace me lo contó barias veces —Todo el tiempo hablaba de todo lo que te ibas pareciendo a tu padre mientras crecías, estaría muy orgullosa de ti si te viera graduándote hoy —un nudo se hace en mi garganta —y más orgullosa al ver que te convertiste en un gran hombre como lo era tu padre, un poco más introvertido, pero un gran ser humano —me abraza con fuerza.  y me besa en la frente —suerte— añade y sale de la sala. Ellas eran apenas unas muchachas cuando los padres de la maestra Alma murieron, se hicieron casi como hermanas con Grace. Desde siempre la maestra Alma ha estado pendiente de mí, fue la promesa que le hizo a mi madre antes de morir, y ya la saldó.  Saldar una promesa siempre es demasiado complicado.  Tengo tiempo de volver hasta mi cuarto a dejar el libro y el paquete, luego bajo las escaleras y corro por los pasillos. Cuando entro la sala de espera está atestada de jóvenes, todos me miran por un segundo y luego regresan a lo que estaban haciendo que, básicamente, es guardar silencio y esperar. Saludo con una sonrisa a un par de chicas que me caen bien, aunque nunca hablamos, ignoro al quinteto de oro, que es un grupito de amigos arrogantes y patéticos, y me siento junto al único chico que podría considerarse mi amigo.  Cuando estábamos pequeños siempre insistía en que fuéramos amigos, y aunque yo lo ignoraba por completo terminé cediendo a sus risas alocadas y pésimos chistes, y fue útil: yo lo ayudaba en flora y él me ayudaba en trabajo en grupo. Tiene los ojos rasgados, mi tío me contó una vez que su ascendencia era de un lugar que se llamaba Asia. Tal vez por eso me agrada, porque físicamente somos diferentes a los demás, y también porque es muy inteligente, ocupó el primer puesto en las notas finales de la escuela. Yo ocupé el segundo, no está tan mal, teniendo en cuenta todos los que somos. —¿En dónde quieres quedar? — pregunta después de un rato. —En el herbario, obvio ¿y tú? — se encoje de hombros —En el hospital. Pero lo veo complicado. —¿Por qué? —Mis mejores puntajes fueron fauna y memoria, los animales son bonitos, tal vez me asignen a la granja. ¿y los tuyos? —Historia, Ciencias naturales y flora— un hombre abre una puerta con una lista en la mano, luego de repasar la sala lentamente con la mirada llama a la primera en la lista que resulta ser Miranda.  —¿Crees que podamos mentir y funcione? — me dice y arqueo aúna ceja. —¿Mentir en la prueba de aptitud y manipular los resultados? No lo sé — suspiro, sus ojos negros y rasgados me piden esperanza, pero, ¿cómo brindar esperanza a alguien si ni tú mismo la tienes? —es complicado— digo al fin y él hace una mueca. —Lo intentaré. — Edee Bunghan, no lo hagas— Él odia que diga su nombre completo, pero esta tan preocupado que no repara en ello. —No quiero terminar mi vida limpiando estiércol de vaca, Aleck. —Vele el lado positivo— le dedico mi mejor sonrisa y le aprieto la rodilla. —Las vacas no te gritan cosas obscenas mientas dan a luz— sonríe. —Lo que tu digas Jack Frost— es el único que puede bromear respecto a mi aspecto y no terminar con la nariz pegada al suelo. Nos pasamos la siguiente hora y media discutiendo acerca del aspecto que tendría Jack Frost, él dice que se parecería a mí, y yo digo que no tiene que tener el cabello blanco sólo por que controla el viento y la nieve, al final llegamos a la conclusión de que si nuestros hijos preguntan cómo era Jack Frost, les diremos que era calvo. Media hora después mi nombre resuena por la pequeña sala de espera.  
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