Unos labios temerosos. Eso fue lo que Kerem sintió en cuanto los labios de su esposa tomaron los suyos. Pensaba que no había nada peor que una mujer que no confiara en sí misma y si ella temblaba en sus brazos las cosas no terminarían bien, no podría acostarse con una mujer que temblaba en sus manos como gelatina. No iba a hacerlo, pero quería esa firma, la necesitaba. A regañadientes, terminó correspondiendo aquel besó. Su respuesta afirmativa alejó el temor principal de que la apartara y entonces la mujer llevó sus manos a su cabello y profundizó aquel besó aún más. Acarició los mechones de cabello y eso provocó que la chispa del deseo se incendiara en él. Por unos segundos se vió embelesado por aquel beso firme y deseoso que su esposa le estaba regalando. Era la primera vez que la

