Arabelle, no estaba arrepentida en lo más mínimo. Su comportamiento debía estar siendo una sorpresa para su marido pero no tenía nada que perder ahora, si decía lo que pensaba no cambiaba el hecho de que Kerem la quería fuera de su vida. Ya no tenía nada que perder y eso la llenaba de cierta desesperación.
Era innegable que le daba miedo pensar en los castigos que podía obtener, pero si lograba liberarse de ellos tal vez podría sacar beneficios de su arrebato. Esperaba, realmente esperaba que él no fuera esa noche, había estado hablando de su autoconfianza desde hacía dos días, diciendo en su mente que era bonita, que podría lograrlo, pero ¡Alá debía tener piedad! Kerem podría tumbar cualquier muro de confianza con unas simples palabras.
Arabelle terminó sentándose en la cama, quitándose los tacones delicados que usaba y pensando en la forma condescendiente en la que su marido le hablaba a Feray. No había nada exorbitante en su prima, más que su descaro conocido y sus modos tan…libertinos. Feray era su prima por parte de Hande, su tía, quien era hermana de su padre y estaba casada con un político turco importante, Demet Demir. Una chica criada en la vanidad, soberbia y todos los defectos del mundo.
Feray disfrutaba humillando a la gente y nunca se había llevado bien con ella, aunque compartía simpatía con su hermana Dilay, pues cuando ella vivía eran amigas y compartían ciertos pasatiempos. Arabelle colocó las manos en su cabeza y entonces se levantó de golpe a ponerle seguro a la puerta.
No le importaba que tocara, no iba abrirle la maldita puerta porque un sentimiento de temor comenzó a agobiarla. Kerem era un hombre al que se le debía tener miedo.
El reloj comenzó a correr y con él, el nerviosismo de Arabelle aumentó. La mujer decidió que era momento de quitarse aquel vestido y ponerse un pijama. Entre más tarde se hiciera, menos posibilidad habría de que él tocara la puerta. Se acercó al balcón para mirar como la noche reinaba sobre la imponente Estambul, con ese toque místico que la envolvía.
Jugueteó con el anillo que su padre le había regalado, un anillo de diamantes y oro puro. Sonrió con melancolía. Había sido demasiado rápido, tan rápido que a veces ni siquiera recordaba que había muerto. Lo pensaba vivo.
—Nadie me quitará lo que era tuyo, papá, lo prometo. Así tenga que venderle mi alma al diablo o jugar las cartas sucias, voy a defender lo que construiste con sudor y lágrimas—susurró acariciando el anillo.
Si dejaba ir sus empresas, su padre nunca se lo perdonaría, lo que él más amaba luego de sus hijas, era su empresa y ella no podía dejar que se le fueran arrebatadas de una forma sencilla. Se apartó del balcón y se dirigió al armario para comenzar a quitar su ropa.
Dejó que el vestido resbalara por su cuerpo y luego se apresuró a buscar un camisón. Cuando ya lo tenía en sus manos la prenda cayó al suelo. Dió un respingo al escuchar la puerta, miró el reloj, eran las doce.
¿Cuándo había pasado tanto tiempo?
Miró como las luces de la residencia se apagaban por el balcón, sumiendo los jardines en una oscuridad inmensa. Eso quería decir que los empleados ya se habían ido a descansar.
Un golpe.
Luego otro.
¡Otro con más intensidad!
—¡Arabelle! ¡Abre la maldita puerta!.
Ella sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo, corrió a la cama y se cubrió con las sábanas. Solo usaba ese conjunto de encaje color vino que combinaba con la ropa, pero con suerte, al pensar que estaba dormida, no la sacaría de la cama y estaría bien. Apagó la luz y cerró los ojos con fuerza.
¡Alá!
Arabelle estaba temblando de forma literal.
Respiró para alejar la sensación de desesperación que se apoderaba de su pecho. Estar enfadada era mejor que tenerle miedo, así que recordó todo lo que había tenido que pasar durante ese año.
Las amantes de Kerem.
Feray.
Sus palabras que apagaban su autoestima.
Eso le prendió la sangre y calmó un poco el temblor de su cuerpo. Recordaba las palabras de Fatma. Confianza, necesitaba confianza. Los gritos de Kerem no dudaron demasiado, pues con una orden mandó a traer las llaves y la puerta se abrió un par de minutos más tarde. Las luces de la habitación se encendieron y usando la estrategia de la zarigüeya intentó hacerse la muerta o mejor dicho, la dormida.
Pudo sentir esa fragancia masculina emanar de su cuerpo y embargar la habitación. Era mentira, no olía como Feray, olía seductoramente y eso no ayudaba cuando tenía que dormir a su lado.
Escuchó el sonido de sus pasos acercarse, hasta tenerlos a un lado de la cama, Arabelle intentó mantener su postura, pero entonces un cosquilleo le recorrió el cuello. Esa sensación de tu sistema inmune que te advierte cuando algo se está acercando demasiado a ti. La puerta se había cerrado con seguro detrás de él y la enorme habitación estilo persa pareció pequeña. El cosquilleo aumentó y entonces terminó abriendo los ojos.
Mala decisión, porque lo que tenía en el cuello era una navaja cerrada que al momento de abrir los ojos terminó abriéndose quedando a nada de su cuello.
—Buenas noches, sevilen (querida), parece que tu sueño no era demasiado profundo.
Arabelle sintió que un sudor frío le recorrió la espalda. Los ojos verdosos pero grisáceos a la vez, le miraban ligeramente burlones al notar como había tragado saliva luego de mirar la navaja.
—No estaba dormida.
—¿Por qué has abierto?
—No pensé que tuvieras algo para decir.
—La muerte de tu padre ha soltado tu lengua, pensé que eras inteligente, deberías resguardarla ahora que no tienes nadie para protegerte de las imprudencias que puedes provocar con ella—musitó acariciando su cuello con la hoja de filo y haciendo que la mujer apegara más su cuello a la almohada para evitar que le cortara.
—Aparta eso de mi cuello, Kerem.
—¿Por qué? ¿Te incomoda?
—¿Que diría el consejo si te mirara hacer esto con tu esposa?
—Posiblemente se enfadarían, pero nunca lo sabrán, podría rebanarte el cuello y mentir al respecto. Diría que un albano se coló por tu ventana y te degolló hasta la muerte, es una buena forma de librarme de ti.
Arabelle supo que no estaba bromeando, era capaz de hacerlo.
—No lo harás, porque tendrás problemas y necesitarás mi firma. Luego de la muerte de papá, firme una cláusula donde dice que si muero de forma impremeditada todo pasara a manos de un primo lejano, apenas es un bebé, pero pensé en que podrías pensar en matarme y tambíen use mis métodos—la expresión burlona de los ojos de Kerem se borró.
—¿No hablas en serio?
—¿Por qué mentiría? Así que aparta la hoja o verás lo que más deseas siendo transferido a todas manos desconocidas de las que nunca podrás recuperarlos.
La hoja terminó regresando a su guarda. Lo había hecho, pensando en hasta dónde era capaz de llegar. Con un hombre como él nunca se sabía y ahora estaba sola. Ella necesitaba protegerse.
—Estoy harto de juegos, maldita sea—siseó—, vas a firmar los malditos papeles y te aseguraras de liberarme de ti. No quiero réplicas, harás lo que te he dicho.
—¿Vienes por tu respuesta?
—Vengo por mi divorcio
—Dudo que lo obtengas.
Las manos del hombre le sujetaron por la barbilla con fuerza, pegando su cuerpo aún más contra la cama.
—Estás cruzando líneas que no tendran retorno y te estás comportando de forma estúpida. Voy a darte dinero y saldras de mi maldita vida para siempre—la sujetó con fuerza apartando las sábanas de la cama en un intentó de que ella se pusiera de pie pero entonces, cuando logró ponerla de rodillas sobre la cama, se dió cuenta de que estaba metida en un conjunto de encaje color vino que le robó el aliento.
Arabelle tragó saliva al notar como sus ojos la miraban de arriba a abajo de forma descarada.
—¿Por qué estabas así?
—¿Como?
—¡Así, medio desnuda!
Eso acababa de sonar como un reproche. Kerem la soltó y como alma que lleva el diablo comenzó a abrir los armarios y luego se asomó por el balcón esperando ver una huella o algo que le indicara que un hombre había estado en la habitación. No encontró nada.
—¿Qué buscabas? ¿Un amante?—preguntó ella anonadada—. ¿Te das cuenta de lo mal que te ves haciéndolo? Es un tanto hipócrita de tu parte hacer cosas como esas, es machista e injusto.
—¿Es injusto enfadarme porque me seas infiel bajo mi techo?
—¿Es que acaso tu no haces lo mismo?
—Nunca lo he hecho en mi casa.
—¡Oh, vaya! Que Alá te bendiga por aún conservar cierta moral. ¡Por favor!—exclamó Arabelle sintiendo que la sangre le hervía. Era un descarado e infeliz—. No importa si lo haces afuera o adentro, sigue siendo una infidelidad y no veo el porque debería molestarte si es que uno busca fuera, lo que no tiene en su casa.
Mientras decía aquello conectó su mirada con la suya, haciendo que él le dedicara un gesto de rabia acumulada. Uso las mismas palabras que él había dicho en su contra.
—¿Qué te ha pasado? Tu y yo nos habíamos llevado bien todo este tiempo, hasta ahora.
Arabelle se quedó en silencio. Llevado bien no era la palabra para describirlo. Ella había sido un zombie que asentía a cada petición o orden suya sin dudar. Ella estaba sometida a su voluntad y no tenía voz y voto en ninguna de sus decisiones a pesar de que estaba estipulado que tenía que respetarse su postura.
—No nos llevamos bien, Kerem, simplemente te dejé llevar el control de todo. Mi sumisión y mi recato contigo se ha acabado, obedecerte no sirvió de nada, considerando que a la mínima oportunidad me has pedido el divorcio. No me queda nada para perder, así que olvídate de que tolerare lo que haces delante de mis ojos.
Todo ese tiempo se había escondido detrás de sus sentimientos, pensaba que haciendo caso a sus deseos podría ganar algo, pero lo único que había hecho era que él la considerara un débil eslabón que no tenía nada que ofrecer más que obediencia, una ciega obediencia.
Kerem hizo un atractivo gesto displicente para luego pasar las manos por su cabello.
—No tendrás que tolerar nada, porque no estarás aquí para verlo. Estoy en mi derecho de terminar con este matrimonio, tu no tienes de qué preocuparte, te daré tanto dinero como para que puedas vivir mil vidas, consigue a un hombre que te pueda dar lo que necesites, uno acordé a ti.
—¿Acaso tu no sabías mejor que nadie sobre la humillación pública que un divorcio podría traerme? Ninguna “Kralice” se ha divorciado nunca, porque el matrimonio no se desintegra solo por un deseo. El matrimonio solo se logra separar con la muerte y lo sabes.
—¿Eso es lo que te importa? ¿Lo que la gente piense?
—¡A mí me importa! ¡A ti no te importa lo que la gente diga de mí, yo soy tu esposa! ¡Te importaría más que hablaran de Feray!—decir que levantó la voz fue poco. Estaba cansada, cansada de tener que presenciar toda clase de ofensas en su contra, de soportar a sus amantes, de tener que saber que cuando se marchaba posiblemente terminaba en la cama de su prima. Ya estaba cansada.
—No voy a negar eso.
—Pues deberás acostumbrarte si quieres casarte con ella, porque media Estambul sabe que es una zorra que disfruta saltar de cama en cama. Me apena saber que la descendencia que me has negado darte, pueda ser puesta en duda, yo que tu, en cuanto naciera mi hijo le haría una prueba de paternidad para asegurar así que no estoy criando al hijo de otro.
Como si sus palabras fueran una chispa, terminó encendiendo la sangre de Kerem. Maldijo entre dientes sabiendo que por ahora no podría hacerle nada, no mientras no hubiera firmado los papeles del divorcio. Sin embargo, no olvidaría nada de lo que habían hablado, recordaría cada palabra y en cuanto tuviera esa firma, iba a encargarse de hacerla arrodillarse para besar los pies de Feray, quien pronto también llevaría su apellido.
Arabelle se quedó estática cuando lo miró caminar tranquilamente en su dirección. Sus ojos verdosos la recorrieron apreciando cada detalle de su cuerpo. Por unos segundos, aquella intimidación que esperaba lograr se convirtió en análisis puro. El cuerpo de Arabelle nunca había sido visto de esa forma por sus ojos. Esos grandes pechos parecían luchar dentro de aquel sujetador. Tenía una piel morena clara, sin imperfección alguna y que decir de la forma en cómo esas bragas de encaje resaltaban ese redondo y tentador trasero.
De su cabello emanaba un aroma floral y cuando Kerem colocó su mano sobre la mejilla de su esposa pudo sentir la suavidad de su piel tersa. Arabelle no temblaba, pero podía notar la expectación en sus ojos color miel.
No estaba haciendo eso como una caricia en absoluto.
Era la primera vez que la tocaba, al menos de esa forma. Su pulgar acarició su mejilla y sus ojos destellaban un sentimiento de dominación profunda. Era como si buscara hacerla sentir inferior, como una bestia salvaje que buscaba acorralarla.
—Escúchame bien, Arabelle, no me gusta la desobediencia, me gusta que las cosas se hagan como yo lo ordeno y si no se hace de esa forma, alguien tiene que pagar las consecuencias. Piensas que estás protegida por el consejo y por tus propias acciones, pero creeme, si logras enfadarme en verdad, ninguna de tus habilidades de protección servirán y como te apreció en verdad porque sin importar nada eres mi primera esposa…—acarició sus labios y se acercó de forma peligrosa a ella, Arabelle le sintió inclinarse cerca de su oído para susurrarle unas palabras que hicieron que sus vellos se erizaran—, voy a enviarte a que le hagas compañía a tu padre, al cielo o al infierno, donde sea que él se encuentre. ¿Fui claro?
Los ojos de Kerem buscaron una respuesta afirmativa. Arabelle sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas al instante, pero haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad terminó asintiendo por su bien.
Eso le traería beneficios más adelante.
Debía tragarse su orgullo para poder seguir a la segunda fase de su plan. Kerem sonrió de una forma demasiado atractiva para su gusto, debido a la situación. No quería pensar que era atractivo, solo que era un idiota. Un idiota atractivo sería lo correcto.
—Magnífico, no entiendes como me fascina que las cosas se hagan acordé a mis deseos. Mira el lado bueno, vas a tener mucho dinero, demasiado en verdad. Voy a darte tanto como me pidas—su tono complacido la hizo suspirar en cuanto sintió que sus manos se apartaban de su rostro, el hombre caminó hacía el buró donde había dejado los papeles y entonces se los tendió.
Arabelle tragó saliva y los tomó en sus manos. Al sacarlos la palabra divorcio brillo en su máxima expresión y leyó cada párrafo. Quería tres cuartas partes de la empresa de su padre para él, aunque lo compensaba con dinero en otra de las cláusulas.
—¿Quieres que me vaya de Estambul?
Sintió un nudo en la garganta.
—De Turquía, quiero que te vayas a América o a Asía, pero que te alejes de este país, será lo mejor para ti, considerando que no quieres que la gente hable de nuestro divorcio.
—¿Cuánto tiempo esperaras antes de casarte con Feray?
—Tal vez unos tres meses.
Ella regresó su atención a los papeles, notando cada detalle de ellos y sintiendo un sabor amargo en la boca. En cuanto lo comunicará iba a ser una humillación pública para ella, especialmente cuando leyó la parte donde se estipulaba quién sería ella quien comunicaría sus deseos de divorcio.
Lo miró anonadada dándose cuenta de sus intenciones de limpiar su nombre y no tener problemas con el consejo. Si era ella quien decía que no quería seguir casada y quien deseaba el divorcio, todos las tratarían como una desertora, perdería el respeto y quedaría catalogada como la primera “kralice” en hacerlo.
Eso fue como una tortura en su pecho.
¿Porque la odiaba tanto? ¿Porque buscaba humillarla así?
No dijo nada al respecto, solo terminó de leer los papeles y para sorpresa de Kerem terminó dandoselos de nuevo. A pesar del nudo en la garganta, de la humillación que tenía luego de leer esos papeles y de saber la realidad que le esperaba si es que ese divorcio llegaba a darse, puso en marcha su plan. Si no lo hacía se quedaría sin nada, sin una herramienta de protección y humillada en la máxima extensión de la palabra.
—Voy a darte el divorcio—dijo entonces—, pero tengo una condición o bueno, dos condiciones que considerando todo lo que has estipulado en este documento no son nada.
El solo hecho de verla dispuesta a firmar le puso contento.
—Te escuchó.
—Quiero que me des dos meses a partir de ahora para firmarlo. Quiero tener todo listo para salir de Estambul en cuanto eso pase—pidió, pero la realidad era que solo necesitaba ganar tiempo.
Kerem ni siquiera lo pensó.
—Te daré esos dos meses. ¿Cual es la segunda?
Esa posiblemente era la más complicada de todas, pero igualmente la dijo, recordando la mirada descarada de Fatma Polat. Confianza.
—Quiero que te acuestes conmigo.
Kerem se quedó pasmado, pero luego de unos segundos no pudo evitar sonreír.
—Te estás burlando de mí ¿Cierto?
Arabelle negó y al notar la seriedad, la sonrisa de Kerem también se borró. No estaba bromeando, en absoluto.
—No, habló en serio. Cambiaste tu postura original, dijiste que le dirias al imán que no habíamos consumado el matrimonio, pero la realidad ahora es que quieres que sobre mí caiga el peso de nuestro divorcio. Técnicamente voy a abandonarte y quedaré como una desertora, pero…no puede haber divorcio si nunca hemos sido realmente un matrimonio y se que sabes lo que quiero decir.
—Entonces dices que como no te he follado no eres mi esposa.
—Técnicamente así es.
—¿Y si me niego?
—Entonces no haré nada de lo que dices y tampoco te daré la firma con facilidad, siempre puedo alterar cláusulas y quitarte lo que más deseas. Yo también tengo mis formas de jugar sucio. No creo que sea tan complejo para ti intentarlo.
Kerem estaba divertido pero a la vez contrariado por la situación. Siempre le había dicho que era demasiado joven ante sus ojos, pero con un demonio demonio, ahora que la miraba sin ropa comenzaba a tragarse sus palabras. Arabelle lo miró juguetear con sus anillos, como si analizara la situación.
Él no estaba jugando con ella, ella se lo estaba pidiendo.
Cuestión de una hora para obtener su firma y hacerla salir de su vida. No pensaba que fuera tan complejo dada la intranquilidad que le causaba mirarla así, con ese conjunto de encaje que despertaba sus más bajas pasiones. Tardó unos segundos en responder dejando a Arabelle con la expectación de su respuesta.
Posiblemente terminaría negándose, era lo más probable.
Esa mirada controladora no se despegó de ella ni por un segundo aumentando su nerviosismo.
Era momento de retractarse y de decir que no deseaba nada y morir porque se negaría a darle el divorcio. Por dentro, un mar de mariposas recorrieron su estómago, hasta que escuchó su respuesta.
Kerem se acercó a ella hasta que las puntas de sus zapatos casi pudieron tocarse con los pies descalzos de ella. Bajó la mirada debido a que era mucho más alto que ella. Alto y fornido, Arabelle apenas y le llegaba a los hombros sin tacones.
—Bien, te daré las dos cosas que pides—informó haciendo que ella se sintiera aliviada. Allí venía su oportunidad, una que no podía desperdiciar. Confianza, confianza, y nada de miedo esas palabras se repetían en su cabeza—. Ahora quítate la ropa y sube a la cama.
¿Qué?
No, no, no.
Sabía por dónde iba, si bien era virgen no era una idiota que podía dejarse engañar de forma tan sencilla. Había hablado casi toda una noche con Fatma Polat como para que él pudiera engañarla. No quería nada vació, tampoco que lo hiciera de forma frívola.
Negó de inmediato.
—No, así no—replicó de inmediato negando con la cabeza.
—¿Entonces qué demonios quieres?
¿Qué quería? Esa era una muy buena pregunta. Acercó su mano al rostro de su marido y entonces por primera vez en un año, pudo sentir su piel y el detalle de aquella perfecta y delineada barbilla. Poseía una barba perfectamente delineada y abundante, que iba perfecto con aquel rostro varonil y de perfectos límites. Su cabello era n***o como la noche y de una suavidad detectable a simple vista.
Esos ojos intimidantes y controladores completaban la visión perfecta de un sublime rostro maduro y cargado de imponencia. No era sorpresa que las mujeres le provocarán, pues además de la notoria cartera cargada que portaba, estaba su estampa física que era un deleite apreciar.
Si tan solo las cosas hubieran sido diferentes no tendría que engañarlo para proteger su posición.
Arabelle tragó saliva para opacar su nerviosismo y entonces le respondió, besándolo.