La mujer colocó sus manos dentro del agua y luego las convirtió en un cuenco para poder mojarse un poco el rostro mientras soltaba un suspiró. Al mirarse al espejo pudo notar el color en sus mejillas y unas ligeras rojeces en su cuello. Había sido una buena noche para ella, pero a juzgar por el rostro que él había puesto mientras se perdía en ella, él también lo había hecho. Su tacto le había quemado la piel como si se tratara de algún carbón ardiente y sus dedos que acariciaban sus muslos y trasero parecían dejar una huella interminable de expectación. Sobre él, le había besado, recordando las palabras de Fatma Polat, debía dejarse de rodeos y dejar que su cuerpo hiciera lo que deseaba y lo que más deseaba, era besarlo. El beso de la primera vez le había dejado con una ardua expectaci

