Un gruñido, uno fuerte y demandante. —Osama, por favor, come tu jodido trozo de carne. Gatito ¡lindo gatito!—decía uno de sus cuidadores mientras intentaba que la fiera embravecida comiera algo. Llevaba dos noches sin querer comer absolutamente nada, tal vez porque la semana anterior había rasguñado con sus filosas garras a uno de sus cuidadores. ¿El motivo? Este le había gritado y el animal no soportaba que le hablaran de mala gana. Había tenido suerte, pues si la reja no se hubiera cerrado el animal lo habría mordido. El empleado malhumorado terminó en el suelo, con la carne temblando sabiendo que la muerte había pasado por sus ojos cuando Osama le mostró los colmillos. Sus compañeros le levantaron del suelo. —Será mejor que no te pares por aquí de nuevo. —¿Por qué? —Porque

