Capítulo II

2741 Words
En la vasta inmensidad de esa tundra ártica, el camino asfaltico había sido devorado por la espesa nieve varios kilómetros atrás, desde la ventanilla del camión donde mantenía mi frente pegada, percibí la última tenue caricia de los rayos del sol al atardecer antes de ocultarse, cerré los parpados suavemente disfrutando la sensación. Mi regreso a Barrow, coincidía con el inicio del invierno polar, o eso era lo que marcaba el calendario, por esa razón esta mañana me levante aun con el alba, para continuar con mí travesía, había dedicado varios minutos para disfrutar cada instante de la salida de los primeros rayos del sol, contemplando aquel gélido amanecer entre montañas. Ya que, al llegar a Barrow, no volvería a ver el sol. No hasta el siguiente año, seguí con melancolía su descenso, hasta perderlo de vista en el horizonte y como un acto orquestado del arribo de una prolongada y perpetua oscuridad, el autobús disminuyó la velocidad, mostrándome del lado derecho aquella estructura arquitectónica vanguardista revestida por enormes ventanales, que desencajaba con la realidad de la región nativa; sin embargo era un intento bastante bien logrado para demostrar un crecimiento económico e infraestructural de los servicios locales. Pero para mí, no dejaba de ser eso, un Hospital. Cuando los frenos detuvieron por completo las llantas, yo ya estaba con mi mochila al hombro en las escalinatas, fui el único pasajero que bajo en dicha parada, aun así, el chofer espero sin prisas, de forma amable, a que sacará mi bicicleta de la parte inferior del autobús donde viajaba el equipaje. Una vez que el autobús se puso en marcha alejándose lentamente, sorteando el camino sinuoso de nieve, quede de pie frente a esas grandes puertas de cristal, di la vuelta sobre mis tobillos, a un lado del estacionamiento encontré la zona para estacionar las bicicletas, busque el mejor sitio para ubicarla, colocándole la manguera de seguridad junto con el candado, tomándome mi tiempo. «Apresúrate Aarón, ¡ya estás aquí!... ¡es hora de entrar! exigió mi conciencia». Una energía invisible, que emanaba de ese sitio me repelía, incluso el viento helado que soplaba sobre mi rostro y los alrededores desolados en un blanco incipiente ya envueltos en una oscuridad total, me hacían sentir menos inquieto que la posibilidad de entrar allí, «posibilidad» me cuestione. No, no. Yo tenía que entrar, no era opcional, no pensaba huir, no en esta ocasión. Disipe todos esos miedos infantiles y comencé a poner un pie delante del otro, acercándome a la entrada del "Hospital Simmons Memorial" en cuanto los sensores captaron mi presencia las dos puertas de cristal se abrieron, trague saliva, sujetando con fuerza las correas de mi mochila, como si esto me diera algún tipo de anclaje a mi vida actual y con ello asirme a la seguridad en mí mismo, en unos cuantos pasos me encontraba frente a la recepción. La vida se desarrollaba dentro de estos muros con la monotonía habitual, un par de enfermeras pasaron a mi lado con sus tablillas de valoración en las manos, demasiado concentradas para prestar atención a mi presencia, del lado derecho un Doctor bajaba las escaleras apresurado perdiéndose en la puerta rotulada con la leyenda «sala de emergencias», debí quedarme en esa introspección «abstraído» observando todo el movimiento en ese primer piso, mas tiempo de lo que percibí, ya que lo que me hizo, ver a los ojos a la enfermera de la recepción fue esa pregunta insistente —Disculpe, ¿le puedo ayudar en algo? disculpa, me oyes. Negué con la cabeza, para después asentir, aclarando mis ideas —Sí, por favor, estoy buscando a mi hermano Dominic. —regreso la mirada a su computadora y comenzó a teclear. —Dominic... —Apellido —demandó —Dominic Knigth —respondí Se detuvo por un momento contemplándome y preguntó —¿Te sientes bien? ¡Qué, si me sentía bien! cada una de mis extremidades estaba helada, pero no por el frío, sino por lo que estaba a punto de enfrentar, o más bien a quien estaba a punto de volver a tener de frente, mejor dicho. Mi corazón palpitaba descontroladamente, producto de un temor que intentaba ocultar tras mi mirada seria y mi postura fatigada, efecto de un viaje extenuante, no tanto por la distancia, como por el destino y sobre todo por el debate mental, en el que había estado sumergido durante cada uno de los kilómetros recorridos. —Sí, estoy bien, gracias por preguntar, solo un poco cansado. Coloque mis manos sobre el mostrador, inclinándome hacia el frente y llevando mi mirada a su computadora, intentando que captara mi apremio sin decir más, esperaba, dejar zanjando el tema, ejercí presión viéndola insistentemente para que me respondiera, respecto al paradero de mi hermano. La enfermera a su lado, que, hasta este instante, me di cuenta de que no había dejado de mirarme desde que me acerqué. —Aarón ¿eres tú? —exclamo. Ladeé la cabeza y fruncí la frente, intentando recordarla... no tenía más de año y medio que yo me había marchado a la Universidad, aun así, no la reconocí. —Soy Madeleine —agregó, al notar mi desconcierto. No me recuerdas, lo entiendo, te conocí cuando eras muy pequeño, un bebé de hecho, estudie para enfermera con tu madre en Carolina del sur, después me mude de ciudad, le perdí la pista a tu madre por muchos años y ¡Oh sorpresa! Nos hemos venido a reencontrar aquí, cosas del destino que me trajo aquí, hace menos de un año. «¡Qué maravillosa historia! Ahora alguien, podría informarme la condición de mi hermano, pensé». La impaciencia debió dibujarse en mi rostro, Madeleine, se puso de pie y con pronta obviedad, como si la joven enfermera que me atendió en un inicio debiera saberlo —Es el hijo de Reagan Knigth. La jefa de enfermeras, ¡no te quedes allí sentada Dayan! llévalo, segundo piso habitación 118. —le comunico con apremió, se giró hacia mí y con una sonrisa afable. —dijo— Le avisare a tu madre que ya llegaste—. Al tomar el auricular del teléfono, mi incertidumbre y la preocupación enraizada en mi pecho por la condición de Dominic, me llevaron a preguntarle, al tiempo que ella marcaba los dígitos —¿Usted podría decirme sí mi hermano, está bien? ¿Qué es, lo que tiene? —Lo siento Vladimir, pero esa información, solo te la puede proporcionar el médico responsable o en su defecto tu madre —declaró con absoluta sobriedad. «Ese nombre género, un eco recalcitrante en mis oídos». —Aarón, llámeme Aarón, por favor —pedí, frunciendo ligeramente el ceño, molesto. —Lo siento, creí que... Sacándola de ese momento incomodo Sacudí la cabeza, afirmando —Sí, Vladimir es mi segundo nombre, sin embargo, nadie me llama así. Le hice saber y clausuré, el tema con una sonrisa tan cortes como podía esbozar, dentro de la situación inquietante que me tenían hoy dentro de un Hospital. Del otro lado de la línea telefónica no tardaron en comunicarle que mi madre se encontraba en el área de laboratorio. Sabía que nuestro encuentro era una inminente realidad de la cual no podía escapar, pero justo ahora, al ver la miradas que ambas enfermeras habían intercambiado, todos mis temores fueron alimentados por su silencio y el aparente hermetismo con el que se estaba gestando la información referente a la salud de Dominic; en un principio incluso me sostuve de la idea de que este supuesto «decaimiento» o «enfermedad» que surgió de un instante a otro estaba estrechamente relacionado con la inmensa casualidad, de que justo en esa semana, según lo planificado, yo realizaría el viaje en avión para recoger a mi hermano directamente en el aeropuerto e iniciar nuestra aventura de vuelta a la ciudad de Anchorage, serian casi dos meses de vacaciones antes de iniciar las clases en la Universidad, contaríamos con el tiempo suficiente para realizar un pequeño viaje, después le mostraría los sitios más emblemáticos de la ciudad y por último, una vez que ya estuviera instalado en mi apartamento, le presentaría a algunos de mis amigos más cercanos y por fin empezaría a enseñarle a mi hermano como era el mundo, fuera de Barrow. En ningún momento dentro de mis planes figuro volver a ver a mi madre, de hecho, pensaba hacerlo hasta que terminará la licenciatura, así que, en un principio para mí, todo señalaba hacia un tipo de chantaje para generar un encuentro familiar; fue por eso que el alarmismo de Aurore en su timbre de voz y el amarillismo de sus palabras no me alertaron demasiado, estaba acostumbrado, a su tendencia por exagerar las contingencias. Conforme subía las escaleras en silencio, caminando al lado de esa enfermera mi sentido común destejía más la posibilidad de que esto, no formaba parte de algún tipo de manipulación, debía abandonar esas ideas pueriles de que mamá poseía un tipo de poder ilimitado, que la volvía capaz de hacer que las cosas sucedieran según sus deseos. Una enfermedad, un accidente, eran cuestiones que salían de las manos de todo ser vivo; además en esta ocasión, mi madre no me había puesto al tanto, no se había comunicado conmigo para nada, debía estar demasiado enfocada en Dominic. Me sentí un insensible, como era posible, que, durante la llamada telefónica, ni siquiera intenté consolar a mi hermana, conociéndola debió estar al borde de la histeria. Aurore era la clase de hermana que emanaba una rectitud infranqueable, una perfección que incomodaría a cualquiera con sangre en las venas, sin embargo, tenía otra personalidad que afloraba, sobre todo cuando estábamos sin la presencia de nuestra madre, era cuando se permitía ser maternal y cariñosa con Dominic y conmigo. Era como sí Reagan, hubiera tomado toda la dulzura que existía en ella y la hubiera sepultado con sus reglas y creencias religiosas, que debían ser seguidas a la letra, sin omisión alguna. Llegué a la puerta con el número 118 y antes de que la enfermera tocará, la detuve —No, espere... Me miro desconcertada —Le agradezco por mostrarme el camino, ahora por favor puede dejarme a solas. De inmediato comprendiendo que necesitaba privacidad, se dio la vuelta brindándome una ligera sonrisa de apoyo, una vez solo, quede de pie frente a esta, observe, entre las persianas que estaban un poco abiertas, desde donde contemple a Aurore, dormitando en un sillón, ubicado a un lado de la cama y sobre esta, la silueta de mi hermano. La habitación era iluminada por una lámpara de mesa, sobre una de las cómodas, entre abrí la puerta con cuidado de no irrumpir la quietud, pero Aurore que debía tener los sentidos exaltados se giró rápidamente, levantándose en cuanto me vio, camino hacia mí en silencio y tomándome del hombro salimos al pasillo. Ese fuerte abrazo cargado de una necesidad de consuelo me dejo inmóvil por unos segundos, la rodee con mis brazos, un par de sollozos rompieron el instante, la tome de los hombros alejándola de mi para verla directo a los ojos, mi impacto fue absoluto al ver como se limpiaba con el dedo índice esas dos lágrimas, Aurore no solía llorar en público, de las que yo tuviera recuerdo, solo cuando perdió a su bebé. — ¿Qué le sucede a Dominic? No es grave ¿verdad? —La cuestione, carcomido por el miedo. —Aún no sabemos —respondió con la voz apagada. «Como era eso posible, llevaban tres días en el Hospital y aún no sabían lo que tenía». Obligándose a destensar su expresión afligida me envolvió en medio abrazo. —Acompáñame, iremos por un café, Dominic no despertará, hasta mañana y nosotros necesitamos hablar —me indico. Deje guiarme por mi hermana, hasta el extremo final de ese pasillo, donde se encontraba una amplia cafetería, al frente todo eran miles de cristales que daban el efecto de un mirador, señalo una mesa. —Siéntate, yo invito ¿ya comiste? —Asentí, quitándome la mochila y dejándola a un lado de mi silla. Ella me escudriño con la mirada —Aarón, mentir es pecado —me recordó, sin prestarle atención e intentando no percibiera el fastidio que aquella afirmación me causo. —Solo un café, un expreso doble, por favor —respondí. Aurore se fue a la barra y yo contemple la vista, todo permanecía en una quietud y soledad envolvente e insondable a la vez, detrás de esos cristales. A veces la sensación era algo apabullante, como si nos encontráramos en la última orilla del mundo, como los únicos pobladores, conquistadores empecinados en hacer de este inhóspito sitio nuestro hogar. El cielo ahora se encumbraba en un profundo n***o azulado, en las partes más bajas, la imperceptible línea horizontal que lo dividía de la planicie nevada, se difuminaba hacia el horizonte, perdiéndose a la lejanía más allá de donde mis iris alcanzaban a ver; dirigir mi atención al frente, donde se encontraba la máquina de café y la fuente de sodas, mi hermana estaba formada, pagando la orden, al fondo de esa pared blanca una enorme pintura surrealista empotrada, adornaba el espacio. Descolgué la mirada al ver a Aurore regresar a la mesa con una charola en las manos, me acomedí a tomarla y llevarla, sin siquiera reparar en el contenido de esta, la coloqué sobre la mesa y me senté frente a mi hermana. —Aurore, basta de tanto preámbulo, dime que tiene Dominic —demande con angustia. Hizo la charola a un lado y me tomo de las manos —Antes que nada, quiero pedirte perdón, debí apoyarte, dar la cara por ti, cuando mamá no quiso que te fueras a estudiar a la Universidad de Anchorage, debí actuar como lo que soy tu hermana mayor —se disculpó con voz abrumada. Sabía la infinita devoción que mi hermana le profesaba a mi madre, con un aura de temor palpitante; fui espectador de cómo sus métodos educativos y coercitivos habían terminado por extinguir en ella cualquier intento de sublevación o rebeldía, pues lo que no lograba en mi hermana la disciplina, lo hizo la religión, las leyes de Dios o más bien, la interpretación que nuestra madre le dio. Aurore no lo sabía, pero en el fondo yo la compadecía, incluso cuando ayudaba a mamá a llevarme al cuarto obscuro, pues conforme crecía era más consciente de que ella, no lo hacía por convicción, ni siquiera por ser «la favorita» de nuestra madre, como Dominic, llego a creer en nuestros primeros años de vida. Sí Aurore actuaba «apoyándola» era porque fue la forma en la que ella intentaba salir del ojo vigía de nuestra madre "siendo perfecta" Apreté sus manos, haciéndole saber que yo estaba aquí a su lado. —Vamos Aurore, solo me está poniendo más tenso. No tengo nada que disculparte a diferencia de ti, yo ya me liberé.   —Frunció el ceño y soltó mis manos. —Entonces ¿es cierto? lo que mamá dice, nos ves como una carga, por eso te fuiste —me acuso. La mire fijamente a los ojos para que creyera cada una de mis palabras, pues eran ciertas, mucho más de lo que Reagan pudo meterle en la cabeza —Ustedes son mi familia, jamás serán una carga, irme era algo que debía hacer. Tú misma te acabas de disculpar, por no apoyarme en su momento, y sí lo has hecho es porque algo dentro de ti, llamado raciocinio y sentido común te conmino a hacerlo y te lo agradezco, pues tú fuiste una de las primeras personas en despertar mi hambre de conocimiento, sin ti y los interminables repasos de aritmética y después física, yo no habría llegado hasta donde hoy estoy: en mi tercer semestre de Universidad. Una de sus manos había quedado alejada de mí, pero aun sobre la mesa, estire mi brazo y entrelace mis dedos con los suyos. —Gracias "Aurora Boreal" —dije con el sentimiento en el pecho.  «Tenía desde los doce años que no usaba ese mote infantil y cariñosa». Esbozo una tímida sonrisa, de aquellas que solo mi hermana podía brindar cuando olvidaba como debía ser; y se entregaba a esa niña dulce casi extinta, que de vez en cuando se asomaba desde el fondo de sus pupilas, apretó mis manos y sus ojos se ensombrecieron en el instante que dio apertura a su narración Todo sucedió el lunes de esta semana...
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