Capítulo III

2416 Words
—Debiste haber visto a Dominic hace menos de tres semanas, ya me tenía hasta el quicio, cada vez que llegaba del trabajo y no encontraba mi laptop, ya ni siquiera le preguntaba a mamá, bastaba con entrar a su habitación para sorprenderlo con la mirada ensoñada, recorriendo cada una de las fotografías de la Universidad de Anchorage, estoy segura que, para el día de hoy, conoce mejor que tú, las calles principales y el centro de esa ciudad. Cuando llego el correo con la respuesta a su solicitud de la beca, fue corriendo conmigo, al pobrecillo, le temblaban las manos, cerró los ojos fuertemente y me entrego la carta.  —Léelo tú, yo no puedo hacerlo. Si no la obtuve, no me lo digas. —rogo inseguro, dándome la espalda, aguardando al borde de un colapso. —Yo ya sabía que, si había obtenido la beca, pues la notificación me llego a mi correo electrónico, esa misma mañana. Cuando se lo confirme, no podía creerlo, me quito la carta y la leyó varias veces antes de empezar a saltar sobre mi cama y llenarme de abrazos y besos, como no lo hacía desde hace mucho tiempo, yo estaba realmente feliz y emocionada por él, y porque tú, ya no estarías solo en esa gran ciudad. »Todo cambio vertiginosamente, el domingo después de la iglesia lo note algo taciturno, mamá insistió en que durmiera un poco antes de la cena, supusimos que tantas emociones terminaron por dejarlo exhausto; durante la cena apenas logramos que se terminará el vaso con leche, no le insistimos ya que nos mencionó sentirse indigesto, yéndose a dormir temprano. A la mañana siguiente se veía mucho mejor, lo acompañé a las puertas del colegio pues mamá tuvo turno nocturno el domingo, y así como cualquier lunes, iniciamos la semana. Esa tarde decidí terminar mi trabajo en casa, ahora se me acumula un poco más, pues ya no solo llevo casos de Barrow, sino también de otras localidades cercanas. Cuando llegue, todo se mantenía en silencio, supuse que de nuevo estaría en su habitación con mi laptop, pero al pasar por el baño escuche unos quejidos, toque a la puerta sin obtener respuesta —Dominic ¿estás dentro? Todo bien —pregunte. —Entonces lo escuche sollozar —Aurore, me duele, me duele demasiado, ayúdame... Mi hermana hizo una pausa y suspiro, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. —Empuje la puerta pero algo la obstruía, realice un segundo intento y la puerta se abrió un poco, pude ver que el mueble de madera donde mamá colocaba las toallas se había caído, bloqueando el paso, entonces lo vi, sobre el piso en posición fetal sujetándose el vientre a la altura del estómago y retorciéndose, empuje con todas mis fuerzas rompiendo una de las patas del mueble, agradecí su débil estructura y lo viejo de este, pues de otra forma no habría existido manera de que yo, hubiera podido entrar, me hinque a un lado de Dominic sujetando su cabeza y colocándola sobre mis piernas, bombardeándolo con innumerables preguntas, a las cuales solo respondió con una mueca adolorida y la voz quebrada, repitiendo, que le dolía mucho el estómago, incapaz de darme más detalles, después de ayudarlo a incorporarse y sosteniéndolo para llegar al inodoro y  vomitar de forma repetida, lo deje un momento, llame al Hospital para pedir una ambulancia y que me comunicaran con mamá, para ese punto yo estaba muy asustada, pero en cuanto mamá me indico paso por paso como actuar, pude recobrar la cordura. Eso fue el lunes, más tardamos en llegar que ya todos los Doctores del Hospital nos esperaban, en especial el gastroenterólogo. Apenas hoy, Dominic ha logrado dormir sin despertar por el dolor. El panorama no me gustaba para nada, si aún no sabían que tenía, esto no era una simple infección. Aurore interrumpió mis pensamientos, colocando esa taza frente a mí —Debemos regresar a la habitación, pero primero bebe tu café y comete el emparedado, lo ordene para ti. Bajé la mirada para volver a subirla, enarcando una ceja —Aurore, yo te pedí un expreso doble —renegué. Sonrió de lado —No, eso sí que no, mi hermanito, mientras este conmigo, no beberá un café tan fuerte, es un capuchino vainilla, el que bebías a los quince, date de santos, que te permito tomar café —contestó mandona. No iniciaría una discusión por aquello, comencé a beberlo, poco a poco, la sensación de calor, recorrió mi garganta y logro elevar la temperatura normal de mi cuerpo. —No olvides el emparedado —remarco. —Levantando un poco la comisura de los labios con un conato de sonrisa cálido. —¡Sí, mamá Aurore! —exclame de forma burlona. Comí y bebí aprisa, no creía que fuera bueno dejar solo a Dominic, no después de lo que ahora sabía. Nos aproximábamos por el pasillo, cuando la vi a escasos dos metros, de pie frente a la puerta de la habitación de Dominic hablando con un Doctor, vestía su uniforme de enfermera, impecablemente blanco, el cabello recogido en un chongo y la cofia sobre su cabeza justo al centro; una sensación de verdadera incomodidad me recorrió en una oleada fría de pies a cabeza, cuando detecto mi presencia, aparto los ojos de ese médico, siguiendo todo mi recorrido fijamente, justo en ese momento me pregunte: ¿Sí mi madre, esperaba mi llegada? ¿Aurore, le abría ocultado, que me llamo? No lo creía, pues Regan era consciente de que yo iría ese viernes al aeropuerto por Dominic. Continúe avanzando, tomado del brazo de mi hermana, entonces mi madre, le dio un pequeño toquecito en el hombro al médico, este interrumpió la conversación que sostenían, se giró observándome y ella se aproximó hacia mí, quedamos a escasos pasos cuando me detuve, guardando mi distancia —¡Has venido! —exclamo con dicha y una expresión de incredulidad. En esa fracción de segundos parecía una pequeña niña de no más de seis años, desvalida y asustada, sin saber qué hacer, ella siempre había necesitado de alguien que la cuidará, una figura masculina que la hiciera sentir protegida, amada, a salvo. Nunca nos habló de su padre, todo lo que sabíamos era que murió cuando, aún ella era pequeña, en cuanto a mi padre, supongo que él tampoco fue exactamente alguien hecho para «proteger», no por nacer hombre estas diseñado para ser una figura protectora, como la norma social lo dicta y mi progenitor era un claro ejemplo a ello, así que esa, era una carencia afectiva que se trasminaba por sus ojos en momentos de verdadera preocupación; solté el brazo de Aurore y me aproxime quedando frente a ella, esperando su reacción, que justo ahora podía ser cualquiera, abrió los brazos y me sujeto con tanta fuerza, como si yo fuera un pilote en medio de la tormenta, al cual ella se aferraba con vehemencia en el intento de no sucumbir, escuche los pasos de Aurore y sus brazos aprisionándome por la espalda. Era cierto Reagan, mi madre y Aurore distaban mucho de ser perfectas, pero eran mi familia, y del otro lado de la puerta, se encontraba mi hermano menor, tendido sobre esa cama de hospital, sin un diagnóstico certero. Así que, si necesitaban que yo fuera su salvavidas en medio de la tormenta o el faro que las llevará de vuelta a tierra firme, lo haría, estaría para ellas y sobre todo para él, ya que lo único que tenía verdadera importancia y sentido era que mi hermano recobrara la salud. Mis ojos se pasearon curiosos en cada una de las cuatro esquinas en el momento que entre a la habitación 118, absorbiendo cada detalle, aunque se veía como la típica habitación sobria de hospital: una cama ortopédica al centro y dos sencillos buros rodeándola;  el equipo médico de monitoreo, fue lo que resalto ante mis ojos, era de lo más moderno en el mercado, además por lo que había notado en mi recorrido dentro del hospital, la mayoría de las habitaciones eran compartidas, al parecer mi madre había hecho uso de su puesto como jefa de enfermeras para brindarle un espacio privado, confortable y con la mejor atención posible a mi hermano, aquello me lleno de esperanzas para que pronto pudiera abandonar este sitio, completamente repuesto y sano, esa era mi esperanza.   Me quite la mochila dejándola a un lado del sillón, donde había visto a Aurore por primera vez desde mi llegada. Aprovechando que ella y Reagan estaban en la capilla, sin pensarlo me desplome sobre este, perdiéndome en un punto fijo sobre el techo, me quede viendo a la nada, vagando dentro de mis pensamientos, suspire sonora y profundamente, el cansancio que me invadía era colosal, los parpados se me cerraban y mi cuerpo rogaba por un par de horas de descanso, aunque por incongruente que sonara, al mismo tiempo el estrés al que había sido sometido por el reencuentro con mi familia y la constante incertidumbre en la que aún me mantenía, no tener claro, cuál era la enfermedad que aquejaba a Dominic, hacía imposible que pudiera dormir, gire de lado sobre el sillón, arque la espalda estirándome para aliviar la tensión y después encogiéndome para caber mejor, rodeé mis rodillas con un brazo de forma que las flexionara lo suficiente para descansar mis piernas con cuidado de no subir los pies; Reagan era muy estricta en cuanto al tema de la buena educación y los modales, lo último que necesitaba era un enfrentamiento por una insignificancia: como subir los pies a los muebles. Al observarlo con la media luz de la lamparilla, la nostalgia me embargo, hace más de un año que no veía a Dominic, los primeros meses incluso me costaba trabajo conciliar el sueño, sólo en mi habitación del campus, pues desde muy pequeños, él y yo compartimos habitación, anhelaba volver a estar juntos y desvelarnos, hablando por horas de nada y de todo, únicamente soñado en voz alta, como hacíamos de niños. Jamás me habría imaginado que la siguiente ocasión que compartiríamos una habitación seria en el hospital y menos bajo estas circunstancias, me descubrí de nuevo emitiendo un par de suspiros mezclados con bostezos furtivos, mientras mi atención se mantenía fija en la silueta de mi hermano envuelto entre las sábanas, lucia más pequeño y vulnerable de lo que lo recordaba, aunque supongo, que cuando estamos tumbados en una cama de hospital todos tenemos esa apariencia algo desprotegida, por lo menos su sueño parecía tranquilo. El ambiente cálido que emitía el calentador eléctrico nos rodeaba y contrastaba con la vista del ventanal sumido en una gélida oscuridad invernal, que se filtraba entre las persianas entrecerradas, mi cansancio termino por vencerme, sumiéndome en un sueño inquieto y profundo. —Aarón, Aarón, despierta. —me llamaba esa voz débil. Entreabrí los ojos, enfocando con lentitud su silueta difusa que en un parpadeo se aclaró, Dominic sonreía tenuemente, intentando incorporarse de la cama, presuroso me puse de pie, acomodándole la almohada y frenándolo. —Tómalo con calma chaparro, recuéstate. —le indique. Asintió mientras suavemente lo sujetaba de los hombros, llevando de nuevo su espalda a quedar recargada sobre el colchón —¡Creí que no vendrías! cuando Aurore me conto que te llamo, yo pensé... —hizo una pausa, cansado.  Buscando animarlo sonreí —Pues aquí estoy, ahora mejor dime ¿Cómo te sientes? —Mucho mejor. Seguro algo que comí debió caerme mal, supongo que Aurore te preocupo por nada, haciéndote venir hasta acá, discúlpame si te preocupe de forma innecesaria, ya sabes como ella y mamá exageran todo. —respondió esforzándose por sonar convincente. Me habría encantado creer eso, pero Dominic, no lucia como alguien que experimentaba el malestar de alguna infección estomacal transitoria o los estragos de un simple empacho, presentaba los ojos hundidos, síntoma de deshidratación, desde la última vez que lo vi, fácilmente había perdido unos seis kilos sino es que más, era difícil realizar un cálculo certero, cuando él estaba vestido únicamente con esa holgada bata de hospital, además debajo de sus parpados unas profundas ojeras oscuras azuladas se ceñían, todo este cuadro nublaban ese intento de sonrisa fatigada que me ofrecía con autentico esfuerzo. Una de las particularidades de Dominic, era evitar preocuparnos, restándole importancia a la mayoría de las cosas que se referían a su persona y esa insistencia de disculparse por eventos de los cuales él, no era culpable, como enfermar. En lo personal era algo que me exasperaba sobre manera pero que tuve que aceptar que era una característica de sus problemas de baja autoestima, que lo catapultaban a no querer incomodar o molestar a los demás e intentar de forma desesperada mantener un ambiente de cordialidad entre quienes lo rodeaban. —Pues buena trampa, me tendieron tú y Aurore. —lo moleste, poniéndome de pie y dirigiéndome a la ventana. —Al abrir las persianas del ventanal, lo escuche reír de forma frágil, me gire viéndolo. —¿Para qué las abres? acaso ya olvidaste. Hoy es el primer día de "invierno polar" mejor enciende la lampara del techo. —señalo elevando las pupilas. Haciéndole caso, pulse el interruptor iluminando toda la habitación —Casi lo olvido —admití. —sabes te acostumbras rápido a tener luz solar todo el año. Sus ojos se llenaron de un brillo contagioso y con exaltación en su voz —Espero que a más tardar me den el alta médica mañana ¿Qué tanto nos retrasaremos en nuestro viaje, sí partimos este sábado? —preguntó ilusionado. Tomé asiento de nuevo al lado de su cama. —Solo un par de días, rediseñaremos la ruta juntos, el tiempo que te queden aquí, así las horas pasaran más rápido ¿te parece? —ofrecí. De inmediato lo vi recobrar un poco de color en sus pálidas mejillas. —¿En verdad Aaron? eso suena fabuloso. Sabes he estado investigando y existen un par de sitios que no marcaste en el recorrido y que me encantaría conocer, pero… bueno eso claro, sí tú quieres y si no salen del presupuesto o nos saca mucho de la ruta ya marcada. «Siempre complaciente, empezaría enseñándole a exigir, lo que deseaba». —Tú, no te preocupes por eso, ya nos las arreglaremos, es cierto que no, nos sobra el dinero, pero ahorre lo suficiente para que podamos darnos algunos gustos en nuestro viaje. Es más, déjame sacar el mapa para iniciar —lo anime.
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