Capítulo 2. El informe de la condesa

2020 Words
Tanto Aurora como Janoc permanecieron en su escondite aún cuando cesaron los ruidos. La mujer les había indicado que se quedaran hasta el amanecer, así es que se mantuvieron en vigilia toda la noche. Cuando notaron cómo los primeros rayos del sol se asomaban entre las hojas y troncos de los árboles, Janoc asomó la cabeza para cerciorarse de que nadie los estaría acechando. - Salgamos – dijo el muchacho mientras extendía su mano para ayudar a su amiga a levantarse. Aurora lo tomó y se incorporó por impulso propio. Ambos salieron del escondite y caminaron despacio por entre los árboles. Se fijaron en su entorno, con atención, ya que no sabían si los maleantes colocaron trampas para atraparlos desprevenidos. Por suerte, no hallaron nada peligroso. Tras unos minutos de caminata, llegaron al lugar donde dejaron el coche. Éste se encontraba completamente desmantelado, quizás sea porque los bandidos no supiesen manejar y pensaron en extraer solo las partes “vendibles” para acumular algunos ahorros. Por suerte, las huellas de las ruedas todavía estaban presentes, por lo que la siguieron hasta llegar a la estancia. Y fue ahí donde, en una rama de árbol bien alta y gruesa, encontraron algunos cuerpos colgados con sogas al cuello. Y entre ellos se encontraba la hermana de Aurora. - ¡Noooo! – gritó la muchacha, corriendo hacia ella y tomándola de los pies - ¡No puede ser! ¡Hermana! ¡Hermana! Aurora sacudió el cuerpo de la joven, como si intentara bajarlo. Pero la soga estaba fuertemente atada al tronco. Al final, cayó de rodillas al suelo y cubrió su cara con ambas manos, ahogando un llanto. Janoc abrió la boca bien grande, mientras sus ojos temblaban ante tan macabra escena. Pero se contuvo y se acercó a la muchacha, a quien la abrazó por detrás y le dijo: - Estoy con usted, señorita. Déjame consolarla. La muchacha se volteó y apoyó su rostro por el hombro del muchacho. Ambos niños se mantuvieron abrazados por largo rato, delante de los cuerpos colgados, mientras un alto humo n***o se levantaba hasta cubrir el cielo. El mismo provenía de una hoguera, en donde quemaron a los capataces de la estancia. Tras estar varias horas llorando, bajaron los cuerpos para enterrarlos. Pero fue ahí que vieron a un pequeño ejército de la colonia del norte, que se acercaba rápidamente. Habían sido notificados del ataque a la estancia, pero estaban ocupados defendiendo otros terrenos pertenecientes a un noble y, a falta de refuerzos, no consiguieron llegar a tiempo. Aurora podía reconocer fácilmente cuándo un soldado era de la colonia del norte y cuándo era del este. Los primeros solían llevar armaduras plateadas, con las cabezas bien cubiertas con cascos de acero y conduciendo sofisticadas motonetas de cuatro ruedas todo terreno. Los segundos lucían pecheras de bronce, junto con una combinación de arcos y brazaletes de metal en tonos rojizos, además de llevar los cabellos largos y recogidos en coletas. Solo por eso es que supo que quienes se acercaban eran de la colonia del norte. - ¡Busquen si hay sobrevivientes! – escuchó decir a uno de ellos, quien lucía una capa de color gris que cubría su plateada armadura. Janoc estuvo a punto de acercarse, pero Aurora lo tomó de la muñeca y lo arrastró hasta las afueras de la estancia. Antes de que él le preguntara el porqué no se manifestaba delante de los soldados, ella le dijo: - Recuerda lo que me dijo mi hermana, ella me había dicho que debía ir con alguien. Además, los soldados de las colonias no son de fiar. Los soldados notaron enseguida las tumbas improvisadas hechas por los niños y prestaron atención solo a eso. Así es que la muchacha aprovechó para escapar con su amigo. - Debemos ir a la Capital. Será un largo camino porque está cerca de la colonia del Oeste. Pero conozco a alguien que nos llevará más rápido. ¡Ahí estaremos a salvo! Janoc asumió con la cabeza y no dio ninguna objeción. ………………………………………………………………………………………………………………………………………………… Cuando el príncipe Rhiaim llegó a la fortaleza de la virreina del reino del Este, ésta le agradeció por acudir a su llamado y le informó de inmediato su misión. - Lo que necesito que hagas es establecer una estrategia para reforzar la seguridad de los campos. También, que captures con vida a cualquier integrante del movimiento antimonárquico y lo interrogues para dar con el cabecilla. Me gustaría haberte preparado una cálida bienvenida, pero ya te has percatado de que la situación está bastante complicada. Por de pronto, puedes descansar en mi fortaleza y comenzar el trabajo mañana. - Desde ya gracias por la hospitalidad, señora – dijo el príncipe, inclinando la cabeza en señal de respeto – haré honor a la corona protegiendo a los colonos de todo ataque. Lo puedo garantizar. Cuando terminó la reunión de bienvenida, Rhiaim se acomodó en la habitación de huéspedes. Era bastante pequeña en comparación al dormitorio del Palacio Real, pero estaba bien amoblada y la cama era lo suficientemente cómoda para darse un descanso. Ya que tenía el primer día libre, decidió recorrer el lugar para conocer a los súbditos de la virreina, localizar rápidamente los lugares importantes y hallar cualquier “punto débil” que pudiese afectar la infraestructura ante cualquier ataque. Se sacó su pesada armadura y se puso una túnica cómoda de color n***o. Pidió a su escolta que lo acompañara al paseo y dos de ellos lo siguieron por los largos pasillos de madera encerada. La fortaleza de la virreina se asemejaba bastante al palacio Real del Reino del Este, solo que era más pequeña. Estaba construida con techos de tejas de cerámica negra, sostenida por gruesos pilares circulares y suelos cubiertos con tablones de madera. Algunas paredes solo consistían en divisorias de ramas de bambú con papel arroz y, de vez en cuando, encontraba alguna estatuilla de la Papisa en algún rincón. Y mientras hacía su recorrido, sintiéndose como en casa, escuchó una voz femenina llamándolo a lo lejos. - ¡Su majestad! ¡Espere, por favor! El príncipe se dio la vuelta y se encontró con una mujer vestida de forma muy diferente a las doncellas del palacio. Mientras éstas solían lucir vaporosos vestidos de mangas largas con estampados florales y sujetadas con cintas coloridas, ella tenía un vestido sin mangas, de falda hasta la rodilla y con algunos flecos de cuero en la cintura. Sus cabellos estaban sueltos, pero lucía en la cabeza una discreta vincha de plumas coloridas, propias de las damas de alta cuna del extinto Reino del Sur. Con tan solo mirarla, supo de inmediato de quién se trataba. - ¡Condesa Yehohanan! ¿A qué se debe su presencia? La condesa Yehohanan pertenecía a la familia Real del extinto Reino del Sur y era la única integrante que sobrevivió a la masacre. Permaneció en la Capital como buena fe de conservar las relaciones diplomáticas y garantizar que todos los ciudadanos (nobles, burgueses y plebeyos) pudiesen conservar sus derechos y seguridad sin ser forzados a adoptar las nacionalidades de las colonias. Su apoyo a la Alianza se debía, más que nada, para enfrentarse al movimiento antimonárquico que solo generaba más caos y destrucción al país. - Tan pronto supe que vendrías a la colonia del reino del Este, vine de inmediato desde la Capital porque tengo información que pueda servirle – le respondió la condesa y, tras una breve pausa, continuó - Y, también, porque quería conocerle. Solo escuché rumores de ti y, siendo sincera, quedaron muy cortos. - ¿Qué tipos de rumores? - Que es tan bello como una flor Pasionaria, capaz de causar suspiros con tan solo una mirada. Pero su belleza supera a toda hermosa flor. Hasta me atrevería a decir que se parece a un ángel. ¡Disculpe mi atrevimiento, su majestad! El príncipe sonrió, avergonzado por el repentino halago. Él solo escuchó de la condesa por los libros que le obligaron a leer desde joven, pero era la primera vez que la veía en persona. Y aunque se llevaban ocho años, no pudo evitar pensar que todavía se veía como una niña. Al darse cuenta de que retornaron sus pensamientos innecesarios, se aclaró la garganta y dijo: - Dudo que solo haya venido de tan lejos para corroborar un rumor, así es que mejor vayamos al patio para hablar de forma más relajada. Su escolta no evitó soltar una risita, pero pronto tensaron sus rostros ya que no se les tenían permitido mostrar expresiones. A pesar de todo, se sintieron aliviados al ver que el príncipe, por primera vez en años, mostraba una sonrisa sincera. El patio incluía un hermoso piso de césped y rosales, junto a un árbol de hojas doradas donde los nobles solían echarse a descansar. Ahí se situaron el príncipe y la condesa, extendieron un mantel bajo la copa y mandaron a traer vino y bocadillos. Mientras comían y bebían, Yehohanan comenzó a explicarle acerca del movimiento antimonárquico que desestabilizaba el país. - Si bien ya existían antes de la guerra de la Alianza, han estado muy tranquilos en estos diez años – dijo la condesa – Pero, últimamente, sus fechorías aumentaron y ahora causan tanto destrozo que es imposible restaurar los daños. - Pero no entiendo. ¿Cómo pudieron fortalecerse todo este tiempo, y sin ningún apoyo? – preguntó el príncipe. - De acuerdo a los integrantes que conseguimos capturar, algunos burgueses les apoyan desde las sombras y financian sus actividades proveyéndoles de armas e información. A su vez, los burgueses que fueron señalados aseguraron que actuaron bajo amenazas, ya que suelen capturar a familias enteras y saquear sus terrenos rurales. - Esto es un problema – dijo Rhiaim – los burgueses son solo ese sector del pueblo que “se volvió rico” por trabajo, al contrario que los nobles. Y muchos hasta superan en riqueza a los nobles, por lo que pueden gozar de privilegios e influencias tanto en la alta como la baja sociedad. De ser así, el movimiento antimonárquico influirá en la conciencia del pueblo y querrán atentar contra las colonias. Yehohanan comenzó a temblar. El país estaba bajo el control de las tres colonias creadas por la Alianza de los tres reinos. Y aunque hizo todo lo posible por calmar las aguas, sabía que los ciudadanos sufrían una gran crisis de identidad nacional ya que, a causa de las colonias, era como si se hubiesen fragmentado en tres naciones. Era posible que vieran al movimiento antimonárquico como una esperanza para reclamar las tierras colonizadas, expulsar a los extranjeros y recuperar su autonomía. Solo que había un problema: ¿Quién los lideraría? Las reinas habían sido sostenes de los cuatro reinos por siglos, desde que el “Viejo Mundo” cayó en una debacle tal que casi amenazó con la extinción de la humanidad. Guiadas por la Papisa, siempre supieron llevar en alto el desarrollo de sus pueblos. Una nación sin reina era un país huérfano, ya que solo ella podía brindarle el calor de una madre, el temperamento de una guerrera y la sabiduría de un ángel. En su mente, no podía imaginarse un país sin una reina al mando. - ¿Sabes al menos dónde podrían estar esos grupos? – le preguntó el príncipe, interrumpiendo sus pensamientos. - Se rumorea que están en los bosques – respondió la condesa – no se arriesgarían a ir por las ciudades, ya que ahí la seguridad es muy alta. - Bien. Entonces tendremos que centrarnos en proteger los campos – dijo el príncipe, tras una larga reflexión. Luego, escribió una nota y se la entregó a uno de sus guardias – por favor, entrega esto a la virreina. Necesitamos el apoyo militar para proteger las tierras de los burgueses y hacer que éstos vuelvan a depositar su confianza en la Corona. - Sí, su majestad. Cuando el guardia se marchó, el príncipe y la condesa siguieron con el picnic y, esta vez, decidieron relajarse con cosas superfluas. Ambos pasaron una tarde muy agradable y el príncipe, por primera vez en su vida, se sintió a gusto.
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