Capítulo 3. La mejor de las opciones

2714 Words
La reina Nadelina del Reino del Norte contrajo segundas nupcias con un hermoso duque, a quien le otorgó el título de rey Gilberto. Nadelina se sentía dichosa, ya que su esposo era bastante joven y, a sus 50 años, solo quería sentir aquel amor juvenil que no disfrutó en su momento. Ambos se acostaron en la cama. La reina acarició suavemente los cabellos rojizos de su esposo joven, quien solo cerró los ojos y actuó de forma dócil. Luego, le abrió la camisa y palpó su torso desnudo, haciendo que éste se estremeciera. - ¡Qué lindo! – murmuró la reina - ¿Dónde has estado toda mi vida? - Aún no había nacido, majestad – respondió el rey Gilberto, mostrando una sonrisa desafiante. Sin embargo, la reina no se ofendió por la indirecta de su segundo esposo. - Sí. Sé lo que piensa la gente de mí – le susurró, mientras le besaba a lo largo de su cuello, pasando así hasta la clavícula y provocando que la piel de Rey se erizara – Mi hija mayor tiene tu misma edad y muchos opinaban que ella debía ser tu esposa. ¿Pero por qué se decidió que yo me casara contigo? Gilberto la miró, con una expresión de duda. No sabía si debía responder o era una pregunta retórica. Ante el silencio, Nadelina lo empujó a la cama, dejándolo boca arriba para poder sentarse encima de él. Apoyó sus dos manos sobre sus hombros y le respondió: - Porque tu familia y la Corte así lo dictaminó. Sería más beneficioso para ti el estar con una monarca de Alto Rango. Siéntete dichoso de ser elegido por la reina más poderosa del continente. Apoyó sus labios sobre los de él y los besó con delicadeza. Luego, se separó unos centímetros para observar sus expresiones y, al verlo sonrojado, se sintió satisfecha. En ese momento, fueron interrumpidos por el pitido de un mensaje. La reina estaba dispuesta a ignorarlo, pero el rey le dijo: - Puede ser importante. Nadelina suspiró. Al final, se levantó y activó el dispositivo comunicador. Ahí, salió la imagen holográfica de su consejero real, diciéndole: - Su majestad, he recibido un informe por escrito de la virreina, quien solicita urgentemente refuerzos para recuperar las tierras tomadas por los antimonárquicos. - ¿Y qué hay de los jóvenes que se comprometió a entrenar como protectores de la colonia? – le preguntó la reina, sin evitar que su voz sonara con un tono de fastidio. - Eso lleva tiempo y dinero, señora mía. De hecho, la reina Jucanda ha enviado a su propio hijo para asegurar la protección de su colonia por la misma causa. - ¿El príncipe Rhiaim está en el Reino del Sur? – preguntó Nadelina, impactada - ¡Seguro esa astuta reina planea fundar un ducado para su hijo! ¡Y en ese sector donde se encuentran las tierras más fértiles del país! Bien por ellos, pero no planeo quedarme atrás. ¡Mi reino será quien acabe con los antimonárquicos primero! A pesar de la Alianza que formaron los reinos fieles a La Doctrina para invadir el Reino del Sur, existía cierta rivalidad entre ellos para demostrar quiénes eran los mejores del continente. Entre ellos se encontraba la repartición de las tierras conquistadas y la toma de los mejores terrenos para la agricultura y la ganadería. Cada reina tenía su modus operandi para conseguirlo. La reina Jucanda planeaba distribuir su colonia en distintos ducados, uno para cada hijo, quienes serían liderados por la virreina y, de esa forma, evitar que la futura princesa heredera compitiese contra sus hermanos mayores. La reina Nadelina, quien tenía dos hijas, debía planearlo de otra forma. Y eso era porque la mayor heredaría el trono y la menor sufría de una extraña enfermedad en la piel, que le impedía estar en contacto con la luz del sol. Así es que su intención era que su colonia estuviese lo más cerca posible de la Zona Neutra para recibir beneficios directos de la Papisa, además de mantener el monopolio en el comercio del cobre y armamentos. De los tres reinos, quien se encontraba en más desventaja era del Reino del Oeste. Eso se debía a que su reina, Brida, recién había obtenido el trono luego del fallecimiento de su madre, por lo que aún era inexperta. Además, a Brida solo le interesaba pasear en los campos y, desde joven, tuvo la mala fama de que siempre huía de sus responsabilidades para flirtear con los chicos de los pueblos. Las malas lengua decían que quien realmente gobernaba ese reino era su prometido, quien estableció un plan estratégico militar tan inestable que la colonia del Oeste era blanco fácil para los ataques de los antimonárquicos. La reina Nadelina estuvo reflexionando casi toda la noche sobre el asunto. Al día siguiente, mientras su esposo dormía, fue a su oficina para leer el informe escrito de la virreina. Ahí detallaba claramente los sitios afectados, pero le llamó la atención que la zona limítrofe entre las colonias del Norte y del Oeste eran las más conflictivas. No solo era por los antimonárquicos sino, también, porque los soldados representantes de ambas colonias reclamaban dichas tierras como “su propiedad”. - Tendré que enviar los refuerzos. Y, también, reunirme con la reina Brida para que controle a los soldados de su colonia. Primero decidió atender el asunto de los refuerzos. Así es que fue hacia la sección de entrenamiento y, ahí, vio a la princesa Abigail, su hija mayor. Abigail tenía 30 años y todavía seguía soltera. Y es que, debido a su actitud hosca, ningún hombre quiso acercársele en su juventud. Casi siempre portaba una brillante armadura dorada pero, esa vez, la vio lucir un vestido de falda azul con una pechera metálica que la protegía de los golpes. La princesa estaba entrenando con otros tres soldados, quienes procedieron a rodearla y atacarla a petición de ella. Todos fueron derribados con facilidad, causando asombro y admiración a los demás compañeros de entrenamiento. Y fue ahí donde la reina oyó cuchichear a otros dos soldados sobre Abigail. - La princesa sería una buena comandante. - Sí. Lástima que sea la heredera al trono. Estará atada a una silla por el resto de su vida, sin poder participar activamente en las batallas. - Bueno, es la ÚNICA opción que tiene la corona. Confió más en ella que en la princesa Wendolin, quien se la pasa encerrada en su pieza leyendo libros y tomando el té. - Aún así, no creo que la princesa Abigail acepte su destino… si no la dejan participar en alguna última batalla. La reina Nadelina ingresó a la sección de entrenamiento. Todos interrumpieron sus actividades ante su presencia y procedieron a doblar una rodilla al suelo, en señal de reverencia. La monarca, quien llevaba una larga capa de abrigo de piel teñida en rojo y lucía un sombrero n***o sin asa, imponía respeto y temor con tan solo su presencia. Era venerada casi como una deidad, siendo la Papisa la única que se encontraba por encima de ella. La princesa Abigail soltó sus armas y se inclinó levemente, colocando un puño en el pecho como si fuese un Alto General ante su superior. - Princesa Abigail, tengo que hablar contigo a solas. ¡Sígueme! Abigail obedeció y siguió a su madre, quien la guio por un largo pasillo de piedras negras y alumbradas con antorchas de fuego artificiales. Ese pasillo los dirigía al jardín interno del palacio, el cual estaba bellamente decorada con rosas de distintos colores que se sometían a un tratamiento para crecer en las nevadas tierras del reino. La reina se quedó mirando las flores mientras su hija seguía detrás de ella, mirándole la espalda. Luego de un largo silencio, Nadelina se dio la vuelta y le dijo: - Hija mía, ¿Sabes por qué te forcé a luchar hace diez años en la Guerra de la Alianza? Porque creí que podría forjar tu carácter y hacerte testigo de lo cruel y sangrienta que es una guerra. - Y ha sido la mejor decisión que ha tomado, madre – le dijo su hija, orgullosa – la guerra es cruel, pero el sentimiento de proteger a los desamparados y luchar por mi país me da el valor de soportar cualquier atrocidad. - Pero terminaste rompiendo tu compromiso y ningún hombre te ha deseado después de eso. Solo te ven como “uno de ellos”. - No me importa renunciar al amor, madre. Sé que como heredera al trono debo casarme y tener hijos algún día, pero prefiero pensar en el presente, en mi entrenamiento. Hay mucho por hacer. La reina mostró una sonrisa y, tomando una rosa roja, procedió a arrancarle los pétalos uno a uno. Y mientras lo hacía, comenzó a divagar: - Querida, las mujeres fuimos creadas por la Diosa para sostener las naciones y decidir sobre la vida en general. Es por eso que las monarcas debemos saber administrar y decidir por sobre todo un país. Los hombres se dejan llevar por sus instintos, necesitan que las mujeres los guíen y los controlen. Quizás es por eso que depositan tanta confianza en ti, ya que posees tanto las cualidades de un hombre como el autocontrol y la astucia de una mujer. Y aunque me duela el corazón, sé que solo existe “esa” opción. - ¿Cuál opción, madre? – preguntó la princesa, todavía sin entender las palabras de la reina. Nadelina se dio la vuelta, le entregó el tallo en donde hace poco hubo una hermosa rosa y le respondió: - La virreina solicita refuerzos. Y no se me ocurre nadie más que tú para que seas su apoyo. La colonia es como esta rosa que acabo de deshojar: fue difícil cuidarla, pero qué tan sencillo es destruirla. ¿Entiendes a lo que me refiero? La princesa tomó el tallo y lo miró fijamente. Sus ojos comenzaron a temblar. Luchó durante su juventud para que le dijeran que todo ese esfuerzo podría derrumbarse fácilmente por unos ineptos que iban contra la ley. Eso le hería su orgullo. - Entiendo, madre. Protegeré “esa rosa” pero, a cambio, déjame elegir a los integrantes de mi tropa. Necesito entrenar a los adecuados para esta misión y sé muy bien cuáles son los indicados. - Está bien. La reina extendió sus brazos hacia su hija. Ésta dudó por unos instantes, pero, luego, se acercó y se dejó abrazar por su madre. Mientras la rodeaba con sus brazos, le susurró al oído: - Te extrañaré. ………………………………………………………………………………………………………………………………………………… Al día siguiente, la reina Nadelina recibió la visita de la reina Brida por el asunto de los límites fronterizos en sus colonias. Aunque Brida era un poco más joven que Abigail, ya asumió el trono como monarca de su nación. En esos momentos, Brida lucía un abrigo n***o por encima de un vestido rosado de mangas abultadas. Sus cabellos eran de un rojo intenso y los tenía recogidos en trenzas que recorrían su cabeza como una diadema. Nadelina sabía que los del reino del Oeste no se caracterizaban precisamente por su ostentosidad, sino por su elegancia. Algo que contrastaba fuertemente con los del reino del Este y del Norte. - Espero que su viaje no la haya agotado, majestad – le saludó Nadelina - He vivido toda mi vida en los campos, alteza – le respondió Brida – estoy acostumbrada a los largos trayectos más de lo que se imagina. Ambas entraron a la sala de reuniones del Consejo Real pero, esta vez, se encontraba vacío. Normalmente colocaban varias gradas en posiciones circulares ya que la Reina se situaba al centro. En su lugar, solo colocaron dos sillas de madera, donde ambas se sentaron para mirarse frente a frente durante la reunión. - Supongo que ya sabe para qué he venido, pero por las dudas lo diré – dijo Brida, apretando fuertemente los puños colocados sobre sus rodillas – por favor, necesito su apoyo para proteger mis tierras. - Acordamos que cada colonia sería gestionada por su respectiva virreina – le recordó Nadelina, cruzándose de brazos y mirándola con incredulidad - ¿Qué hace tu virreina que no protege su colonia? ¡Deberías evitar colocar a una incompetente a tan importante cargo! - ¡No hable así de ella! – estalló Brida – Es solo que… desde que asumí el trono, solo sufro de bajas. He sido guiada por mi prometido hasta ahora, pero estamos con las manos atadas con este asunto… - Ay, querida – la interrumpió Nadelina, con una expresión de falsa pena – La corona te queda muy grande. ¿Sabes? Se supone que cada reina debe saber cómo lidiar con su respectiva colonia aplicando nuestras propias estrategias. Además, ¿qué ganaría yo con todo esto, si mi colonia también está siendo perjudicada por los antimonárquicos? ¿Serás capaz de venderme tus propias tierras solo para proteger a la gente de ahí, quien nunca vio tu cara? ¡No heches a perder todo el esfuerzo que tu madre hizo para avanzar con la colonización en el Sur antes de su muerte! La reina Brida miró al suelo, mientras se mordía los labios ante las duras palabras de Nadelina. Pero fue ahí que se le ocurrió una idea y, aunque podría no funcionar, al menos no perdería nada con intentarlo. - Tu reino posee el monopolio de cobre y armamentos. ¿No? - Sí. ¿Por qué lo dices? – le preguntó Nadelina, alzando una ceja. - Porque necesito un poco de suministros de armas para mi ejército. Verás, nuestro reino posee riquezas en cuanto a la fauna y la flora, es por eso que se nos da bien el cultivo. Sin embargo, ahora contamos con una mina de diamantes cerca de la frontera con el Reino del Sur. Estaba buscando comercializar con ellas y aliarme con los burgueses que habitan en las distintas colonias. - No entiendo a qué quieres llegar. - No te pido que protejas mis tierras, pero, al menos, suminístrame de los mejores equipamientos para mi tropa. A cambio, te ayudaré a forjar alianza con los burgueses para hacer circular el mercado de los diamantes. Por supuesto, esto también pensaba decírselo a la reina Jucanda por la Alianza pero, en este caso, usted obtendría mayor ventaja. La reina Nadelina sonrió. Por un instante, se imaginó a su oscuro y frío palacio iluminado con esos hermosos diamantes bajo la luz de la luna. También pensó en que Abigail luciría majestuosa con una armadura de ese material. Lo único que no le agradaba era la idea de negociar con los burgueses, quienes se movían por quienes le pagaran más sin importar su estatus social. Pero era consciente de que los tiempos iban cambiando, ya la nobleza no tenía la influencia de antes, además de que era cada vez más común que un burgués fuese más rico que un noble, influyendo así en el pensamiento de los plebeyos que aspiraban a ser como ellos. Por lo que solo le quedaba buscar un modo de hacer que los burgueses terminaran apoyando a la realeza y no a los antimonárquicos. - La he subestimado – dijo Nadelina a Brida – Aceptaré darle una mano a cambio de esos hermosos diamantes. Pero ya es tiempo de que idee una estrategia, no puedes contar conmigo para siempre porque, como ya vez, soy bastante mayor. Quién sabe si muero mañana, en un mes o en unos pocos años. - Entonces solo queda rezar a la Diosa para que goce de una larga y fructífera vida. Nadelina se rio ante el comentario. Luego, cerraron su acuerdo con un estrechón de manos y dieron por finalizada la reunión. Cuando Brida se fue, Nadelina observó a la comitiva del Oeste desde la ventana, alejándose lentamente hacia la niebla. Y mientras pensaba sobre todo lo sucedido en esos últimos meses, el rey Gilberto se acercó a ella y le preguntó: - ¿Le pasa algo, esposa mía? La reina se dio la vuelta, le acarició la mejilla derecha con una mano y le respondió: - Estoy angustiada, cariño. Por favor, no digas nada y mímame en silencio. Hazme el amor y déjame tan exhausta que no pueda levantarme hasta pasado mañana.
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