Capítulo 4. La herencia de Aurora

2938 Words
La distancia entre la estancia y la Capital era diez días a pie. Por suerte, Aurora tenía un conocido de la familia que, al saber de la situación por la que pasó, accedió a llevarla hasta la Capital. Así es que, en su coche, tardaron un día y medio en llegar. Cuando la joven estuvo dispuesta a pagarle, éste se negó y le dijo: - Lo necesitarás más que yo. El dinero que tienes ahora te alcanzará para comida y alojamiento por un día, pero te sugiero que busques algún trabajo de mucama o niñera para ganarte la vida. Hay muchas damas nobles que no quieren saber nada de cuidar a niños, te pagarán bien con metálico… o comida y techo. - Gracias, señor. Algún día le devolveré el favor. Te lo prometo. - Suerte, muchacha. Aurora y Janoc procedieron a recorrer la Capital. Ahí, las calles estaban asfaltadas y repletas de vehículos de diversos tamaños. En algunas avenidas hasta consiguieron ver un tranvía, el cual avanzaba lento por la gran cantidad de peatones que entorpecían su andar. La muchacha se preocupó. Prácticamente habían llegado en un sitio inhóspito y solo con lo que llevaban puesto. Aunque consiguieron sacar dinero de sus ahorros, no les duraría mucho tiempo. Debían sobrevivir a toda costa. - ¿Será que alguien nos contratará para un trabajo? – preguntó Janoc, preocupado - ¡Míranos! ¡Parecemos unos indigentes! - Debemos intentarlo – respondió Aurora, apretando los puños con fuerza – con que nos paguen lo suficiente para rentar una pieza con baño bastará. Ahora mismo, la ropa es lo de menos. Creo que un trabajo de sirvientes o recolectores nos bastará. Sus estómagos comenzaron a rugir. Así es que se propusieron comer algo primero. Por suerte encontraron un pequeño bar tranquilo que ofrecía un plato económico. Cuando procedieron a entrar, el propietario del local los miró con desprecio. La muchacha, sin dejarse intimidar, sacó de su bolsillo un billete y le dijo: - Denos dos platos, por favor. Aunque todavía los miró con extrañeza, les señaló una mesa vacía y les sirvió los dos platos. Ambos niños comenzaron a comer rápidamente hasta terminar la comida. Y mientras almorzaban, escucharon a un par de señoras murmurando entre sí sobre los sucesos recientes de las colonias. - ¿Sabes que los antimonárquicos volvieron a hacer sus andadas? - ¡Sí! A este paso, terminarán por controlar las colonias. - ¡Qué horror! Tanto que nos costó volver a levantarnos después de las guerras… - ¿De qué sirve ser fiel a un reino que se quedó sin su reina? ¡Ahora no somos más que un campo de juegos para la Alianza! Nos conviene más llevarnos bien con los extranjeros… - Yo aún mantengo la esperanza de que ocurra un milagro. Aurora nunca tuvo interés en la política, pero siempre tuvo curiosidad por saber cómo era el extinto Reino del Sur antes de la invasión y conquista de sus tierras. Había escuchado varias historias al respecto, pero casi todo estaba relacionado a las princesas y a las reinas. No era que no le interesaba, solo que también quería saber cómo era el pueblo, si vivían bien, si había más seguridad en las calles o si siempre existieron los ataques de los antimonárquicos. Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando vieron que el dueño del local empujó a un pobre muchacho afuera, gritándole: - ¡Eres un inútil! ¿Creíste que no me iba a dar cuenta de que quemaste la comida? ¡Ay, por la Diosa, es difícil conseguir un buen personal en estos tiempos! Tanto Aurora como Janoc se levantaron y se acercaron al señor. Éste los miró y les dijo: - ¿Qué quieren? - Queremos trabajar en su bar, señor – le respondió Aurora – yo puedo encargarme de la cocina y mi amigo de los recados. ¡Seremos eficientes, se lo prometo! - ¿Y crees que voy a contratarlos, así como están? – al decir esto, le señaló sus ropas sucias y remendadas – Les dejé entrar porque tenían dinero, pero no doy trabajo a pordioseros. - ¡No somos pordioseros! – bramó la muchacha, apretando los puños. El hombre la tomó de la muñeca y la empujó con brusquedad. Janoc se colocó detrás de ella para evitar que se lastimara, pero no pudo sostenerse y ambos cayeron al suelo. Una de las mujeres, que estaba hablando de los antimonárquicos con su amiga, se acercó rápidamente a los niños y los ayudó a levantarse. - ¡Pobrecitos! Esperen, les ayudo. Aurora y Janoc tomaron las manos de la dama y se levantaron. La mujer era una joven de cabellos castaños y enrulados. Por su vestido blanco con detalles bordados y su discreta vincha de plumas amarillas con flores rosadas, dedujeron que se trataba de una persona adinerada. Quizás alguna burguesa o noble caída en desgracia. - Señora, no se moleste en ayudar a esas ratas – le dijo el dueño del bar. Pero la mujer giró la cabeza y, seriamente, le contestó: - ¡Ocúpese de sus asuntos! Volvió a tomar las manos de los niños y los alejó inmediatamente de ahí, acompañada de su amiga. Tras caminar dos cuadras, se detuvieron. La amiga de la dama le dijo: - ¡Ay, siempre haces lo mismo! - No pude evitarlo – le respondió – No tolero el maltrato infantil. - ¿Y qué harás con ellos? - Contratarlos - ¿Qué? - ¡Sí! Descuida, estaré bien. No es la primera vez que lo hago. - Bueno, como sea. Solo ten cuidado. Nos vemos. Cuando la amiga se marchó, la mujer volvió a mirar a los dos niños y les dijo: - Ese lugar no es apto para ustedes. Fue una suerte que hayamos coincidido. - Este… señora… - comenzó a decir Aurora, con las mejillas sonrosadas - Soy lady Queral - lady Queral… ¿De verdad nos va a contratar para trabajar con usted? - Así es – dijo la mujer – pero primero deben decirme sus nombres - Me llamo Aurora. Y él es Janoc – se presentó la muchacha y señaló a su amigo quien, de inmediato, inclinó la cabeza como saludo. Lady Queral miró fijamente a la muchacha, como si tuviese una mancha en la cara. A su vez, Aurora se fijó en esos intensos ojos verdes. Era la primera vez que veía a alguien así con ese aspecto, aunque escuchó descripciones de los personajes con ese tono de ojos en sus novelas. Tras un largo silencio, la mujer le preguntó: - ¿Quiénes son tus padres, niña? Aurora bajó la cabeza, poniendo de inmediato una expresión sombría. Pero la mujer insistió: - Al menos dime de dónde vienes. O acaso… ¿Eres una damnificada? La muchacha solo agitó la cabeza de arriba abajo. Janoc, al verla desalentada, decidió responder por ella. - La señorita y yo vivíamos en una estancia entre las colonias del Norte y del Este. La hermana mayor de la señorita era quien nos cuidaba, pero ella falleció. Y ahora estamos aquí, buscando trabajo para sobrevivir en la Capital. Lady Queral se llevó las manos en su boca. Sus ojos se abrieron por completo, en señal de incertidumbre. Luego, dijo: - Ah, es que creí que era… - miró de vuelta a Aurora, pero, esta vez, a los ojos – hacía mucho que no veía ese tipo de color. - Aaah, ya entiendo – dijo la muchacha, tocándose uno de sus ojos – sí, los tengo de diferentes colores: tengo mitad marrón y mitad azul en ambas córneas. - Disculpa, no quise incomodarte. - Descuida, ya estoy acostumbrada. La gente se sorprende cuando se da cuenta de esa anormalidad. Aurora sonrió, intentando parecer relajada. Pero ahora estaba ante un abismo profundo y tétrico, donde no tenía ni idea de qué hacer para seguir adelante. Lady Queral apoyó una mano en su hombro y le dijo: - Siguiendo con lo que busco… Necesito una niñera para mi hijo. Tiene seis meses y no tengo tiempo para cuidarlo ya que soy madre soltera, necesito trabajar. Así es que, si te interesa, puedo ofrecerte ese trabajo. Los ojos de Aurora brillaron de la emoción. Le había dicho el señor que les trajo a la Capital que muchas nobles y burguesas requerían de niñeras y mucamas, pero nunca pensó que se lo ofrecerían directamente. Sin embargo, se dio cuenta de que no mencionó a Janoc y enseguida dijo: - ¿Y qué hay de él? - Será el chico de los recados. - Era mi tarea en la estancia. ¡Me encanta hacer recados! Con gusto lo aceptaré – dijo un animado Janoc. - Entonces acepto el trabajo- dijo Aurora. - ¡Qué buena chica! – se conmovió lady Queral – Me alegra ver que tienes en cuenta a tus amigos. Estoy segura de que podrás cuidar bien al bebé. Venga, les mostraré dónde queda mi casa. La casa de lady Queral era bastante modesta para ser de la “Alta Sociedad”. Estaba conformado con bloques de madera pintada y un pequeño cobertizo a lo lejos, donde una limpiadora salía de ahí con los artículos de limpieza. La casa tenía dos pisos y, en el techo, había cuatro banderas que representaban a los cuatro reinos del continente. Casi todas las casas del reino del sur llevaban dichas banderas, indicando que pertenecían a algún noble en busca de mantener el orden y vivir una vida normal después de la guerra. Cuando entraron a la casa, vieron que era más amplia de lo que creían. Tenía una sala y algunos pasillos que conducían a las otras habitaciones. La mujer los llevó hasta la parte trasera, donde señaló una habitación con dos camas. Luego les dijo: - Les dejaré hospedarse aquí a cambio de su trabajo. Como aún son niños, es necesario que les provea de educación, así es que llamaré a un instructor para que les enseñe lo básico, como matemáticas e historia. ¿Saben leer y escribir, ¿verdad? - Sí. Me gusta leer cuentos – respondió Aurora. - ¿Te gustan los cuentos? ¡Qué bueno! Así podrás contarle algunos a mi hijo antes de dormir – dijo Queral, mostrándose optimista. Luego miró a Janoc, quien se mostraba incómodo. - Aún estoy aprendiendo el abecedario, pero puedo escribir mi nombre – admitió el muchacho. - Está bien. Le diré al instructor que te provea de libros de abecedarios. Para tu trabajo, es necesario que leas el nombre de las calles y las tiendas donde te mandarán a hacer los pedidos. En cuanto a ti – giró su cabeza hacia la muchacha – solo quiero que sepas que esta no es una casa de beneficencia. Espero que tanto tú como tu amigo cumplan bien con sus labores y sean honestos. Les pagaré bien, se los aseguro, además de brindarles techo, comida y educación. Pero ante cualquier falta de decencia, no tendré otra opción que echarlos. ¿Entendido? - ¡Sí, señora! – dijeron los dos, al unísono. - ¡Bien! – dijo la mujer, mostrando una amplia sonrisa y juntando sus manos – Hoy pueden tomarse el día libre. Aprovechen para bañarse y cambiarse. Por ahora puedo prestarles unos conjuntos y, cuando consigan ahorrar, podrán comprarse sus propias ropas. Cuando los dos niños entraron a la habitación, encontraron dos camas separadas por una mesita de luz. A los pies de cada cama vieron un conjunto de túnicas marrón claro, sin mangas, con un pequeño saco donde encontraron ropa interior, medias y compresas para el periodo. - ¡Oye! ¿Esto no es lo que usan las mujeres? – murmuró Janoc, fijándose en su bolsa. - Supongo que ella preveía contratar a dos mucamas – dijo Aurora – es por eso que solo hay esta habitación y no dormitorios separados – se rebuscó entre sus bolsillos lo que le quedaba de dinero y se lo entregó a su amigo – ten, usa esto para comprar cuaderno y lápiz para tus estudios, además de ropa para ti. Yo me quedaré con las compresas y la ropa interior. - ¿No iremos juntos? - Estoy muy cansada y tengo mucho en qué pensar. Cuando Janoc se marchó, Aurora se metió al baño conjunto a la pieza, se sacó su ropa y se metió bajo la ducha. El baño era muy pequeño, pero al menos tenía un espejo y una toalla con el cual secarse el cuerpo después. También halló un pote de champú, por lo que procedió a lavarse el pelo. Y mientras se bañaba, recordó todo lo que sucedió el día anterior y comenzó a llorar. Todavía no podía creer lo que le acababa de ocurrir, y más el no poder proteger a las personas que la cuidaron de pequeña. La razón por la que prefirió evitar a los soldados cuando éstos hicieron presencia en la estancia fue porque estaba segura de que los separarían y los llevarían a orfanatos. Éstos, por lo general, estaban separados por sexos, por lo que no podría estar cerca de Janoc. Y para colmo, el propietario de esa estancia jamás se haría cargo de ellos, sino que solo haría la vista gorda y los reemplazaría por otro personal para administrar su terreno. Así es que no le quedaba otra opción más que echar suerte en la Capital. Por suerte, lady Queral aceptó a ambos aún arriesgándose a contratar a “pordioseros”, como los llamó despectivamente el dueño del bar. No quería decepcionarla por lo que, apenas terminó su baño, se secó las lágrimas y se juró a si misma que protegería a ese bebé aún con su vida. Janoc todavía no había regresado. Así es que se vistió en su habitación y recogió la ropa sucia para mandarla lavar. Fue ahí que se cayó la carta que su hermana le había entregado antes de separarse de ellos. Recordó que le había indicado que lo leyese cuando estuviese en un sitio seguro. ¿Será algún testamento?, pensó la muchacha. Aunque no recordara que los capataces tuviesen algún patrimonio que heredar. Ahora que se había establecido, tenía la oportunidad de leer las últimas palabras de su hermana. La emoción le embargó, sería como escucharla desde el más allá. ………………………………………………………………………………………………………………………………………………… Janoc regresó con sus compras, feliz de encontrar un buen conjunto para chicos en una tienda de ropas de segunda mano. Pero decidió ahorrar el dinero de su amiga por si las dudas. Cuando estuvo a unos pasos de la puerta del dormitorio, escuchó un grito. Así es que aceleró el paso y encontró a Aurora sentada en la cama y leyendo una nota con cara de asombro. - ¡Señorita! ¿Pero qué sucede? – le preguntó Janoc. - ¡M… mira esto! Es… una broma, ¿No? - No creo que su hermana haga bromas en un momento de crisis. - ¡Sí! Pero… lo que me dice aquí… ¡No lo puedo creer! Además… ¡Viene con esto! Le mostró un pequeño anillo de oro blanco con una esmeralda y dos diamantes en sus costados, junto con unas pequeñas iniciales conformadas por las letras A.R.S.4 y grabadas en un costado. Janoc miró esa joya con curiosidad y preguntó: - ¿Por qué tu hermana tendría algo tan valioso en su poder? Aurora, impaciente, le entregó la carta. Janoc, que aún aprendía el abecedario, le costó deletrear las palabras en voz alta: - Usted… es… la… heredera… al… ¿trueno?... leg…ítima… here…dera… - ¡Legítima heredera al trono del Reino del Sur! – continuó Aurora, apretándose el pecho al sentir que le faltaba el aire. Janoc soltó la carta. Esta vez, el sorprendido era él. La verdad no podía creer que una niña vaquera que se la pasaba andando a caballo fuese una princesa. Pero si esa carta lo escribió la patrona, debía ser cierto. Además, tenía ese anillo, un artículo que normalmente usarían los duques o los reyes. Por su parte, la muchacha se estiró de los cabellos, se cubrió el rostro con ambas manos y se acostó en la cama, temblando. Janoc quiso acercarse a ella, pero se detuvo. Solo esperó a que se calmara, mientras procedía a ordenar el lugar. Cuando la muchacha se calmó, volvió a tomar la carta, la dobló, se lo guardó en el bolsillo de la ropa y le dijo: - Entonces… eso explica mis pesadillas. - ¿Pesadillas? – preguntó Janoc. - Sí. Suelo tener pesadillas recurrentes sobre mis padres. Mi hermana mayor me dijo que solo me entregaron, pero nunca me dio detalles. Así es que, ahora mismo, posiblemente… La dama de vestido blanco volvió a su mente. Seguro fue ella quien mató a sus padres. Y ahora que sabía que eran los antiguos reyes del Reino del Sur, era muy probable que, desde pequeña, presenció el asesinato múltiple y la escondieron para protegerla. Tan pronto como volvió a la realidad, sintió que todo esto era absurdo. No entendía de qué le servía saber sus orígenes si el país estaba a manos de la Alianza, a merced de tres reinos que día y noche se disputaban sus tierras como un juego de mesa. No tenía aliados, no tenía ejército, ni menos un castillo. Era ella sola contra el mundo. - Mantengamos esto en secreto – decidió Aurora – Al menos hasta que entremos en confianza con Lady Queral. Ella sería nuestra primera aliada. - ¿Acaso quiere reclamar el trono? – preguntó Janoc. Aurora tomó el anillo, mientras sus ojos temblaron. Luego, lo guardó en el bolsillo de su túnica y respondió: - Todavía no lo sé. Solo quiero saber la verdad.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD