Vuelve el pasado
Lo que Ares Nikolaou quería era silencio. Sentado en su oficina, entre carpetas y currículos, intentaba mantener los ojos abiertos tras ocho horas en quirófano. El cansancio pesaba y cada párpado se le hacía pesado, pero el hospital no admitía descuidos. Repasó nombres, fechas y referencias mientras el murmullo de los pasillos continuaba como una marea constante.
Una discusión frente a la puerta quebró la rutina. Al principio pensó que sería otra queja cualquiera, algo menor que podría ignorar. Cerró los ojos un momento para recuperar fuerzas. La puerta se abrió de golpe y la figura en el umbral lo dejó helado.
El cuerpo de Ares se tensó de inmediato. La ira se encendió en su interior y las imágenes del pasado volvieron con fuerza. No eran solo recuerdos, era la humillación que todavía quemaba. Lo invadió el rencor que no se cura con tiempo, ni excusas.
—¿Qué mierda haces aquí? —explotó Ares—. ¿Cómo te atreves a aparecer frente a mí? ¿No tienes vergüenza?
Ella no retrocedió. Había en su mirada una mezcla de determinación y cansancio. Ares tomo esa osadía como una falta de respeto o como la desesperación de alguien sin opciones.
— ¡¡¡éxo!!! ¡Fuera de mi oficina! —gritó él, intentando que la simple orden borrara su presencia.
—Pensé que ya no hablabas griego —contestó ella con ironía contenida—. Podrás gritar todo lo que quieras, pero no me iré sin hablar contigo. No he venido para remover el pasado.
Pronunciar el apellido le costó muchos a Ares, hasta le produjo arcadas. Y lo dijo con voz cortante, con la aspereza del que vuelve a tocar una cicatriz.
—Makris. El idioma en que hable no te incumbe. Tienes dos minutos para largarte de mi hospital antes de que pierda la paciencia.
Ella arqueó una ceja y respondió sin dudar.
—Al menos recuerdas mi apellido. Cuando estabas con mi hermana te veías menos amargado.
Eso reavivó la rabia. Antes de que la escena se volviera peor, Ares marcó a seguridad con sus manos que no dejaban de temblar.
—Necesito seguridad en mi oficina —ordenó—. Hay una persona a la que se le prohíbe la entrada a cualquiera de mis propiedades.
Sus ojos estaban inyectados de odio. Por un momento la violencia cruzó su mente. Pensó en acabar con la presencia que lo enfrentaba a todo aquello que había tratado de enterrar. La furia lo dominaba.
Ella levantó las manos en señal de rendición y habló despacio.
—Me rindo. No he venido a provocarte. Ares, mi intención no es torturarte ni reabrir viejas heridas. Estoy aquí por un tema de vida o muerte. Olvida lo demás un instante y escúchame.
Ares no cedió. Para él el pasado no era algo que pasara con hablar. Había sido objeto de burlas públicas, de noticias y miradas que lo dejaron desnudo. Creía que aquello no merecía compasión.
—Primero —dijo con dureza— no tienes derecho a dirigirte a mí por mi nombre. Segundo, ese pasado que mencionas aún me persigue, gracias a ti y a tu familia mi reputación está por el suelo. Tercero, no pienso escucharte. Y te advierto: no vuelvas. Podría acabar contigo, niña.
Ella sostuvo la mirada y su voz cambió. Al principio tembló, luego se llenó de urgencia.
—Ya no soy una niña y me llamo Agnes —dijo—, por si lo olvidas. Nadie sabe que estoy aquí. Solo te pido un minuto. Esto no tiene que ver solo con mi hermana.
Fue en ese instante cuando dos guardias abrieron la puerta y la sujetaron del brazo para sacarla. Antes de que la empujaran hacia el pasillo, lanzó una súplica que cortó el aire.
—Nikolaou, por favor —gritó—. Te ruego que me escuches.
Las lágrimas la traicionaron. Ares la miró en silencio, confundido entre la rabia y algo parecido a la curiosidad. Agnes habló entre sollozos, y cada palabra tocó una fibra que Ares había protegido durante años.
—Mi sobrino está muriendo —dijo—. Necesita una operación a corazón abierto y tú eres el mejor cirujano del mundo.
El golpe fue directo. Ares sintió cómo su cuerpo se inmovilizaba. La mención del niño lo atravesó como un bisturí. Por primera vez en la tarde, algo distinto a la rabia lo movilizó. Recordó la fragilidad de las vidas que entran a su quirófano, recordó por qué había elegido la medicina.
El silencio que siguió fue denso y pesado. Por primera vez la contienda entre su rencor y su deber profesional se hizo visible. La coraza que había levantado para protegerse del dolor comenzó a resquebrajarse. Esa noche, la medicina pedía neutralidad, pero su pasado gritaba venganza.
En un arrebato volcó todo lo que había sobre su mesa. Los papeles cayeron en desorden y el ruido pareció darle cuerpo a su desconsuelo. Sentía que la herida que creyó cerrada latía con más fuerza que nunca. Cada recuerdo era como un corte sin anestesia. Había enterrado aquel dolor, pero la tumba había sido profanada.
Recordó por qué abandonó su país, por qué tuvo que huir. La traición lo había destrozado, forzó su salida y lo obligó a rehacer su vida lejos de todo. Ahora la familia Makris volvía a aparecer, como si quisieran reabrir aquello que él había cerrado con tanto esfuerzo.
Caminó de un lado a otro por la oficina como un león enjaulado. La osadía de Agnes le parecía intolerable. ¿Cómo se atrevía a pedirle que operara al hijo de la mujer que lo había humillado? Un pensamiento oscuro emergió: si ese niño hubiera sido suyo, si la traición no hubiera ocurrido, tal vez no sentiría este conflicto. Esa idea lo persiguió con fuerza.
No pudo soportarlo más. Cogió su abrigo y salió del hospital. Caminó hasta un bar cercano, uno de esos lugares de su entera confianza. Pidió un whisky doble y otro más. Los tragos no calmaban la tormenta. Los recuerdos volvieron con la crueldad de un proyector que no perdona.
Rememoró los días junto a la mujer que fue su novia, las risas que después fueron mentiras y la noticia que lo destruyó. Pensó en la hipocresía de una familia que se proclamaba intachable, mientras en la realidad lo había arrasado. La amargura se mezcló con la certeza de que huir no bastaba para borrar el pasado.
Nunca hubiera imaginado que una Makris fuera capaz de hacer algo tan bajo como eso, siendo de las mejores y más tradicionales familias de Grecia.