Cicatrices de luna

La luna llena dominaba el cielo, derramando su luz pálida sobre el bosque sombrío. El aire frío cortaba como un cuchillo, llenando los pulmones de Rosie con un aliento helado que la impulsaba a correr más rápido. Las ramas se enredaban en su cabello oscuro, y la tierra húmeda se adhería a sus pies desnudos. El terror era un latido constante en sus oídos, un tambor frenético que marcaba el ritmo de su desesperada huida. A cada paso, el crujir de las hojas secas se mezclaba con el retumbar de los gruñidos, ecos distorsionados de una amenaza que acechaba desde las sombras. El bosque era un mar de oscuridad, ramas nudosas que parecían garras y sombras que susurraban secretos olvidados. Rosie jadeaba, su respiración era un silbido frenético mientras la adrenalina entumecía sus músculos. Sabía que no podía detenerse. Los latidos de su corazón resonaban como el redoble de tambores de guerra. El hedor a sangre y muerte impregnaba el aire, una advertencia silenciosa de lo que le esperaba si caía en las garras de su perseguidor. A lo lejos, un aullido profundo atravesó el silencio de la noche, cargado de una autoridad incuestionable. Rosie sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral mientras reconocía el sonido: un lobo Alfa. No era la primera vez que escuchaba ese llamado, pero nunca había estado tan cerca. Sus piernas temblaron, pero el miedo era una fuerza implacable que la impulsaba a continuar. El dolor de las heridas en sus brazos y piernas ardía, el resultado de las zarzas y ramas que había ignorado en su huida frenética. —No... puedo... detenerme... —se dijo entre jadeos, forzando a sus piernas agotadas a avanzar. El eco de pasos pesados rompió la quietud detrás de ella. Rosie apretó los dientes y se obligó a correr más rápido, aunque el agotamiento amenazaba con consumirla. Sabía que no podría mantener ese ritmo por mucho más tiempo. La imagen de su padrastro surgió en su mente, un monstruo con ojos fríos y manos despiadadas. El peso de los años de abuso la perseguía tanto como la amenaza tangible del lobo Alfa. Si caía ahora, estaría perdida. Las ramas crujieron detrás de ella, y Rosie se giró justo a tiempo para ver un destello de ojos dorados reflejando la luz de la luna. Un gruñido resonante sacudió el aire, y el lobo emergió de las sombras. Era una bestia imponente, con un pelaje n***o como la noche y cicatrices marcando su cuerpo musculoso. Los colmillos relucían bajo la luz pálida, y sus ojos ardían con una ferocidad que helaba la sangre. El lobo cargó hacia ella, y Rosie tropezó, cayendo de bruces contra el suelo. El impacto arrancó el aire de sus pulmones, y la tierra húmeda le llenó la boca. Jadeante y aterrorizada, se incorporó como pudo mientras la bestia avanzaba con pasos lentos y calculados. Su mirada era un abismo dorado que la atrapaba, un desafío y una sentencia de muerte. Rosie sintió que la desesperación la envolvía, pero algo dentro de ella despertó. Un instinto primitivo, una fuerza latente que clamaba por liberarse. Sus ojos se estrecharon, y una ira feroz reemplazó el miedo. Si iba a morir esa noche, no sería sin luchar. El lobo saltó hacia ella, y Rosie gritó, un alarido de rabia y desesperación. La criatura se detuvo en el aire, sus ojos abiertos por la sorpresa mientras una fuerza invisible lo arrojaba hacia atrás. Rosie cayó de rodillas, agotada por el esfuerzo, y sintió el calor de algo salvaje recorrer sus venas. El lobo se incorporó con un gruñido, pero antes de que pudiera a****r de nuevo, una figura emergió de las sombras. Alto, de cabello oscuro y ojos dorados que brillaban con una intensidad inhumana, el hombre se colocó entre ella y la bestia. Su presencia irradiaba poder, una autoridad natural que hizo que el lobo retrocediera con un gruñido sumiso. —No te haré daño —dijo el hombre, su voz profunda resonando como un eco en el bosque. Rosie temblaba, agotada y confundida. El hombre tenía un aire peligroso, pero sus ojos dorados contenían una promesa de protección. Ella cerró los ojos mientras el mundo se desvanecía en sombras, una última visión del hombre acercándose antes de que la oscuridad la reclamara.