Narra Amara
La mansión de los Hale fue un contraste abrumador. Por fuera parecía silenciosa; por dentro era un museo perfecto, impecable, donde cada paso hacía eco.
Mi madre parece tener una vida feliz junto a este hombre que le ha brindado una estabilidad, y eso, eso me hacía feliz. Parece tener una vida tranquila ahora. Pero yo, por el contrario, no podía decir lo mismo para mí en este momento…
Esta mañana, después de organizarme, bajé las escaleras y encontré la casa casi vacía. Mi madre había salido con Richard a la ciudad para atender algunos asuntos. La empleada me informó que volverían más tarde.Cuando iba hacia la terraza, escuché una voz detrás de mí.
—Vaya, madrugadora —dijo Eli, apoyado contra el marco de la puerta, con una taza de café en la mano y esa sonrisa confiada que parecía permanente.Llevaba una camiseta gris y unos vaqueros, el cabello ligeramente despeinado.—No madrugué tanto —respondí—. Solo no podía dormir.—¿Pensando en mí? —preguntó sin vergüenza alguna.
Siempre respondía a todo con un chiste.—Claro que no. Eres demasiado creído.—Y tú demasiado fácil de provocar.
Eli sonrió, y caminó hacia mí con paso relajado.—Papá y Helena me han dejado encargado de entretenerte —dijo, dándole un sorbo al café—. Así que hoy seré tu guía turística personal.—¿Mi qué?—Tu guía. Te mostraré los alrededores. Tenemos bosque, lago, caballerizas, y si tienes suerte, quizá te lleve a ver mi rincón favorito.
Negué con mi cabeza pensando que no era buena idea estar mucho tiempo con él. —No hace falta, puedo recorrerlo sola.—Claro… pero no sería tan divertido, ¿verdad? Además, podrías extraviarte, Amara. Este lugar es demasiado grande.
Me crucé de brazos, fingiendo indiferencia.—¿Siempre eres así de insistente con todo el mundo?—No. Solo con las personas que me intrigan.
Esa última palabra me dejó sin respuesta.
Unos minutos después, estábamos caminamos por el jardín trasero, donde el aire olía a hierba recién cortada. El sol se filtraba entre los árboles y la brisa hacía que las hojas se movieran como si danzaran.Eli caminaba a mi lado, con las manos en los bolsillos y una facilidad para hablar que me intranquilizaba.
—Ahí está el invernadero —dijo, señalando una estructura de vidrio entre las flores—. Mamá lo adoraba. Bueno, eso decía papá. Helena lo mantiene igual, sí que sabe lo que hace. Papá dice que le recuerda a mi madre.—¿Y tú? —pregunté—. ¿Te gusta venir aquí?—No mucho. Tanto silencio me disgusta. Me incomoda ese tipo de perfección. Yo soy más… como decirlo, soy más caos y todo aquí está demasiado ordenado. No parece real. Aunque tú desentonas un poco con tanto orden.—¿Desentono?—Sí. Pareces alguien que pertenece a otro sitio. No sé, tal vez por la forma en que miras todo, como si estuvieras buscando algo que no sabes qué es. Te he visto.
Su observación me dejó en silencio. No supe si me halagaba o si me inquietaba.—Quizás estás imaginando cosas.—Quizás —dijo, encogiéndose de hombros—. O tal vez solo estoy acertando.
Caminamos hasta una colina desde donde se veía todo el valle. El lago, las caballerizas, los campos que parecían no tener fin. Era un paisaje hermoso, de esos que solo se ven en postales.Me senté sobre la hierba, y Eli se dejó caer a mi lado.
—¿Qué te parece? —preguntó.—Es precioso. Nunca había visto algo así.—Cuando era niño, solía venir aquí a esconderme. Me sentía libre. —Me lanzó una mirada rápida—. Supongo que ahora prefiero esconderme de otras cosas.
No supe qué responder. Había algo en su tono que sonaba más triste que cínico.—¿De qué te escondes ahora?—De las expectativas —dijo con una sonrisa apagada—. De la idea de lo que se supone que debo ser… es bastante complejo cuando ni tú mismo sabes lo que realmente quieres, o hacia dónde vas.
Había un toque de sinceridad en sus palabras, pero no entendía a qué se refería realmente.
—A mis veintitrés años, no estoy seguro aún si estoy estudiando la carrera adecuada. Si estoy viviendo en la ciudad que quiero… que complejo ¿no? Percibirse a uno mismo así y que otros tengas altas expectativas.
Él desliza su mano por su cabello rubio, sus ojos ahora se veían más verdes que azules. Miré el perfil de su rostro y me di cuenta de su atractivo, pero demoré más de lo que debía mirando su cara, por lo que aparté mis ojos de él.
El silencio se extendió entre nosotros. Solo se escuchaba el murmullo del viento y el canto de los pájaros. Es tranquilo aquí. Me giré hacia él una vez más y nuestras miradas se cruzaron. Muy cerca. Demasiado cerca. Eli no apartó la suya, y por un segundo creí que él… que iba a besarme.
El aire se volvió más denso, el corazón me golpeó el pecho con fuerza. Pero entonces él sonrió.—Relájate, inquilina. Solo te estaba mirando.—¿Eh?
Él se ríe de mí y me hace sentir como tonta.
Tragué sonoramente. No puedo explicar lo que me hizo sentir, que nervios. Por un segundo creí que él… mordí mi labio inferior y sentí mis mejillas arder.
—No deberías… —empecé a decir, pero no terminé la frase.—¿No debería qué? —preguntó, acercándose apenas un poco más.—No deberías mirarme así.—Entonces deja de mirarme tú primero.
Esa respuesta me desarmó.Lo odié un poco por su descaro, pero me odié más por no apartarme.
—¿Estás nerviosa, Amara?
Negué con mi cabeza porque las palabras no salieron.
Eli mira mi boca y luego mis ojos, iba a dar un paso más cerca, pero las voces de Richard y mi madre aparecieron. Solo de esa manera, él mantuvo una distancia más prudente.
Su sonrisa llena de picardía fue el aviso de lo que estaba por suceder, Eli es directo; estaba entendiendo lo que quería, pues durante el día me había dado señales con esos acercamientos, y yo, yo no puse límites entre nosotros.
Esa noche, mientras escribía en mi cuaderno, escuché pasos en el pasillo. Me acerqué a la puerta y la entreabrí, solo para observar quien era.Eli pasaba con una toalla rodeando su cintura, recién salido de la ducha. Cerré un poco más la puerta dejando solo una pequeña y delgada línea para observarlo.
El agua aún resbalaba por su piel, el cabello mojado le caía sobre la frente y sus músculos se marcaban bajo la luz tenue del pasillo.Tragué saliva sin poder apartar la vista. Mi respiración se volvió pesada, irregular. Sabía que no debía hacerlo, que era inapropiado, pero no podía evitarlo.Él avanzó despacio, con ese andar confiado que parecía natural en él. Y justo cuando pensé que pasaría de largo, se detuvo.