Narra Amara
Giró apenas el rostro, sus ojos se clavaron en la rendija de mi puerta, directo hacia mí.
—No deberías espiar a la gente, inquilina —dijo con voz grave, casi divertida.
Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Me aparté enseguida, cerrando la puerta de golpe. Apoyé la espalda contra ella, con el corazón latiendo desbocado.
Me llevé una mano al pecho, intentando calmarme, pero era inútil.
Su voz seguía ahí, resonando en mi mente, peligrosa y dulce a la vez.
No debí espiarlo, nunca debí levantarme de donde estaba y abrir esa puerta. Aunque, creo que, si no lo hubiera hecho, igual nada sería distinto ahora ¿o sí?
—Hay muchas cosas por hacer en este lugar, Amara. No te aburrirás.
Richard caminaba a un lado de mí mientras me mostraba el interior de sus caballerizas.
—Tiene una casa muy hermosa.
—Aquí solo venía en las vacaciones, vivía en Barcelona con mis hijos cuando atendía la compañía. Pero desde hace unos años mi hijo mayor se ha hecho cargo. Necesitaba descansar, así que decido mudarme aquí; y cuando regreso, el destino me ha cruzado a una mujer despampanante que ahora es mi esposa.
Miré a Richard algo admirada por la manera en que se expresa.
—Cuando quieras dar un paseo a caballo, solo dime. Los paisajes de este lugar, son una obra de arte.
Solo asentí, no quiero parecer caprichosa.
—Bien, Amara. Hasta aquí te acompaño, debo volver con Helena, quedamos en hacer un par de cosas juntos.
—Gracias, Richard.
El hombre pone su mano en mi hombro y me da dos palmadas.
—No tienes que agradecer, somos familia.
Familia, esa palabra tiene demasiado peso.
Richard se fue alejando, yo quedé sola mirando de lejos a los hermosos animales que aquí tiene. Respeto la fortaleza de un caballo, así que prefiero admirarlos desde la distancia.
—¿Por qué andas merodeando sola por los alrededores de la casa? qué extraña eres.
La voz de Eli.
—¿Me estás siguiendo?
—No, claro que no. Eso de espiar a la gente no me va. Pero me parece que eres buena en eso ¿no?
Un tono juguetón apareció.
—No, yo… en realidad, no es que, bueno… solo iba…
—Soy un hombre atractivo, Amara. Entiendo que no hayas podido contener las ganas de apreciar mi belleza.
—¡Aish! Que cosas dices.
Le doy la espalda, aparto mis ojos de él, no quiero que mis mejillas una vez más se sonrojen y él lo note.
Apoyé mis manos en un portillo de madera, preferí ver las pilas de heno que la cara de él.
—Amara —escuché su voz demasiado cerca, seguido a eso, veo sus brazos aparecer a cada lado de mi cuerpo, sus manos se hacen muy cercas de las mías—. Puedo notarte, aunque te ocultes detrás de una puerta —menciona en voz baja detrás de mí.
Fui sintiendo el calor de su cuerpo, su pecho se pegó ligeramente a mi espalda y se inclinó para hablarme en el oído. Tan cerca que pude sentir su aliento.
—Creo que estás demasiado ce…
—¿Cerca? —termina él recargándose más en mi espalda.
Mi corazón se agitó. Como soy más pequeña, pude inclinarme y salir de su encierro pasando debajo de sus brazos que me acorralaban.
—¿No conoces lo que es el espacio personal?
Moví mi cabello y traté de mostrarme tranquila, pero en realidad tenía el corazón a mil.
Eli muerde sus labios y niega con su cabeza.
—No cuando se trata de alguien que me interesa —dijo con voz grave, mirándome sin disimulo.
Sentí cómo el aire se volvía menos entre nosotros. Bajé la mirada para intentar romper esa tensión, pero fue inútil. Eli dio un paso más hacia mí.
—¿Por qué te incomoda tanto estar cerca de mí? —preguntó, inclinando la cabeza.
—No me incomoda.
—Entonces, ¿por qué huyes? —replicó con una sonrisa ladeada.
—Porque eres un arrogante.
—Y aun así, no puedes dejar de mirarme. —Su tono fue un susurro afilado—. Te parezco un arrogante, pero te gusta verme cuando estoy casi desnudo.
—No seas ridículo.
Me giré para alejarme, pero él me sujetó de la muñeca con delicadeza, lo justo para detenerme. Su tacto me estremeció.
Miré su mano rodeando mi muñeca y sentí al extraño. Mejor aparté mis ojos.
—Eli… —murmuré, sin atreverme a girarme.
Él seguía cortando la distancia y dentro de mi sabía que debía irme, pero no lo hice.
—No digas mi nombre así —susurró él, tan cerca que sentí el roce de su respiración en mi cuello—. Me dan ganas de hacer cosas que no debería, Amara.
Sentí mi pecho subir y bajar con rapidez. Su confesión me hizo temblar.
Me giré despacio, con el corazón desbocado. Nuestras miradas se encontraron, y por un instante, el mundo pareció detenerse.
Vi de nuevo esa mirada en él, esa intensión.
—Esto está mal —dije apenas, con la voz quebrada.
—Lo sé —Su sonrisa llena de picardía se desvaneció lentamente, y por un instante, en su mirada vi algo más que deseo… vi duda, una lucha interna tan real como la mía—. Pero también se siente demasiado bien.
Su mano subió por mi brazo. Lo podía ver recorrer mi piel, y no me apartaba. Sentir sus manos tocándome no me disgustaba y por eso lo permití. Él siguió hasta que termina deteniéndose en mi mejilla. Mi piel ardía bajo su toque.
—No deberíamos —repetí, sin convicción alguna.
—Entonces dime que me detenga —susurró.
No lo hice. No podía.
Sentí su dedo pulgar tocando mi labio inferior, sus ojos azules me enfocaban con tanta intensión que me intimidaba.
—Eli…
—Shh —dice posando su mano en mi boca evitando que interrumpa lo que estaba por hacer.
Él se inclinó hacia mí y en solo unos segundos, su boca rozó la mía con una lentitud desesperante, como si esperara mi permiso.
Al inicio fue un beso que no era beso, pero sí que tenía mucha fuerza. Tanta que solté un suspiro que terminó ahogado en su boca.
Cuando nuestros labios finalmente se encontraron, todo se volvió una explosión de sensaciones.
Era un beso torpe al principio, cargado de duda, pero pronto se volvió más intenso, más urgente. Su mano se deslizó por mi espalda, llegó a mi cintura y terminó atrayéndome hacia él.
Sentí el calor de su cuerpo, la fuerza contenida en su abrazo. Era imposible pensar, imposible razonar. Tenía mis ojos de par en par, sorprendida por su acto, pero poco a poco, la sensación ganó y fui cerrando mis ojos.
Eli me besaba como si lo prohibido no existiera, como si el mundo fuera solo este instante y nosotros en él.
Me fui dejando llevar, moví mis labios junto a los suyos y apoyé mis manos en su pecho. Sostuve su camisa y me apoyé de ella.
El aire nos empezó a faltar solo así nos detuvimos. Cuando nos separamos, nuestras frentes quedaron apoyadas, respirando con dificultad.
No podía creer que esto había pasado. Mis labios entreabiertos, respiraba por mi boca porque mis fosas nasales no eran suficientes para el oxígeno que requerían mis pulmones en ese momento.
Me costaba levantar mi mirada y verlo a los ojos luego de ese beso.
—Dime que no te arrepientes —murmuró.
—No lo sé —confesé.
—También lo querías Amara, puedo percibirlo.
Él sonrió con una mezcla de ternura y fuego.
—No, no puedo pensar en este momento —dije procesando todo esto.
—Entonces no pienses, solo siente.
Él tomó mi mentón y me hizo ver su cara.
—Sabes que lo haré de nuevo ¿verdad? Si no me detienes, lo haré mil veces más, Amara.
No me deja ni reaccionar cuando sus labios volvieron a los míos, esta vez con más hambre, con más entrega.
El murmullo del viento, el roce de nuestras respiraciones, la forma en que mis manos buscaron su cuello y su cuerpo respondió al mío… todo se volvió un solo pulso, una sola necesidad.
—¡Amara! —escuché la voz de mi madre a lo lejos y de inmediato me alejé. Mis manos en su pecho lo empujaron con fuerza.
—¡¿Amara?!
Respiraba agitada, tanto que no podía ni responder.
—¡Aquí! —dije pasando mi mano por mi boca.
—¡Ven, quiero darte algo!
Eli me mira y saborea sus labios.
—Debo… debo irme.
Di un paso atrás y corrí de nuevo al interior de la casa.