4. La Mácula del Deseo

1141 Words
El puesto de avanzada élfico, un bastión de orden geométrico, pulcritud cristalina y lógica inquebrantable, se convirtió para Aelion en una prisión, donde el orden exterior amplificaba el caos interno. La estructura de cuarzo y basalto, dispuesta con una simetría tan perfecta que se burlaba de la irregularidad orgánica del mundo mortal, era un espejo cruel de su fractura psíquica. El aire filtrado por runas, el silencio absoluto, la temperatura constante; todo lo que antes era la prueba de la superioridad élfica, ahora era el eco hueco de un vacío existencial inmenso. La imagen de Seraphina —su intensidad, el sudor en su frente, la fugaz y vibrante certeza de su vida— estaba grabada en su córtex con la permanencia de un diamante, destrozando quinientos años de equilibrio mental y emocional en un instante de reconocimiento mutuo. La noche fue una vigilia febril y angustiosa, una anomalía metabólica que su cuerpo, diseñado para la estasis y el desapego, que no podía procesar. Aelion experimentó, por primera vez en su larga vida, el insomnio, una contradicción élfica que desafiaba todos sus códigos. Sus pensamientos, antes tan fluidos y predecibles como el cuarzo líquido y tan ordenados como la órbita de una luna, eran ahora un torrente descontrolado de culpa, terror y un deseo tan crudo y posesivo que rozaba la locura, una invasión foránea que él era incapaz de purificar. La fascinación dolorosa, la inquietud constante, era la primera emoción genuina de su existencia, y la combatió con el arma que se estaba oxidando en sus manos: la lógica. Aelion pasó horas que se sintieron como milenios en la cámara de comunicaciones, un habitáculo revestido de plata y obsidiana diseñados para la transmisión de datos sin emoción. Se forzó a interactuar con los Ancianos de Silvantis, buscando la redención en la obediencia. Redactó una serie de informes hiperanalíticos y fraudulentos para justificar su inacción y su enfoque obsesivo. Su argumento central, minuciosamente detallado en runas arcaicas, era la necesidad imperativa de investigar la "Anomalía Vital" de Oakhaven para crear el antídoto conceptual contra el caos emocional. Sostenía que Seraphina era un sujeto de estudio crítico: "una manifestación concentrada de la intensidad mortal; su estudio es vital para comprender y contrarrestar la debilidad del enemigo." Describió la estructura molecular de su fervor, el vector de su empatía y el espectro de su fragilidad con una frialdad clínica que era una máscara perfecta. Intentaba reducir su alma a una ecuación fría. Cada frase, llena de terminología sobre la "entropía emocional", la "profilaxis ontológica" y la "contaminación bio-psíquica", era una mentira elaborada para ocultar un simple hecho: la necesidad vital, egoísta, de poseer el fuego que le faltaba, para dejar de ser un Guardián y convertirse en un ser vivo (era deseo desmedido aunque el aún no lo supiera, amor a primera vista). La pluma de plata se sentía pesada, cada palabra una traición al juramento de su sangre. El pretexto era una burla a su propia inteligencia superior. Por primera vez, Aelion vio la falsedad inherente a la doctrina de Silvantis. Miró los mapas holográficos de su reino; la perfección geométrica y la simetría absoluta, con sus lagos inmóviles y sus bosques de crecimiento lento, le parecían ahora un sepulcro de mármol inmenso y frío, un mausoleo de la no-vida. La verdad era que su sagrado deber se desmoronaba ante la necesidad obsesiva de Seraphina. Él necesitaba su vitalidad, el único vector de significado que había encontrado. El conflicto interno escaló a una guerra civil del alma. La voz del Guardián gritaba: "¡Purifica! ¡Retírate! La pérdida es la máxima debilidad; la inmortalidad reside en la indiferencia. El sufrimiento que buscas es tu aniquilación." Este era el camino de la razón, de la ley élfica, y de la supervivencia a largo plazo de su propia r**a. Pero la nueva voz, la voz del deseo y el miedo a la nada, susurraba: "¡Siente! ¡Tómala! No dejes que la vida pase sin ser vivida." Se dio cuenta de que si la perdía, sus quinientos años serían un prólogo vacío, una nota a pie de página en la historia cósmica. Su elección ya no era entre el bien y el mal, sino entre la eternidad vacía y el instante con significado. El principio élfico del desapego se había quebrado ante la necesidad mortal. Aelion había elegido el dolor, la pasión y el caos por encima del orden inerte. Había condenado su propia alma inmortal por la posibilidad de una sola emoción auténtica. El miedo a la pérdida se había vuelto menos potente que el miedo a la insignificancia eterna. Al caer la noche, su ritual de preparación fue un acto de herejía secreta y absoluta, una traición a su sangre y a su trono. Se despojó de su armadura de Guardián, el símbolo de su juramento de estasis, pieza por pieza, y cada caída resonó como el colapso de una columna ancestral. Dejó caer el yelmo, sintiendo el aire libre sobre su rostro por primera vez sin la justificación del deber. Se puso una capa de viaje oscura y una armadura de cuero ceremonial, un atuendo que indicaba una misión personal, clandestina y no militar, deshonrando activamente su rango. Accedió a la cámara del tesoro privada, un sanctasanctórum de artefactos élficos y juramentos escritos. Abrió una pequeña caja de madera de tejo, tallada con runas ancestrales que representaban el juramento élfico de pureza. Dentro, tomó el brazalete de plata élfico, la 'Estrella de Cimera', una reliquia ceremonial de valor incalculable, grabada con runas complejas de protección y bendición. Era un símbolo de linaje y un juramento implícito de protección eterna, nunca, bajo ninguna circunstancia, destinado a un ser efímero como una humana mundana. El acto de sustraerlo para una mortal era la máxima traición a su cultura, una promesa mágica que lo vincularía a Seraphina más allá de la muerte. Aelion no solo llevaba la plata como un regalo, sino como una promesa mágica y vinculante: un juramento de que, a partir de ese momento, su inmortalidad estaría al servicio de la fragilidad de ella, un juramento de posesión y conservación. Él había reescrito su existencia: de Guardián de la Estasis a Predador de la Vitalidad. Su misión ahora era la captura de un alma para remediar su propio vacío existencial. La plata élfica, el material de la eternidad, se convertiría en la cadena que ataría el fuego de Seraphina a su vida sin fin, un acto de amor y egoísmo en una mezcla indisoluble. La travesía de regreso a Oakhaven fue la última caminata de Aelion el Guardián; el que emergería, sería otro ser. Uno más vivo y con más deseo del que tubo jamás, con lo que él no contaba era que esa llama que tanto deseaba no estaba interesada en nada más que en un ser repúgnate.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD