La Traición del Héroe Cap 07

1408 Words
La noche cayó sobre Oakhaven como una tela de araña negra tejida con humo y terror. El olor a miedo era más fuerte que el de las chimeneas encendidas. Un aullido, más profundo y gutural que cualquier lobo, rompió el silencio. No era una incursión menor; era un ataque coordinado de las fuerzas del Abismo. Las sirenas sonaron, y el caos se desató. La gente corrió aterrorizada hacia el fuerte central, buscando refugio. Seraphina, cuyo corazón aún estaba magullado por la humillación del pañuelo, agarró sus herramientas de curandera por puro instinto. Su primer pensamiento no fue la seguridad, sino Kaelan. Tenía que estar con él. Tenía que ser útil a su lado, demostrar que no era una plebeya, sino una aliada digna de su presencia. Corrió hacia la plaza principal, donde Sir Kaelan, reluciente y espectacular, daba órdenes a sus caballeros. La escena era épica, justo como ella siempre había imaginado. "¡Sir Kaelan!" gritó Seraphina, luchando por abrirse paso entre la multitud. "¡Estoy aquí! Puedo ayudar a los heridos en el puesto de socorro, puedo..." Kaelan se giró, y su rostro no mostró gratitud, ni aprecio, ni siquiera reconocimiento. Solo un desdén glacial. Las llamas demoníacas pintaban sombras horribles en sus facciones perfectas. "¿Tú?" Kaelan escupió la palabra como si fuera veneno. "¡Quítenla de mi vista! Este no es lugar para mujeres débiles, y mucho menos para curanderas de poca monta. Estorbas, Seraphina. Eres una distracción inútil." Seraphina sintió que el suelo se hundía bajo sus pies. Intentó agarrar su brazo, desesperada por una palabra amable que borrara el dolor y validara su fe. "Pero... yo puedo..." Kaelan la empujó. No fue un empujón gentil; fue un golpe violento con el revés de su mano, cargado de frustración y furia por el caos que lo rodeaba. La lanzó contra un barril de agua. "¡Tu patética devoción no sirve para las batallas, mujer! Si no tienes la sangre para empuñar una espada, entonces no eres útil para un hombre de mi calibre," siseó Kaelan, con los ojos fijos únicamente en la gloria de la vanguardia. "Vete y reza. Es lo único que sabes hacer. ¡Ahora, caballeros, a la vanguardia! ¡Por la gloria!" Kaelan espoleó a su caballo y se lanzó al combate sin dedicarle una sola mirada a la mujer que yacía en el lodo. Para él, ella ya no existía. El dolor del rechazo final fue más intenso que cualquier herida física. En ese instante, el ídolo de Seraphina no solo cayó, sino que se hizo añicos, revelando su alma hueca y egoísta. Las lágrimas brotaron, no por el miedo a los demonios que se acercaban, sino por la devastación de su propio corazón. Las palabras de Aelion resonaron en su mente como un recordatorio de su estupidez y de sus esperanzas puestas en alguien sin valor alguno más que el de luchar solo para si mismo y sus ambiciones. Mientras tanto, en las afueras de la ciudad, el Rey Aelion Nightera observaba la plaza principal a través de un telescopio élfico, esperando el momento de calma que le permitiera abordarla y reclamarla. Vio el intercambio. Vio la esperanza desesperada de la humana y la crueldad casual del "héroe". Vio el golpe, la caída y las lágrimas de Seraphina. La furia élfica que sintió no era por la amenaza demoníaca, sino por el humano que había causado ese sufrimiento innecesario. Kaelan había mancillado algo puro. Aelion dejó caer el telescopio. El riesgo no importaba. Su corona, sus juramentos, la ley élfica: nada importaba ya. Él, el monarca elfo, iba a intervenir en una refriega humana, rompiendo el más sagrado de sus pactos, no por deber, sino por posesión. En un destello de plata y furia, Aelion desenvainó su espada ceremonial y se lanzó hacia Oakhaven, dejando atrás el manto de su neutralidad. La batalla rugía. La organización militar de Kaelan se hizo pedazos más rápido de lo esperado, el aunque decía ser el mejor, en realidad no lo era siempre tubo mucha suerte. Seraphina se arrastró hasta una muralla caída, donde se había establecido un puesto de socorro improvisado. Mientras la batalla se desarrollaba, el fuego del Abismo crecía, y un grupo de civiles, incluida Seraphina, se encontraron acorralados cerca del ala este, donde la defensa se había roto por completo. "¡Necesitamos refuerzos en el este! ¡Hay un nido de crías demoníacas aislando a los civiles!" gritó un miliciano, su voz estrangulada por el pánico. Seraphina, con el corazón en un puño, vio cómo Sir Kaelan evaluaba la situación. Su camino hacia el este era peligroso y no ofrecía gloria; en cambio, la vanguardia central, donde se encontraba el gran demonio, prometía fama inmediata, ella sabia que decisión tomaría el. Ella lo miró con una última, patética chispa de fe, esperando que su héroe eligiera la decencia sobre el brillo. Kaelan giró su caballo. Su voz, amplificada por su casco de metal, resonó con una frialdad repugnante. "¡Dejen el este! La vanguardia central es la prioridad. Los civiles en el este son, estratégicamente, prescindibles. Yo soy la clave de esta victoria, no una docena de plebeyos asustados. ¡Adelante!" El sonido de la traición final fue más devastador que el rugido demoníaco. Seraphina cayó de rodillas. En ese instante, su amor, su fe y su sufrimiento por Kaelan se desvanecieron, dejando solo un hueco amargo y devastador en su pecho. El hombre que honraba su deber era un mentiroso y un cobarde. El hombre que la despreció la había condenado a muerte sin pestañear. Un demonio menor, con garras como dagas de obsidiana, se abalanzó sobre ella, atraído por el miedo. Seraphina no se movió, ni siquiera levantó los brazos para protegerse. Estaba vacía, lista para aceptar su destino. En el mismo instante, el Rey Aelion Nightera, irrumpiendo desde el callejón trasero, vio la elección de Kaelan. La indiferencia del humano por la vida mortal era tan absoluta que se negaba a ver el tesoro que tenía a su alcance. La furia de Aelion se elevó. Soltó el grito de batalla que ningún humano vivo había escuchado: un sonido élfico antiguo, cargado de poder ancestral, que congeló a los demonios y a los hombres por igual. Se movió con una velocidad de relámpago, envuelto en un aura de plata iridiscente. Llegó a Seraphina justo cuando las garras del demonio iban a rasgar su cuello. Aelion empujó a Seraphina fuera del camino con una fuerza violenta, salvándola por un milisegundo. "¡No eres prescindible, mortal!" rugió Aelion, su voz un trueno cercano. El demonio, al ver a un Guardián, redirigió su ataque. En lugar de perforar la carne élfica con la garra, el demonio usó su arma secundaria: un fragmento de hueso imbuido con magia de corrupción. Aelion bloqueó el golpe con su brazo desprotegido, sacrificando la integridad de su cuerpo para salvar su costado. El fragmento penetró su carne cerca del hombro, con un sonido húmedo. La herida élfica no sangró como la humana, sino que supuró una bilis negra y humeante que comenzó a corroer la perfección de su piel. Aelion lanzó un grito ahogado de agonía. Era la primera herida seria que recibía en siglos, y la magia del Abismo quemaba su pureza hasta los huesos. Aelion usó el último remanente de su fuerza para decapitar al demonio con un golpe brutal y preciso, y luego se desplomó sobre el lodo, inconsciente. Su cuerpo, la máxima expresión de la perfección élfica, ahora estaba manchado por el contacto demoníaco y la corrupción, un precio directo por romper sus votos. Seraphina, conmocionada hasta la médula, se arrastró hacia él. Vio la traición final de Kaelan, la gloria que el "héroe" eligió sobre la vida. Y luego vio el sacrificio de Aelion: el ser noble que ella había rechazado por temor, había roto sus votos de neutralidad y derramado su sangre eterna por su vida mortal. Las lágrimas que cayeron sobre el rostro pálido y perfecto del elfo no eran de pena, sino de una nueva y terrible devoción. Ella no había sido salvada por un héroe; había sido salvada por un Rey que se había deshonrado por su causa. Ahora era su turno de salvar al elfo que la había elegido a pesar de sí mismo. Seraphina, la curandera inútil, agarró sus herramientas y se puso a trabajar, ignorando el caos, el fuego y los rugidos de la batalla.
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