El avión con el símbolo de la familia real despegó del aeropuerto de Suiza. Una jovencita de piel nívea, ojos cafés almendra y cabello castaño oscuro, miraba el paisaje desde la comodidad del asiento de terciopelo que se le ofrecía.
— Princesa — la azafata hizo una reverencia —. Su Majestad, el rey, dice que la espera en el palacio no ha podido venir debido a que tenía unos compromisos que atender y se disculpa por ello; en su lugar se encuentra el príncipe Alain, ya que sus hermanos también están ocupados.
— No es ninguna novedad — ella sonrió con naturalidad —. Para mi padre siempre hay algo mejor que hacer que ver a la hija que envió al extranjero hace diez años y a la que no mira desde esa fecha. Bueno, tengo a mi hermano que es lo importante.
La azafata sintió pena por esta mujer que parecía estar en una jaula de oro; ella, por el contrario, parecía estar acostumbrada a la indiferencia del rey que era muy querido por el pueblo. Llegaron a su destino y en el momento en que Liah bajó del coche miró a su hermano. Su sonrisa fue muy grande y salió corriendo a los brazos de Alain, que la recibió con total gusto mientras le daba una vuelta por todo el sitio que estaba custodiado por los guardaespaldas de la corona.
— Hermanita — él besó en la frente a Liah —, no tienes idea la falta que nos has hecho durante todo este tiempo. Mi papá no ha podido venir porque…
— Porque tenía que atender unos compromisos — ella lo interrumpió y miró a Alain con ironía —. Lo sé muy bien, siempre es la misma excusa barata que él tiene para evitarme todo el tiempo y creo que ya deberían inventar otra cosa porque aburre escuchar lo mismo una y otra vez.
— Pues tengo que decirte que en esta ocasión no se encuentra evitándote o al menos no del todo, hay problemas con el reino — ella se sorprendió —. Vamos, en el camino te cuento.
Ellos se fueron en el carro, este iba en medio de una fila muy larga de vehículos que iban tanto por delante como por detrás; las banderas del país eran una de las muchas cosas que lo caracterizaban.
— Muy bien, dime cuál es el problema en el que se encuentra el reino — Liah miró con autoridad a su hermano — no te hagas el tonto Alain, escupe las cosas que ya no soy aquella niña de ocho años que enviaron a un internado todo por cometer el pecado de decirle a su padre que quería pasar más tiempo a su lado.
— Liah, no digas esas cosas que suenan horribles — Alain la reprendió y ella lo miró con indiferencia —. Bien sabes que lo hizo por tu bienestar, fuiste la mejor estudiante del internado y eso significa mucho; también mamá lo hizo en su juventud.
— Bien sabes que la primera parte de lo que dices es completamente falso. Mi papá me mandó a ese internado porque me aborrece por completo. Sé muy bien que mi mamá también fue estudiante sobresaliente del internado en el que estuve por diez años, me lo recordaban cada día en cada uno de los pasillos en los que pasaba, siempre había una fotografía de algún logro de la difunta reina Danielle, la que murió cuando dio a luz a su séptima bebé y la única mujer que dio después de seis hijos varones; no tienes idea lo que es crecer con la culpa de que mataste a tu propia madre y que también los demás te lo recuerden — ella sonrió triste — lo que más me afecta de todo esto es que mi amado padre opina de igual forma.
— Mi papá te ama, solo que no es muy bueno a la hora de demostrar sus sentimientos y no es tu culpa. Ser rey no es fácil y tampoco lidiar con asuntos que pueden llevar a la ruina a un país completo.
— A ti te abraza y te besa sin ningún problema, aquí el asunto es que conmigo es más frío que un témpano de hielo — Alain iba a hablar, pero ella lo detuvo —. Por favor, evitemos tocar el tema de nuestro papá, ya que es un tema eterno. Mejor dime qué es lo que está pasando en el palacio, puesto que eso es lo que más me interesa. Quizás hay algo que pueda hacer para poder cambiar las cosas.
— Es el pueblo, ellos están protestando, puesto que su amada princesa no ha estado por una década en su país y en ese tiempo logró actuar de tal forma como si estuviera ahí mismo. Las caridades que has hecho con el dinero que la corona te asigna es algo que logró ayudarte con los súbditos, ya que has hecho demasiado bien.
— Genial, papá, ahora me va a amar aún más, el pueblo se ha levantado debido a la ayuda que brindó a pesar de que me encuentro fuera del mismo. Pienso resolver esto, así que no te preocupes. Es mi desastre después de todo y es necesario arreglar el reguero que ocasioné. Ahora entiendo por qué quiso sacarme de las vacaciones de navidad.
Las verjas del palacio se abrieron y los coches entraron. Liah no esperó a que nadie le abriera la puerta y simplemente bajó en cuanto el carro se detuvo. Ella miró la alfombra roja que sus tacones tocaron y sonrió con una gran satisfacción al ver que el palacio seguía siendo exactamente el mismo que cuando lo dejó diez años atrás.
— Bienvenida, princesa Liah — la mujer hizo una reverencia — no tiene idea lo mucho que me alegra verla después de todo este tiempo.
Liah abrazó a la mujer. Se trataba de aquella empleada que fue su nana desde que ella había nacido, se encontraba igual de fuerte, pero unas cuantas arrugas surcaban su rostro. Todos entraron al palacio y cada persona que se encontraba ahí hacían una reverencia cuando veían a la princesa. Entraron al cuarto los tres y la chica miró todo el lujo con indiferencia.
— Muy bien, el rey ya se encuentra listo para recibirla — la mujer tomó las manos de Liah —, pero antes la vamos a preparar para la reunión, también se encuentra organizando un baile para usted.
—¿Querrás decir el baile de Navidad anual que se celebra en el palacio? Mi papá no se encuentra feliz de que me encuentre aquí y lo sabemos muy bien, menos porque las vísperas de la muerte de mi madre están a la vuelta de la esquina.
— Querrá decir su cumpleaños — ella apretó las manos de Liah —. Su Majestad la ama, quizás no de manera convencional, pero al menos ocupa un lugar en su corazón.
— Wuju qué bien — ella se soltó de las manos de su nana —. Bien sabes que mi padre tiene un corazón para todo mundo, menos para mí. Él mira por sus seis hijos varones, por el pueblo y hasta por la servidumbre; sin embargo, en mi caso hace como si simplemente no existiera.
Liah no dijo más nada y simplemente se preparó con ayuda de unas doncellas para ir a ver a su padre, una vez que estuvo vestida fue hasta aquel trono y el camino fue exactamente el mismo que recorrió cuando tenía solamente ocho años, varios recuerdos vinieron a su mente y en cierto punto se detuvo en seco, pero la mano de alguien tomó la suya.
— Es el mismo camino, pero diferentes circunstancias — Alain le sonrió —. Vamos, hermanita, tienes que ver a Su Majestad y lo sabes bien.
— Dame cinco minutos, bien sabes que reunirse con papá necesita de una fortaleza mental que no se reúne con facilidad.
Ella apretó el collar que su madre le había dejado y el que nunca se había quitado desde que nació, respiró profundamente y le dio la señal a los guardias para que abrieran las puertas. Unos cuantos golpes fueron dados y los umbrales se abrieron para darle paso.
— Muy bien, hermanita, es hora de avanzar — Alain apretó el hombro de Liah. Te veo en el otro lado, por favor, no seas una princesa fugitiva.
Liah sonrió y entró después de Alain. En el momento en que el rey la miró, se sorprendió por el parecido con su difunta esposa, sus ojos se aguaron y siguió cada uno de los pasos de su hija, que se puso delante de él e hizo una reverencia como dictaban las normas…