Camila observa las calles a través de la ventanilla mientras el auto se detiene lentamente frente al lugar donde todo comenzó. Sus manos están húmedas de sudor, su respiración descontrolada, pero su determinación es inquebrantable.
Las personas se agrupan en la entrada, rodeadas por reporteros que lanzan preguntas sin descanso. Entre ellos, Sebastián destaca como siempre, con esa sonrisa arrogante y la confianza que lo caracteriza. Está respondiendo a una pregunta cuando un elegante auto n***o se detiene frente a la alfombra roja, atrayendo la atención de todos.
— Hemos llegado, señora —anuncia el chofer con voz serena.
Camila respira hondo, sus dedos se cierran con fuerza en su regazo.
— No te alejes demasiado. No estoy segura de cuánto tiempo me quede.
— Entendido.
El chofer baja rápidamente del vehículo y lo rodea para abrir la puerta. Camila toma otro respiro profundo, ajustándose mentalmente a lo que está por venir. Al bajar, lo hace con una gracia calculada, el vestido rojo que lleva —ajustado y audaz— parece hecho a medida para este momento. Las miradas se concentran en ella, y un silencio momentáneo se apodera del lugar.
Sebastián, que hasta ese instante mantenía el control absoluto de la situación, queda petrificado. Sus palabras se congelan en el aire, incapaz de apartar la mirada de Camila. Han pasado cinco años desde que ella salió de su vida, y ahora, su presencia lo golpea como un puñetazo.
Camila sonríe, irradiando una seguridad que nunca había mostrado, una que contradice todo lo que Sebastián recuerda de ella. Mientras avanza hacia el salón, las miradas de admiración y asombro la siguen como un manto invisible.
Sebastián vuelve la atención a los reporteros, intentando recuperar la compostura, pero la furia y la confusión hierven bajo su piel. No pasa mucho tiempo antes de que la siga con la mirada al interior del edificio. Se debate entre acercarse o mantener la distancia, sus pensamientos enredados en un torbellino de emociones.
Cuando finalmente toma la decisión de actuar, Nicolás aparece junto a Camila. Con una copa de champán en la mano, le ofrece un beso en la mejilla que enciende la chispa de la ira en Sebastián. No lo piensa dos veces; sus pies se mueven solos mientras se abre paso entre los invitados, decidido a enfrentarla.
—¿Qué haces aquí? —pregunta con un tono gélido, el mismo que solía usar para intimidarla.
Camila se gira lentamente, su mirada desafiante lo atraviesa. Sus labios se curvan en una sonrisa ladina, cargada de intención.
—¿Creíste que iba a quedarme escondida para siempre? —su voz está llena de una calma calculada—. Lamento decepcionarte, Sebastián, pero estoy aquí para reclamar lo que es mío… y para recordarte que nunca debiste subestimarme.
Sebastián la observa, tratando de medir sus palabras, pero por primera vez, se encuentra sin nada que decir.