Rumores.

1156 Words
Ya podía sentirse la Navidad, o al menos, así era en la pequeña pastelería "Sueños de fresa". Los olores a mantecados, turrones y mazapanes, ocupaban todo el cálido espacio para embriagar a cualquier visitante con el espíritu navideño atolondrado. Ese entorno, era lo más cerca que Jimena podía acercarse a su espíritu navideño adormecido. Echaba de menos más que nunca el sentirse parte de una familia unida, las reuniones, las cenas llenas de regalos e ilusión como cuando era niña. La pastelería y su mejor amiga, eran todos los pilares que poseía en unas fechas como estas. Y eran suficientes en la mayoría de las ocasiones, sobre todo para no notar el dolor de la pérdida a cada instante y mantener a raya la melancolía. —Madre mía, me voy a poner como una foca como sigas trayendo tantos dulces a casa. Jimena rio sorprendida, encogiéndose de hombros mientras veía como Berenice engullía su segundo polvorón en cuestión de segundos. —Contrólate, que luego vienen los dramas. —Ya, ya, este es el último y por favor, ¡guarda ya esa bolsa de bollos de anís también! —claudicó intentando no caer en la tentación. Era tarde y ambas se reunían como cada noche para hablar de preparativos y ver alguna película romántica. Aunque no tuvieran pareja les encantaba las historias de amor americanas, tan bonitas y épicas, esas que por momentos te hacían creer en la existencia del verdadero amor. Inclusive con la consecuencia de sentirse algo vacías cuando estas terminaban y volvían a su realidad. — ¿Ya has decidido qué te pondrás en la fiesta de ex alumnos? —preguntó Berenice, cambiando drásticamente sus pensamientos. —No... —suspiraba su amiga desganada —, la verdad es que no he tenido tiempo de pensar en ello. —Mmm, y ¿estás segura de que esa es la razón? —Jimena miró con cara de contrariedad a su amiga en respuesta. —Sé que has estado preocupada, te lo he notado. No has querido hablar del tema en semanas, ni siquiera me has contado que te ha llegado la invitación... —hizo una pausa y señalaba a la estantería donde la había encontrado —. Sí, la he visto por casualidad. —Lo siento, se me pasó. He estado muy liada y lo sabes. —Lo sé, lo sé... pero sabes que puedes contarme todo, ser sincera conmigo. Jimena suspiró vencida. No podía seguir sintiendo aquella angustia en solitario. —He oído rumores, sobre él —hizo una pausa repentinamente abstraída, recordando el momento exacto —. La semana pasada, en la pastelería, mientras servía unos cafés, pude escuchar su nombre entre un grupo de chicas que parecían ser de la capital. Creo que le seguían por las r************* , o algo así, porque estaban emocionadas por el hecho de que él pudiera venir a la isla a pasar las navidades —hizo una pausa para coger aire profundamente y volver a suspirar —. No sé si es verdad o no, pero, la simple posibilidad de verle, me pone de lo más intranquila. Berenice vio aparecer nuevamente la preocupación de su amiga en esa pequeña arruga que se le marcaba entre las cejas. Sabía lo duro que sería la situación de encontrarse con esos hombres que en el pasado les había causado tanto daño. Norberto, ese chico tan popular a su pesar, que igualaba en timidez a la que fuera su novia el último año, no había cometido tantos errores como su ex marido. Ni siquiera creía que estuvieran hechos de la misma pasta. Pensaba que el único error del chico, había sido la falta de valor al enfrentarse a Jimena y dejarla, o al menos confesarle sus planes de futuro alejado de ella. Entendía el porqué de su temor, sabía que, en el corazón de su amiga, ese primer amor nunca se había alejado del todo, por muy lejos que se hubiera marchado físicamente. —No es seguro, quizá solo sea un rumor —quiso animarla. —Además, si así fuera, ¿qué podría pasar? —No lo sé —aceptaba —, supongo que nada. Después de quince años seremos como dos desconocidos. Solo que dos desconocidos con un pasado en común. Quizá le esté dando más importancia de la que tuvo para él, de eso estoy casi segura. —Se marchó amiga, ahora solo tú puedes darle importancia o quitársela del todo. Tienes esa decisión en tus manos. No dejes que el miedo a las posibilidades te paralice. Pero el miedo de Jimena iba más allá, aunque nunca fuera capaz de reconocerlo. Recordaba bien lo que era sentirme frágil y anhelar con locura una sola caricia. Lo había sentido tan intensamente, solo una vez en su vida, pero aun podía rememorarlo como si fuera ayer. Norberto se había convertido durando su año de relación en su punto débil, su talón de Aquiles y no estaba, para nada segura, de que, en algún lugar de su corazón, no lo siguiera siendo. Los recuerdos pasaban fugazmente por su mente. El aroma de su piel que ella inhalaba como si fuera el elixir de la vida, los besos tiernos y los apasionados que llegaron poco más tarde. De esos que le hacían perder el aliento y a la vez, desear que nunca acabasen. El cosquilleo de sus caricias, el calor que emanaba de cada abrazo compensando cada ausencia de su vida, cada leve tristeza o sensación de abandono. Le tenía a él y le amaba con verdadera locura y pasión. Tras su marcha, extrañaría durante mucho tiempo, los inviernos acurrucada en sus brazos, juntando los pies fríos en un intento de refugiarse a escondidas. Las risas y paseos dados de la mano, apreciando la belleza primaveral de las montañas, o corriendo despavoridos mientras las inesperadas lluvias les pillaba. Los baños refrescantes en las cálidas costas, aprovechando los momentos en que la escasa ropa les permitía explorar un poco más de su intimidad. Todo el amor que había necesitado, se había marchado con él. Y habiendo aprendido a vivir con ello, ahora no podía evitar preguntarse si su regreso no la dejaría herida una vez más y para siempre. —No lo hará —confirmó tras la avalancha de imágenes que pasaron por su memoria —. Solo debo serenarme y tener una estrategia para ese momento, si es que se da el caso. No debo preocuparme, no pasará nada que pueda alterar mi vida —se dijo casi en un intento de convencerse a sí misma. Abrazó a Berenice, apoyándose en ella —. Luego, ya podremos continuar con nuestras vidas, y quien sabe si enamorarnos una vez más. Berenice no pudo estar más de acuerdo. Sentía que ambas necesitaban pasar página, enfrentarse a lo que la vida les deparaba y dejar de temer a cada paso. La soltó para mirarla y sonreír con ganas. —Y ahora, ¡nos vamos de compras!
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