NARRA ISHTAR
Despierta Ishtar.
Tienes que despertar.
Vamos cariño, por favor.
Mi cabeza dolía, parecía que la martilleaban fuertemente una y otra vez, provocando que me fuera imposible abrir los ojos.
Tienes que moverte—Pensé, mande la orden a mi cerebro y este respondió con tardanza, mi brazo fue el primer el reaccionar.
¡Ah!
Mala decisión.
Un dolor punzante y ardiente recorrió mí ante brazo, parecía que alguien había colocado una braza hirviente sobre ella, un alarido de dolor broto de mi boca, en ese momento la voz de mi madre inundo mis sentidos causándome un solo sentimiento: Tranquilidad.
—Darío, ella acaba de moverse—Su tono fue de alegría plena.
Unos dedos calientes tomaron mi mano derecha, podía reconocer ese calor donde fuera: Papá.
—Aridai yo sabía que ella tenía que reaccionar en cualquier momento—Presionó mi mano con delicadeza. Abrí los ojos, el sol me impactó de frente haciéndome cerrarlos un poco intentando acostumbrarme a la luz.
—Gracias a dios...Ishtar, mi pequeña—Mi padre me abrazo fuertemente, aún estaba confundida no tenía idea de lo que había pasado. Poco a poco los recuerdos llegaron a mi cabeza, aún estaba un poco aturdida pero mi conciencia parecía regresar a mi ser lentamente.
Despierta Ishtar, Tracia esta por caer.
Mirza.
Allen y Mauris muertas delante de mí.
Cerré los ojos ante el pensamiento, era doloroso regresar a esos momentos donde pensé que mi vida estaba terminada, en ese momento una ola de voces tomo posesión de mi cabeza.
No, esta inconsciente solamente.
Mi habitación brillo y mi enorme cama era adornada con un hermoso edredón bordado en hilos de oro, estaba tal y como lo recordaba. Los ojos de mi madre estaban cristalizados mientras murmuraba cientos de cosas en voz baja, se lanzó en mi dirección.
—Estoy agradecida de que hallas logrado despertar—Me dio un beso en la mejilla.
—Ahora que la princesa Ishtar ha despertado quiero saber—Mi padre hablo con tono severo— ¿Quién la trajo? ¿Cómo llego aquí?
Una de las mujeres de la servidumbre dio un paso adelante y le dedico una reverencia.
—Mi rey, un hombre la ha dejado a mi cuidado, al parecer desconocía de quien se trataba, ha dicho que el único lugar conocido para ella donde podía sería el palacio—Bajo la mirada mientras sus dedos tomaban con fuerza la tela de sus vestidos que ahora lamentablemente permanecían sucios por lo que había pasado.
— ¿Dijo quién era?
—No mi señor.
—Era un persa majestad—Dijo uno de los soldados haciendo que mis ojos se centraran en él, lo que había dicho me hizo tener otro recuerdo.
¡Persas, tenemos que irnos!
Sangre...
Sangre...
— ¿Cómo puedes asegurarlo? —Cuestiono mi padre, aquella mención lo había puesto alerta.
—Su armadura y poseía el tatuaje persa en su brazo derecho, yo mismo lo vi entrar al palacio con la princesa en brazos—Respondió el soldado.
— ¡Majestad! —La puerta se abrió de golpe, Bicor el comandante del ejército tracio y mano derecha de mi padre se llevó las manos al pecho en señal de respeto—Ya sabemos que fue lo que ocurrió, definitivamente no fue la mano de dios que nos salvó, fue la mano de Persia.
Él se puso pálido.
— ¡Pero que tonterías dices Bicor!
—El ejército Babilonio que ataco Persia anoche venia en dos flancos diferentes, el grupo de cuatro mil hombres entro a la ciudad, mientras siete mil aguardaban detrás esperando las ordenes de un mensajero para saquear después de que sus antecesores destruyeran y asesinaran al pueblo—Mi padre parecía horrorizado.
Trago saliva mientras llevaba las manos a su pecho y tomaba asiento.
— ¿Dónde están esos siete mil?
Bicor tomo su espada fuertemente y lo miro a los ojos, buscando que mi padre encontrara la respuesta en ellos.
—Muertos.
Mi padre se llevó las manos al rostro, parecía nervioso.
—Mi hija fue salvada por un persa, no tengo porque llamarlos enemigos...—Me miro con cariño— ¿Alguna señal de ellos?
—No mi señor, se han marchado después de asesinar hasta el último babilonio, no han hablado con nadie, al parecer solo entraron a la ciudad quinientos—Las palabras del hombre de confianza de mi padre salían con cierto temor.
—Te noto taciturno Bicor, hay algo que no me has dicho—Aseguro mi padre.
El me miro a mí y después a mi madre, parecía indispuesto.
—Lo que tengas que decirme puedes decirlo delante de mi familia, ellos tienen derecho a saber qué fue lo que paso y que es lo que tienes que decirme.
El hombre trago saliva.
Yo aun permanecía sobre la cama mientras los brazos de mi madre me resguardaban fuertemente, la cabeza me dolía y ahora que me daba cuenta mi brazo estaba cubierto por una venda mientras muchas hojas de plantas curativas estaban debajo de ella.
—Se escuchan rumores de los reinos del norte, Lidia ha caído, y Babilonia esta arrodillada ante el imperio aquemédina, el intento de los babilonios por conquistar Tracia fue hacerse de soldados para atacar Persia—La mueca en el rostro de mi padre no fue de esperarse, la noticia le era desconocida eso podía apostarlo—El basto ejército persa es comandado por el príncipe Darian hijo del Rey Ciro, un guerrero como ninguno y sanguinario como el diablo, al parecer es temido incluso el Rey Alejandro de Babilonia.
— ¿Qué pasaría si Persia nos ataca? —Mi garganta seca logro hacer esa pregunta.
El negó con la cabeza,
—Nos eliminarían sin pensarlo, pero con todo respeto si ellos hubieran querido hacerlo esta noche era el momento, sin embargo metieron sus manos porque Tracia no fuera destruida.
—Esperaremos y estaremos alerta estos días, si ellos impidieron que mi pueblo fuera aniquilado por Babilonia, Tracia lo agradecerá como tal, estoy seguro que pronto recibiremos noticias de Persia.
Narra Darian
—Vamos Narsés, quita esa cara—Sonreí con suficiencia mientras dejaba que el agua empapara mi cuerpo, Narsés mi sirviente llenaba con paciencia la tina hasta cubrir con agua el ultimo musculo de mis pectorales, había sido una noche larga.
—Tiene idea de lo que pasara cuando el Rey se entere—La mueca de miedo en su rostro no fue de esperarse, al parecer según sus pensamientos había sido un poco imprudente.
—El ejército fue desviado unas millas, ataque de cierta manera a los babilonios y le di a Persia un aliado, el enemigo de tu enemigo es tu amigo Narsés—Dije de manera poética—A veces la guerra no se gana en el campo de batalla.
—Los soldados hablan—Dijo el colocándose a un lado de la tina con su papel de notas—Dicen que ha salvado a una mujer, una muy bella por cierto, y que usted mismo la ha dejado en las puerta del palacio de Tracia.
Su insinuación me hizo recordar a la mujer, estaba arrodillada con una espada de oro en sus manos esperando la muerte, una muerte que yo mismo le arrebate clavando la lanza en el asqueroso cuerpo del babilonio, era una mujer bella era cierto, pero ante mis enamorados ojos Anahí era la mujer más hermosa del mundo.
— ¿Qué han dicho? —Cuestione con la mirada fija en el techo de la carpa que utilizaba como hogar, estos días lejos del reino me provocaban pesar, la extrañaba, tenía que verla y pronto.
—Ellos piensan que la mujer lo atrajo—Reí.
—Tu sabes perfectamente que mujer que hace perder el conocimiento con su belleza, por ella dejaría el campo de batalla sin duda alguna—El sonrío mostrando sus hoyuelos, era un hombre joven y era lo más cerca a un amigo.
—Mi señor, el rey jamás aprobara a esa mujer que roba sus pensamientos y lo sabe—Era cierto, mi padre jamás aceptaría que reinado de Persia fuera dejado en manos de Anahí, por el simple hecho de ser una simple cortesana.
¿Pero cómo podía explicar que estaba enamorado de ella?
Ella no era como una cortesana cualquiera, estaba allí porque su madre lo había sido y aun lo era pero ella se negaba a ser la prostituta de la corte del Rey, y la admiraba por eso. Me sumergí y cerré los ojos, tenía que pensar mi siguiente movimiento.
Tienes que ir a Tracia—Dictó una voz en mi cabeza.
Era cierto, mis intenciones eran tener al reino de Darío en mis manos sin haberlo conquistado con sangre, formar lazos diplomáticos darían a Persia un aliado poderoso al momento de destrozar a los babilonios de una vez por todas. Salí del agua, necesitaba tomar aire.
—Manda un mensajero a Tracia, en dos días visitaremos al Rey Darío.
NARRA ISHTAR
—Ella dice que era un hombre muy guapo alteza, tenía unos ojos grandes y verdes acompañados con unas pestañas largas que cubrían sus mejillas—Sonreí ante la descripción de la mucama, estaba segura que la voz que había escuchado antes de perder la conciencia era de aquel hombre.
Un persa.
Antes de darme cuenta estaba sonriendo, quería conocerlo, quería saber quién era el hombre a quien le debía mi vida.
—Yo quisiera vivir algo así—Dijo con ojos soñadores una de ellas mientras arreglaba mis vestidos en el armario.
—Es extraño—Dije mientras sostenía el peine con el cual cepillaba mi cabello ondulado—Ese hombre tiene algo que me atrae y ni siquiera lo conozco.
—Le debe su vida, creo que le tiene agradecimiento—Opino la más anciana.
—Además...Saeed dice que era un hombre fuerte, él ha dicho que usted en sus brazos parecía una pluma—Reí con fuerza ante su comentario, aquellas palabras me provocaban gracia pero a la vez tentación, era extraño tener atracción por alguien sin conocerlo.
—Todo el reino se ha metido a la cabeza una historia de amor entre usted y el hombre desconocido, al perecer es la historia favorita de la mujer que la recibió—Era bueno que el pueblo tenga algo en que pensar además de la muerte y destrucción que pudieron haber provocado los babilonios, estaba agradecida con Persia no por haber salvado mi vida si no por haber alejado a mi pueblo de tan cruel destino.
Con elegancia baje la escaleras, la corte estaba reunida, a lado de mi padre aguardaba mi madre y mi asiento me esperaba justo a su derecha. El palacio había sufrido daños menores, y al parecer se había mandado a reconstruir todo a la brevedad, además claro de curar a los pocos heridos.
—Mi señor—Un plebeyo ingreso a la sala del trono inclinándose ante mi padre, los soldados se acercaron en su dirección—Un mensajero ha llegado, no ha dado nombres de su remitente.
Mi padre levanto la mano indicándole que lo dejara pasar. Mi madre parecía nerviosa, tomo mi mano con delicadeza y la presiono levemente, las puertas se abrieron dejando ver a dos hombres, uno portaba una asta en su cima una bandera roja con un agila bordada en oro se ondeaba ante la suave brisa.
—Majestad—El mensajero se inclinó ante mi padre con respeto—Su alteza el príncipe Darian hijo del Rey Ciro y dirigente del ejército persa desea entrevistarse con usted, siempre y cuando su presencia sea bienvenida en Tracia, dentro de dos días.
Mi padre sonrió, había dado justamente con su pensamiento.
Los miembros de la corte se pusieron de pie pues mi padre también lo hizo, se acercó con elegancia ante el mensajero.
—Nada me complacería más que conocer al próximo Rey de Persia, su presencia es grata para Tracia—El mensajero asintió—Prepararle comida y agua para el camino de vuelta.
Mi madre brindo apoyo emocional sonriendo, mi padre se dio la vuelta y levanto las manos, el mensajero salió de la sala del trono, había cumplido su cometido.
—Mi reina, prepara todo pues tengo el presentimiento de que la visita que se acerca es una de las más poderosas que hemos tenido en años, no podemos tener tropiezos, fallar en la diplomacia con Persia seria como firmar la muerte de mi pueblo.
Una sonrisa traviesa broto de mis labios.
¿Acaso el príncipe Darian no era un simple ser humano?