CAPITULO 2

2235 Words
NARRA ISHTAR —Vamos, no te muevas—El niño rio mientras sus mejillas se ponían rojas de alegría, su ondulado cabello se movía levemente con la brisa, la pequeña pulsera de cuero se amoldo en su pequeña muñeca, era una pulsera linda. —Gracias—Dijo mirando con alegría su primer regalo, continuamente visitaba esta casa, mi padre la había mando a organizar para aquí cuidar a los niños que eran abandonados o huérfanos, había más de cien, todos de menos de doce años. —Ishtar deberías dejar de mimarlos—Mi mirada se centró en la mujer de cabello canoso que caminaba en mi dirección. — ¡Nana! —Me abalance sobre ella, hacia un tiempo que no la veía, ella se había encargado de ayuda a mi padre a cuidarnos a Saddam y a mí, cuando crecimos decidió venir a hacer esta obra altruista y cuidar a niños indefensos que solamente necesitaban amor y cariño. —Mi preciosa Ishtar, hacía tiempo que no te veía—Paso las manos por mis mejillas analizando cada facción de mi rostro, las yemas suaves de sus dedos se colocaron el moretón que tenía en la mejilla— ¡Oh por dios! Agradezco firmemente a dios por traerte sana y de vuelta. —No me había ido a ninguna parte. — ¡No digas tonterías! Sé que estuviste a punto de morir, tus padres no se habrían recuperado de esa pérdida nunca, y  Tracia menos, eres muy querida por todos pequeña, eres humilde e inocente—Dijo con una sonrisa que resaltaba sus arrugas, los años habían pasado en ella. —Nana—Con los ojos aguados ante sus palabras la reñí, estaba avergonzándome con sus palabras. —Y ese guerrero misterioso del que todos hablan debido darse cuenta de ello—Mis mejillas se tiñeron tan rojas como la sangre—La primera historia de amor de la princesa Ishtar. —Nana, están exagerando las cosas, no conozco al guerrero, lo poco que recuerdo es una voz y al babilonio cayendo delante de mis ojos, los recuerdos son borrosos—Confesé tomando asiento en la banca de piedra, mire mis manos entre lazadas en mi vestido, aún seguía confundida e intentaba recordar. Tal vez había despertado, lo había visto y me había desmayado de nuevo—Dictaba mi cabeza, anoche había intentado recordar un rostro, algo que me hiciera...Tener algo de él. —Hay algo en el aire—Confeso mirando a las nueves blancas que cubrían la ciudad—No puedo intuir si es bueno o malo pero algo grande se acerca. —El príncipe Persa, llegara a Tracia mañana—Ella entrecerró los ojos analizando la información. — ¿Qué ha dicho tu padre al respecto? —Pregunto con curiosidad, fruncí el ceño ante su pregunta, la verdad papá se la había pasado toda la tarde hablando con mamá sobre los preparativos. —Creo...que tiene miedo—Mi revelación era acusadora, el Rey Darío de Tracia nunca había temido a ningún otro reino, siempre había estado a la altura de enfrentar a cualquier enemigo con suspicacia, sin embargo estaba segura que en el fondo Persia tenía algo diferente. Nana rio con fuerza, como si le hubiera dicho alguna broma, mis ojos la miraron con riña, mis palabras eran ciertas. — ¿El Rey? ¿Miedo? —La incredulidad en sus palabras era notoria, me puse de pie y coloque mis manos en sus delgados hombros inclinándome un poco. —Nana, Ese hombre es peligroso, sabes que jamás he temido a nadie, la cualidad la herede de papá pero, el hombre que entro a la ciudad hace dos noches asesino despiadadamente al ejercito babilonio que intentaba destruir nuestro hogar, y degolló a siete mil que esperaban fuera de la fortaleza, lo peor de todo es que...solo fueron quinientos—Los ojos de la mujer que consideraba como una abuela se abrieron con sorpresa. —Eso es imposible Ishtar, quinientos hombres contra once mil. Mis manos se alejaron de ella, le di un beso en la mejilla y le dedique una ligera sonrisa. —Mañana sabremos si los comentarios y la fama del Príncipe Persa, son reales—Tenia que aceptar que tenía curiosidad, tal vez era diferente a como se decía, tal vez no era tan despiadado como la gente opinaba, tal vez, solo tal vez no era tan asesino—Ahora lo único que se con certeza es que le debemos la vida. (...) NARRA DARIAN —Es una ciudad hermosa—Dijo Narsés mientras sujetaba las riendas de su caballo, mire a lo lejos la imponencia de la ciudad de Tracia, era protegida por una enorme muralla, lamentablemente eso no había impedido que fuera tomada. —Lo es—Nadie podía negar que poseía una belleza exuberante—Trajiste lo que te pedí—Lo mire de reojo sin apartar mi vista de lo que tenía a unos cuantos kilómetros. —Los sirvientes los traen consigo, es bueno que considerara los regalos—Una risilla broto de su boca—Es bueno que sepa que no solo con espadas se conquista—Si el no fuera la persona en la que más confiaba sin duda mi daga le hubiera rebanado el cuello por su insolencia. —Eso lo tengo presente. La arena color naranja del desierto en el que se levanta Tracia nos dios la bienvenida creando un leve polvareda ante el andar de los caballos, había decido regresar a Persia después de visitar al rey, el ejército había emprendido su camino de vuelta, sin embargo traía conmigo a quinientos de ellos. Cuando cumplí los trece años mi padre me mando a las montañas de Zagros con el objetivo de convertirme en un asesino, podía asegurar que había cumplido su cometido, era un excelente estratega en todo sentido, alguien destacable en el combate cuerpo a cuerpo y manejando toda clase de armas. En ese lugar pase los años más tormentosos de mi vida, la inocencia que debía caracteriza a un niño se me fue negada, me alejaron de mi madre y de toda mi familia. Te arrebataron la humanidad—Susurro una voz en mi interior. Tal vez no había sido así, tal vez me habían dado un objetivo. Defender Persia ante todo y asesinar a quien se atreviera a profanarla. (...) NARRA ISHTAR — ¡Apresúrense! —El grito fuerte y claro del exterior provoco que mi madre entrara en pánico. —Ya sabes lo que tienes que hacer—Dijo ella mirando el hermoso vestido color turquesa que se había mandado a diseñar justamente para la ocasión, ella coloco correctamente su corona y se miró en el espejo, ella era un poco vanidosa—¿Tienes preparado todo? Su pregunta hacía referencia al sin fin de regalos que mi padre había mandado a preparar, desde finas joyas de oro hasta telas y alfombras únicas en Tracia que los artesanos habían trabajado a toda prisa. —Si madre, ¿Por qué tengo que ser yo quien las entregue? Saddam puede hacerlo—Me cruce de hombros, mi hermano había estado ausente estos dos días ni siquiera había pasado a ver si su hermana mayor estaba bien. —Tu vida fue salvada por un persa para el pueblo y para nosotros es prudente que le des los regalos en agradecimiento al príncipe Darian, le debemos la vida y la permanencia del reino a ese hombre—Parecía que tenía que recordarlo a cada momento, si le debía la vida era a un hombre y no precisamente al príncipe si no a un soldado cualquiera—Saddam no está, se ha marchado a supervisar la reconstrucción en nombre del rey, nadie mejor que el para empezar a tomar su lugar. Mi madre se marchó momentos después, tenía que estar con mi padre para el recibimiento, o mejor dicho para la ceremonia porque para esas cosas se llevaba a cabo un minucioso protocolo de diplomacia, después de todo lo que se divulgaba por el pueblo y de las constantes platicas de mi padre en los últimos dos días, calificaba a Darian como un hombre soberbio, si tenía esa fama y tenacidad, sin duda alguna tenía que tener un carácter digno. Observe las enormes bandejas de plata y a las mujeres que se les había asignado la tarea, observe en mis manos la hermosa pulsera-anillo de oro rosa que mi padre me había obsequiado siendo una niña, tenía un enorme diamante en la zona del dedo anular que comprendía el anillo. Según la tradición Tracia una princesa debía conservar ese regalo hasta que su corazón le dictara que no era solo de ella, la pieza de oro se entregaba a la persona con la que se compartiría la vida. Estas noches sola me había llevado a pensar, si le debía la vida a ese hombre, si él me había dado una segunda oportunidad estaba decidida a pagarle, dándole lo que me había devuelto: Una vida. —Primero que entren las que llevan las telas y las alfombras, son un regalo de mi padre para la reina de Persia, después con las joyas que son para el rey y por con las espaldas y la armadura de oro del príncipe—Todo el mundo se había esforzado, parecía más una ceremonia de agradecimiento que una visita de cortesía. Bien, esperaría la señal de mi madre y entregaría los regalos. Coloque mis manos sobre la cabeza y al igual que ella arregle mi tiara, el velo color turquesa que acompañaba el vestido como una especie de niqab quedo debajo de ella cubriendo mi cabello. Mis ojos cafés claros observaron con recelo a la mujer que me devolvía la mirada del otro lado del espejo, era bonita, y tenía un carácter, eso me hacia una mujer...con potencial. (...) Narra Darian —Mis ojos ahora pueden cerrarse tranquilos, pues han visto al hombre al que le debo todo al parecer—Sonreí ante las palabras del rey quien con ímpetu caminaba con pasos seguros hacia mí, se llevó las manos al pecho creando un sonido revote debido al duro impacto, le respondí de la misma manera dedicándole una reverencia leve. Aun no era rey por lo que no podía darme ciertas libertades para con su trato. —Majestad es un gusto conocerlo al fin—Él puso la mano sobre mi hombro con confianza, como si nos conociéramos de años. —El gusto es mío—Una mujer apareció detrás suyo, poseía unas caderas voluptuosas y una mirada clara, su larga cabellera lacia caía con libertad sobre su espalda, era una mujer muy bella, me tome unos segundos para observarla con atención. Yo había visto esos ojos en alguna parte—Estaba seguro, intentaba recordar. —Ella es mi esposa, la reina Aridai de Tracia—De la misma manera le dedique una sonrisa cordial y una reverencia. —Un gusto majestad—Ella sonrió. —Es más joven de lo que pensaba, estoy segura que su edad se asemeja mucho a la de mi hija la princesa Ishtar—Esas palabras las escuchaba a menudo, los años pasaban rápido sin embargo aún la juventud estaba presente en mi cuerpo, veintiséis años muy bien vividos. —Sera un placer conocerla. Al parecer alguien se había tomado muy enserio la visita, había un salón lleno de cientos de platillos y mucho alcohol, no fue mala idea traer a mis hombres aquí después de todo, las calles de Tracia y sus mujeres les servirían de entretenimiento, después de muchos meses fuera de Persia. Cuando estuve junto al rey a la cabeza del enorme festín que había preparado una mujer se me hizo conocida, estaba en la esquina mirándome con los ojos como platos mientras sostenía una bandeja con bocadillos. Su recuerdo se posiciono nuevamente en mi cabeza. La mujer estaba con la cabeza entre las piernas mientras sus lágrimas no abandonaban sus ojos. —Estoy perdida, estamos perdidos—Susurraba para sí misma, parecía estar en un mal estado, pero ella era mi última salida, tenía que marcharme el sol estaba por salir, a pesar de mis esfuerzos y del dolor que debió haberle provocado cuando su brazo fue curado la mujer se negó a abrir los ojos, aun respiraba, el golpe que recibió debió haberle afectado demasiado. —Mujer escúchame—Ella levanto la mirada, cuando me observo se quedó anonadada mirando a la mujer aun inconsciente que se encontraba en mis brazos. — ¡Por dios! —Miro mi brazo cubierto de sangre, lamentablemente no era mi sangre si no de la chica que se había negado a despertar en todo este tiempo—Ish... — ¡Escúchame con atención! Tienes que cuidarla, cuando despierte ella misma partirá al lugar al que tenga que regresar, el palacio es el mejor lugar en el que pude dejarla, es el único lugar que todo Tracia conoce—Aun temblando asintió varias veces, tomo una de las cortinas y la coloco en el suelo, esa fue su señal, deje con sumo cuidado a la mujer de cabello ondulado en el suelo. —Tengo que irme—Le lance una última mirada a esas mejillas sonrosadas y salí de aquel lugar. La bandeja en su brazo parecía temblar, como si no creyese lo que sus ojos veían, tal vez iría a su encuentro más tarde y le preguntaría que fue de aquella dama.
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