NARRA DARIAN
—Mis motivos fueron únicamente políticos majestad—Lo mejor era hablar con claridad—Babilonia es un enemigo en común, tienen un ejército basto pero nada comparado con el de Persia, estos hombres que usted mira ahora en su mesa son asesinos despiadados—La expresión de Darío cambio rotundamente.
—Quinientos de ellos bastaron para eliminar a las tropas babilónicas y salvar a su gente, ninguno murió esa noche, no soy bueno creando diplomacia entre los reinos suelo tomar otros métodos cuando se trata del poder, si hubiera querido tomar a su pueblo lo habría hecho sin miramientos ni compasión, sin embargo quise ser benevolente por primera vez—Observe como el hombre apretaba levemente la copa que tenía en sus manos.
—Soy consciente de ello, y agradezco que se allá pensando la cosas antes de asesinar a familias y niños inocentes—Se notaba un poco inseguro al hablar.
—Quiero a sus tropas majestad, quiero a Tracia siendo comandada por las tropas Persas, mi padre me ordeno conquistar a cada reino, a cada pequeña ciudad, sin embargo, fue claro al decir que debía pensar antes de atacar el suyo, al parecer es una de las fuertes de este lado del Mar Mediterraneo, le prometo la protección para su pueblo si usted me da la mano con su ejército—El trago saliva y llevo las manos a su cabeza, muestra visible de que estaba exasperado o confundido.
—Podemos hablar de ello, estoy seguro de que podemos negociar.
Una risilla soberbia escapo de mi boca, el primer objetivo había sido cumplido, el rey Darío estaba mostrando debilidad, algo muy sorpresivo en un rey como él sin embargo estaba consciente de la fama que infundían los mensajeros a lo largo de los reinos, esa fama al final servía como arma de guerra.
El miedo.
—Estoy seguro de ello.
—Bien, sigamos con la velada que hemos organizado como recibimiento y agradecimiento para usted—La música estallo, y cientos de cortesanas entraron a la estancia danzando con ropa demasiado provocativa, los hombres reían y bebían alcohol sin parar como si su vida dependiera de ello, era bueno darles una distracción después de ver solo sangre y muerte. Después de unas horas comiendo y bebiendo alcohol las puertas del enorme salón se abrieron dejando ver a las sirvientas con decenas de bandejas de plata, en su interior joyas, telas, piedras preciosas y demás, delante de ellas venia una mujer, su rostro era cubierto por un niqab color turquesa, tenía caderas prominentes y caminaba con gracia y elegancia.
Se colocó a unos metros delante de mí dejándome ver con más precisión sus claros ojos cafés, me miro directamente y se paralizo unos segundos que pasaron desapercibidos, eran hermosos y grandes, una linda tiara decoraba su cabeza, ella era la princesa Ishtar de Tracia podía asegurarlo, se inclinó con delicadeza y dejo su bandeja en el suelo, dentro de ella yacía una espada de oro muy parecida a la que traía guardada en su funda, la cual era una recuerdo de la mujer, Narsés estaba encargado de cuidarla.
Cerca de la empuñadura estaban los diamantes, cientos de pequeñas piedras decoraban esa maravillosa y filosa espada, era un regalo precioso y al dejarlo al mis pies dejo claro que era mía.
—Príncipe Darian ella es mi hija la princesa Ishtar—Mire a la mujer que se había quedado estática mirándome, parecía estar grabando cada parte de mi anatomía en su cabeza pues me recorría completa y descaradamente con sus grandes e inquisidores ojos. Esa mujer tenía algo en ella, algo que me hacía pensar en que tal vez nos habíamos encontrado en alguna ocasión, sus cejas y sus ojos estaban en mi cabeza, sin importar lo que pensara el rey mire a su hija con el mismo descaro que ella lo estaba haciendo, en su brazo estaba una venda cubriendo la parte del antebrazo con delicadeza.
Una herida.
Me levante de la mesa y todos dejaron de prestar atención a las mujeres y a sus regalos para mirarme, camine en dirección a la chica que me miraba un poco temerosa, al parecer mis ardientes ojos verdes la habían puesto de la misma manera que a su padre: Tensa y sin saber qué hacer.
Al tenerla a escaso medio metro la pude analizar con soltura, era demasiada coincidencia que ella tuviera una herida en el mismo lugar donde había pasado la flecha a aquella desafortunada mujer.
La chica de cabello ondulado.
La herida de su brazo.
¿Podían ser acaso la misma mujer?
Ella parecía no entender mi comportamiento y dio un paso atrás.
— ¿Pero qué hace? —Cuestiono la reina al mirarme a escasos centímetros de su hija quien se había quedado con una expresión de pánico en su rostro, levante la mano derecha y le quite esa tela que la cubría.
¡Allí estaba!
¡Era ella!
¡Maldita sea!
Tenía unos labios carnosos y una piel morena muy bien cuidada, poseía un tez perfilado y delgado, era muy hermosa, ahora despierta se podía analizar mejor sus atributos. Era igual de bonita que como la recordaba. Me aleje de ella y sonreí.
—Vaya, vaya—Dije mirándola con la cejas arriba, el destino jugaba juegos muy macabros en muchas ocasiones— ¡Narsés! —Mi sirviente levanto la cabeza y dejo la copa de metal que tenía en sus manos para correr en mi dirección.
—Dame la espada—Él la saco de su funda y el rey me miro con los ojos como platos.
— ¡Fuiste tú! —Parecía no creérselo, al parecer me debía algo más valioso que la vida de su pueblo, la vida de su hija.
—Mi...mi espada—Dijo mirándome atónita sin saber que decir, me di la vuelta y encare al rey.
—Al parecer me debe también la vida de su hija majestad—Era realmente sorprendente la situación, el parecía querer decir cientos de cosas y su boca parecía no poder decir nada—Su hija estuvo a punto de ser traspasada por la espada del enemigo que tenemos en común, unos segundos más tarde y no estaríamos festejando sin duda alguna.
Narra Ishtar
Desde que ese hombre roso las yemas de sus dedos en mis mejillas mis manos no parecían dejar se temblar, esa mirada verdosa era intimidante y sus acciones lo eran a un más, irradiaba supremacía y poder al caminar, era una sensación indescriptible. Su ropa no era para nada la de un príncipe, o bueno ninguno de los que yo conocía, no portaba un suriya bordado en hilos de oro o una larga túnica de seda, era la viva imagen de lo que denominaría un príncipe rebelde. Traía una armadura hecha de plata y cuero que cubría su torso y hombros, dejando al descubierto sus grandes y definidos brazos, los cuales eran decorados por tatuajes en la parte superior, los antebrazos eran cubiertos por grandes y pesadas muñequeras de cuero y oro. Su abdomen marcado estaba cubierto del mismo material, ese hombre estaba muy bien definido.
En el centro de la armadura en la parte de su abdomen aguardaba un circulo pequeño de metal en el cual se había labrado el logo persa del águila dorada, ese detalle había sido trabajado en oro, era un atuendo imponente y atractivo a la vista de una mujer. Trague saliva, él era el hombre al que le debía la vida. Todo lo que se decía de él era cierto, las palabras que salían de su boca lo hacían llenas de egolatría y orgullo.
—Le agradezco su gesto alteza—Lo mire a los ojos.
¡Mala decisión! Su mirada era...no sabía cómo explicarlo. Había algo en aquel hombre, algo extraño que me provocaba cosas completamente incomprensibles para mí, el hormigueo aún seguía presente en mi mejilla. Estaba haciendo un sobre esfuerzo para no salir corriendo.
Me dedico una reverencia y ante mi sorpresa tomo mi mano, dejo un delicado beso en el dorso.
¡Dios mío! Mis mejillas ardieron, de reojo mire a mi madre quien sonreía, mi padre no pensaba que la escena era graciosa pues sus ojos estaban llameantes de ira, él siempre era un sobre protector, en cambio mi madre intentaba conseguir constantemente pretendientes para poder tener nietos, que según ella era lo que más deseaba. El hombre que tenía enfrente me atraía, nadie podía negar eso, pues mi mirada lo había devorado de la misma manera que lo hizo la suya.
El soltó mi mano con delicadeza y yo sin saber que hacer baje la mirada y observe la pulsera-anillo de oro rosa que aguardaba en ella, levante mi brazo y ante la mirada atónita de mi padre destrabe el seguro dispuesta a entregarle mi regalo, el miro con atención la hermosa pieza de joyería, uno de los sirvientes se apresuró y coloco delante mío una pequeña bandeja de plata donde coloque el contenido de mis manos con delicadeza.
Trague saliva y di un paso adelante mientras le ofrecía mi más preciado tesoro.
—Para una princesa Tracia su distintivo al nacer y su bien más preciado es una joya—Explique en voz baja—No solo es un bien de propiedad, el oro simula lo valiosa que es la vida y usted príncipe Darian ha salvado la mía cuando la creí perdida.
El escucho atentamente mis palabras, mi madre tenía una expresión en su rostro que no pude entender, era sorpresa unida a otro sentimiento, el príncipe se tomó unos segundos antes de acercar sus manos y tomar la joya.
NARRA DARIAN
Decir que estaba confundido era poco, la hermosa mujer me estaba regalando una joya que según sus palabras lo eran todo para ella, sin embargo algo en mi interior me incitaba a aceptarla, tal vez la princesa me gustaba, tenía una belleza única.
Anahí
Anahí
El nombre de la mujer que ocupaba mis pensamientos desde hacía muchos años aparecía en mi cabeza mientras aceptaba el regalo de la princesa, debía entender que se sentía agradecida, pero era complicado interpretar sus palabras.
¡Maldita sea! La acción de aquella chica me había colocado en una situación de la cual no sabía cómo escapar, nunca había recibido ningún regalo como el que ella me estaba haciendo, vamos, ni siquiera la vez que me decidí a tomar como mujer a aquella cortesana que me traía loco, pues ella no era virgen como uno esperaría, sin embargo el amor que le tenía me segaba completamente.
Estaba estático sin saber que decir, por primera vez en la vida, me habían colocado en una situación en la que no tenía idea que proseguía.
—Majestades el Príncipe Darian se ha tomado la libertad de traerles regalos—Narsés logro cortar la tensión del ambiente y yo parecí volver a respirar de nuevo, la chica sonrió apenada, me dedico una última mirada y se marchó dejándome con su preciado regalo en mis manos—Después de que Lidia cayera ante la mano de ejército persa...
Narsés comenzó a presentar los regalos con gracia, era un hombre divertido que sabía cómo narrar historia de la mejor manera, todo lo contrario a mí. La visita a Tracia había salido muy bien sin embargo las palabras de la mujer llamaron mi atención, sabía que había algo más ella que un simple regalo, Persia tenia costumbres encerradas en tradiciones como esas.
Narra Ishtar
— ¿Sabes lo que has hecho? —Dijo mi padre con la mirada fija en mi sonrojado rostro, con delicadeza lleve las manos a mis mejillas recordando el tacto del príncipe.
—Creo que Ishtar sabe perfectamente lo que hizo—Replico mi madre mientras me abrazaba por la espalda—Sin duda yo también lo hubiera hecho si tu hubieras sido igual de explosivo al conocerme, el destino hizo una buena jugada.
Mi padre no pudo contener la risa ante las palabras de mi madre quien deposito un ligero beso en mi mejilla.
— ¿Qué tengo que hacer contigo Aridai? —Llevo la copa llena de alcohol a su boca dando un buen trago—Mi hija acaba de entregar de manera simbólica su vida al hombre más poderoso de todo Oriente Próximo, no puedo creerlo, esperaba que el hombre al que debía agradecerle la vida de mi hija fuera menos...
—Dominante y poderoso—Completo mi madre.
—Menos dominante y poderoso—Aprobó mi padre.
—Creo que él no sabe realmente que fue lo que hice—Dije mirándolo a lo lejos, permanecía con el rostro serio pero tenía una expresión pensativa, con su mano derecha apoyada en la mesa sosteniendo su cien.
—Tendrás que aclarárselo—El recelo en sus palabras no fue de esperar, mi padre lo miro con el ceño fruncido.
—Ese hombre es demasiado soberbio, lamentablemente tengo que aceptar que me tiene en sus manos, antes de marcharse le entregare nuestras tropas—Mi madre volteo a mirarlo rápidamente no creyéndose lo que estaba diciendo.
—Darío tú no puedes hacer eso—Susurró con la preocupación naciente en su rostro, ella se acercó a él y tomo su mano de manera suplicante—Le estas entregando nuestra defensa ¿Sabes lo que estas haciendo? —Sus ojos se pusieron vidriosos, lo que papá decía era una decisión seria, estaba mostrando debilidad.
—Estoy entregando Tracia, pero si no lo hago nada impedirá que mi gente muera, esta es la única forma que tengo de protegerlos, es Babilonia o es Persia—Sujeto el brazo de mi madre con delicadeza—Estoy dispuesto a hacer lo que este en mis manos para que todos estén a salvo, así tenga que vender mi alma a Persia lo que según cuentan muchos es peor que venderle el alma al diablo.