12. ¿Crees en Dios?

1026 Words
Despierto desnuda sobre nuestra cama. En realidad, quienes me despiertan son los sonidos de lo que parece ser un camión. Damián no está a mi lado, así que supongo que, se levantó mucho más temprano. Levanto mi cuerpo de la cama y me dirijo al baño. Al verme al espejo noto que me veo cansada y ligeramente ojerosa. Anoche subimos a la habitación y no dormimos mucho. Estaba drogada y excitada y todos saben que esa combinación no es buena para el cuerpo. Me adentro en la ducha, me lavo el cuerpo y el cabello. Me cepillos los dientes antes de salir y me coloco ropa cómoda. Bajo hacia la planta baja donde todo está impecable Llego a la cocina, me sirvo un poco de jugo y luego de tomarlo, salgo para ver qué es lo que hace tanto ruido. Al llegar al jardín, noto que justo como creí un camión gigante está detenido frente a nuestra casa. De él están metiendo montones de paquetes de cocaína. Me quedo de piedra observando la escena hasta que mis ojos se cruzan con Alex que está a unos metros de mí. Recuerdo su intensa mirada anoche e intento acercarme a pesar de que le dije que se mantuviera lejos de mí, pero alguien coloca su mano en mi hombro, impidiéndolo. —Señorita, ¿cómo está? Damián me dijo que le dijera que volvía pronto. Tuvo que salir urgentemente con su padre. Puede esperarlo dentro, puede hacer lo que quiero, pero no creo que le gustaría verla aquí afuera con estos hombres. —Jordan… llámame, Jessica, incluso eres mayor que yo. No me tienes que tratar con tanto respeto. No te preocupes. —Okey, Jessica, es solo que eres la chica de Damián y… —Soy la chica de tu amigo, lo que significa que también puedo ser tu amiga. Solo relájate —él me regala una sonrisa antes de irme. —Buenos días, chica en llamas y no, no me refiero a Katniss —me sorprendo cuando Regina toma mi brazo, lo enrosca con el suyo y comienza a caminar hacia dentro de la casa. —Hola Regina… creí que tú no… —¿Qué no vivía aquí? —se me adelanta mientras nos sentamos justo en el sillón donde anoche me miraba Alex—. Es complicado, me acuesto con David, todo el tiempo y poco a poco él dejo de darme dinero y comenzó a darme autos, ropa, viajes y comencé a quedarme aquí. Puedo irme y volver cuando quiero, pero… nadie más se acuesta conmigo. —¿Hace cuanto trabajas de…? —Prepago —yo asiento ligeramente apenada—, bueno, hui de casa, como ya sabes, empecé a trabajar de mesera en un bonito restaurante y a vivir con una amiga que salía todas las noches y volvía con mucho dinero, mientras que yo salía todas las noches y volvía con poco dinero porque la paga era un asco. Le pregunté qué hacia y ella me lo dijo. Ya no era virgen así que simplemente dije, ¿por qué no hacerlo? Pero ella me dijo que esperara a tener dieciséis que ella me ayudaría mientras, Así pasó y desde esa edad, a eso me dedico. —¿Conoces al padre de Damián desde esa edad? —Sí, no de inmediato, pero lo hice. Empecé a venir cuando había fiestas y él me daba mucho dinero, luego sus amigos querían estar conmigo y también me dieron mucho dinero, hasta que él no quiso que estuviera con más nadie. —¿Crees que él te ame? —Regina baja la cabeza antes de contestar. —Lo hace y yo a él… mucho, pero jamás nos casaremos, jamás se casaría con una mujer como yo. —¿Una mujer como tú? ¿una mujer que sobrevive? A lo que te hayas dedicado no importa, es pasado. —A lo que me dedico, Jessica. Siempre seré una puta, a ti te ven con respeto y a pesar de ser bella saben que jamás te pueden tocar un pelo. Morirían por eso, en cambio yo, yo siempre seré una puta —tomo su mano entre la mía. —Tú no eres ninguna puta, Regina y estoy segura de que él no te ve así. Eres hermosa, hermosa. Tu eres la verdadera ama y señora de esta casa —ella sonríe anchamente—. ¿Por qué me llamaste chica en llamas? —decido cambiar de tema a lo que sus ojos se abren expresivamente —¡Carajo! Es que te tenías bien guardado lo bien que te mueves, Jessica —yo opto por solo reír—. Te veías putamente sexi en ese vestido anoche. —¿Lo crees? —¿Qué si lo creo? ¿no te diste cuenta de que todos te miraban? Tienes la suerte de verte candente cuando estás drogada. No todas podemos hacer eso —ambas reímos. Al terminar, noto que, de su cuello, cuelga un crucifijo pequeño, pero ligeramente grueso y parece de oro. Es hermoso. —¿Crees en Dios? ¿Eres religiosa? —pregunto. —Bueno, es complicado —contesta—, pero digamos que creo en él cuando me da lo que necesito para estar feliz. —¿O sea que no crees en él todo el tiempo? —pregunto. —Como te digo, no necesito estar tan feliz todo el tiempo. Regina agacha su cabeza ligeramente para observarlo antes de tomarlo en sus manos. Toma la parte superior de él y la desenrosca como si fuera un recipiente. Éste tiene una especie de forma larga que funciona como superficie para mantener la cocaína. Ella la lleva hasta su nariz y la inhala. Se sorbe un par de veces hasta que vuelve a enroscar el collar. —¡Vaya! —susurro y ella me guiña un ojo. —Me aferro a él cuando en verdad lo necesito —lo toma entres sus manos y le da un beso. Regina es una chica diferente, de eso no cabe duda. Incluso me agrada, puedo decirlo, y no sé por qué siento que aprenderé más de ella que de cualquiera en esta casa.
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