Ambos caminamos hasta la cama, supongo, donde él me tiende y gotas de su cabello y su cuerpo caen sobre mí.
Comienza a besarme el cuello y el lóbulo de mi oreja, lo que provoca que mis vellos se ericen. Comienza a descender hasta llegar al inicio de mis senos, los que por alguna razón extraña me dan inseguridad, son pequeños, a comparación a otras chicas de mi edad. Él levanta el top, noto cómo se relame los labios y los lleva a mis arquee pezones, humedeciéndolos al instante. El mero tacto hace que me arquee y un gemido suave se escape de mis labios. Con su otra mano, acaricia mi otro pecho suavemente y con la yema de sus dedos acaricia mi pezón que ya está duro como roca.
Continúa descendiendo mientras me mira escaladamente, llega a mi pelvis y baja suavemente mi ropa interior. Cuando ya está totalmente fuera de nuestro alcance, me besa la cara interna de mis muslos, lo que hace que mi v****a comience a mojarse, como cuando en la ducha, me toqueteaba el clítoris pensando en él. Deja de besar mis muslos y comienza a mover su lengua sobre el clítoris, suavemente, pero ocasionándome sensaciones inigualables, haciendo que no piense en cubrirme o levantarme. Intento cerrar mis piernas, pero Damián no deja que lo haga. Sus movimientos comienzan a ser más veloces al igual que esa sensación deliciosa en la parte baja de mi vientre, siento el orgasmo llegar, mis manos aferradas a las sabanas y mis gemidos fuertes me lo dicen, pero él se detiene cuando estoy a punto de alcanzarlo.
Rápidamente vuelve hasta mi rostro y me besa, esta vez más fuerte, más feroz, más necesitado. Está igual de excitado que yo, así que mientras seguimos besándonos, yo desato su toalla, la alejo de ambos y enrollo mis piernas en su cuerpo. Siento su pene erecto y mojado, listo para penetrarme, así que acerco mi boca a su oído.
—Hazlo —le susurro.
Como si estuviera siguiendo mis ordenes, Damián comienza a entrar lentamente en mí, lo que causa que instintivamente mis paredes se contraigan, probablemente por los nervios que me hago creer que no tengo. De inmediato un quejido de dolor sale de mis labios, a lo que él se detiene.
—Si sientes que te hago daño, solo dilo y detenemos todo —niego con la cabeza e incrusto mis uñas en la carne de sus omoplatos.
Damián intenta seguir entrando hasta que poco a poco lo logra con un mínimo dolor, pues me siento lubricada. Comienza a entrar y salir escaladamente, una y otra vez, mientras me besa el cuello y los senos. Sigue haciéndolo, incrementando su velocidad, mientras yo intento que mis piernas se mantengan en sus caderas. Sus penetraciones son más fuertes y sus gruñidos más altos. Toma la parte baja de mi cabello suavemente y hace que lo mire, al tiempo que sigue haciéndolo, sigue penetrándome.
La sensación en la parte baja de mi vientre aumenta, mis gemidos se incrementan de igual forma y mis uñas en su carne están a punto de hacerlo sangrar. Poco a poco siento que las paredes de mi v****a se contraen, que estoy a punto de correrme… y lo hago.
Damián sigue moviéndose dentro de mí, hasta que siento un liquido caliente dentro de mi v****a.
Él pega su frente con la mía mientras ambos intentamos volver a respirar normalmente. Sale de mí y se tiende justo a mi lado, tomando mi mano entre la suya.
—Eres lo mejor que me ha pasado, Jessica —me dice luego de un par de segundos en silencio. Quisiera decirle lo mismo, pero opto por acurrucarme a su lado.
Despierto por el sonido lejano de algunas cosas moviéndose. A mi lado no está Damián, así que supongo está fuera de la habitación o salió, para algún lado. Noto que es de día y que el servicio podría llegar en cualquier momento, así que me levanto, arreglo la cama y me meto a la ducha. Me lavo el cabello y el cuerpo muy bien. Lo emperfumo y me coloco la misma sudadera que traía, también me calzo mis tenis y salgo de la habitación. Estoy a punto de abrir mi boca para llamar a Damián cuando la veo. Lleva su uniforme limpio e impecable, lleva guantes de baño en sus manos y observa mi bolso. Me quedo estática frente a la puerta, pero ella siente mi presencia, levanta su cabeza y me ve.
—¿Tú quién eres? —me quedo quieta sin decir palabra alguna.
—Eso es mío… —susurro.
—Claro que es tuyo. ¿Cómo entraste aquí? Esto es propiedad privada —dice notando mi cabello húmedo y mi olor a shampoo.
—Yo…
—Llamaré a la policía —dice metiendo su mano en el bolsillo delantero de su uniforme.
—No es necesario que hagas eso —ambas nos sorprendemos ante la dura y fuerte voz de Damián.
Apareció por la puerta que conecta al garaje, trae otra ropa y una bolsa en su mano.
—Señor Miller, no sabía que vendría. Su… padre no me dijo nada. Nadie, me dijo nada, no vi su…
—Salí temprano en la mañana —la interrumpe. Ella asiente con respeto, puede que miedo.
Me acerco a Damián de inmediato, como una niña pequeña ante la atenta mirada de la mujer.
—Quiero que tomes tus cosas y te vayas. No quiero que vuelvas —le dice.
—Señor, pero… ¿hice algo malo? Le aseguro que no sabía que la chica venía con usted. Señorita, le pido disculpas si…
—Ése es el asunto, viste a la chica.
En cuanto él dice eso, la mujer se pone pálida como un fantasma, y juro por Dios que comienza a temblar.
Damián me tiende la bolsa y yo la tomo. Saca su cartera y de ella, extrae muchos billetes. Muchos dólares.
—Toma esto y vete. No viste nada, no hiciste nada, no hablaste con nadie.
—Yo…
—¿Estás segura de que no quieres el dinero? ¿quieres otra cosa? ¿algo más… letal? —lo observo en cuanto dice eso. Intento que no escuchen mi corazón acelerado y mi respiración intensa.
La mujer se acerca, toma el manojo de billetes y se va corriendo, literalmente corriendo.
—¿A qué te referías con letal? ¿la matarías por haberme visto? —él me arrebata la bolsa y saca de ella una pequeña caja y me la tiende.
—Es la pastilla de seguridad. No utilizamos condón anoche y puedes quedar embarazada, sé que no quieres tener bebés por ahora, lo dijiste. Léela bien y tómala, puede tener efectos secundarios —yo la recibo.
—No me respondiste lo que pregunté.
—Jessica, ¿estás segura de que quieres saber la respuesta?
—De hecho, lo que dije fue que no quería tener bebés nunca —contesto, cambiando de tema.
—Eso, fue eso.
—¿No se la venden solo a mujeres?
—Tengo mis trucos —dice en medio de una sonrisa.
—¿Cómo el de los billetes o el de la amenaza?
—Jessica…
—Sí, yo lo sabía, no tienes que decírmelo.
Camino hacia la cocina, con la caja en mi mano, aun así, él sigue hablando hasta que llego a la isla y me apoyo en ella dándole la espalda.
—No quería que vieras eso. Por eso quería evitarlo.
—Tampoco es que la hayas matado —contesto sin verlo.
—Pero no te gustó, y no es lo peor que vas a ver a partir de ahora. Lo hablamos…
Decido no contestar porque este es de esos temas que nunca finalizas, que hablas y hablas, pero nunca cierras. Siempre será una discusión abierta y justo ahora, no quiero retomarla.