Me había despertado con una taquicardia nerviosa y una sensación de paranoia simultáneamente. Hoy sería el día en que Ángela y Saachi saldrían de la casa para ir a ver los vestidos de novia. Según las tareas pendientes de ese día, se incluía empacar y colocar las mercancías en la camioneta que Roger utilizaría para realizar las entregas, lo cual me dejaría sola en la casa, sin vigilancia y con toda la posibilidad de escaparme y tener tiempo suficiente para perderme y no ser encontrada.
Esta situación me provocaba una hiperventilación excesiva, con el corazón acelerado y los nervios a flor de piel, a la espera de tomar un puñado de dinero y salir corriendo.
—Presta atención a lo que estás haciendo —la voz de Ángela me sacó de mis pensamientos, dándome cuenta de que me había quedado estática mientras el pan plano que estaba tostando se había quemado.
—Lo siento, lo siento, estoy muy hambrienta y eso me tiene sonámbula —mentí descaradamente para no levantar sospechas.
—Si tienes tanta hambre, puedes comerte ese pan que acabas de quemar y presta atención a lo que estás haciendo. Hoy es un día muy ajetreado. Tú tienes que limpiar la casa, empacar todo lo que Roger necesita y colocarlo organizadamente en la camioneta. Con la lentitud que traes, retrasarás todo. Muévete, no tenemos todo el tiempo hoy.
Más que nadie, deseaba que se marcharan para poder irme de aquel lugar. Sentía una felicidad inmensa, una felicidad que no cabía en mi pecho; podía saborear mi libertad y eso, por sí solo, mejoraba mi estado de ánimo.
—Ya terminé de ponerle la lona a la camioneta —le informé a Ángela, quien se encontraba vestida elegantemente, con un maquillaje bastante pesado para su edad.
—Bien, quiero encontrar la cena hecha cuando regrese. Además, saca mi ropa sucia para que la laves y la dobles cuando se seque. Quiero encontrar todo organizado.
Era evidente que Ángela buscaba la mínima tarea para mantenerme ocupada el mayor tiempo posible hasta su regreso.
—Ya estoy aquí, lista para irnos —dijo Saachi, apareciendo por la puerta con una sonrisa alegre, luciendo un vestido crema y su cabello en una coleta.
—Bueno, ve y pon la ropa en la lavadora antes de irnos —demandó con voz autoritaria, y yo inmediatamente me dirigí hacia el área de lavado.
—¿Y dónde está Roger? —escuché a Saachi preguntar, ansiosa, buscándolo con la mirada, pues sabía que ella esperaba que Roger saliera de la casa y no se quedara solo conmigo.
—Él está en su habitación cambiándose; nosotras podemos irnos y él saldrá a realizar sus entregas.
—Oh no, no, no, de aquí nos vamos todos juntos. No me voy a ir y dejarlo aquí solo, es imposible. Cuando él se vaya, nosotras nos iremos, así todo estará más seguro.
No pude evitar experimentar una sonrisa burlona en mi interior ante las palabras tan lamentables de Saachi. Lo que menos me interesaba era su permanencia, ya que mis planes se verían comprometidos; sin duda, era yo quien más deseaba que no hubiera nadie en la casa.
A pesar de que me encontraba en el área de lavado, mi sentido auditivo permanecía alerta, esperando escuchar el sonido de los automóviles en marcha. Había tardado más de lo esperado, pero finalmente escuché las llantas alejarse, lo que provocó que mi cuerpo se activara y la adrenalina comenzara a recorrerme.
Lo primero que hice fue encender la lavadora para que comenzara a funcionar, y corrí hacia mi habitación en busca de la bolsa plástica que contenía mi pasaporte y una muda de ropa que había preparado con antelación.
Corrí nuevamente hacia la habitación de Angela y, por un momento, sentí que el alma se me escapaba al pensar que ella había asegurado su puerta. Sin embargo, para mi fortuna, no había sido así. Cerrando la puerta tras de mí, me dispuse a mover el cuadro, encontrándome con todo el dinero.
Abrí la funda rápidamente, dejando caer la mitad del dinero que se encontraba en el orificio, pero algo en mi interior se oscureció. El odio y el rencor emergieron en ese instante, y terminé de colocar todo el dinero, dejando aquel hueco vacío. Repetía una y otra vez que aquel dinero me pertenecía y me correspondía por todo el trabajo que había realizado durante los dos años que había vivido bajo aquel techo, donde me habían tratado como a una esclava, privándome de mi libertad, humillándome y maltratándome a su antojo.
Sonreí con tal intensidad que las lágrimas comenzaron a brotar, al sentir cómo todo mi dolor emergía de una manera que nunca antes había experimentado. Permití que fluyera, sintiéndome más liviana, y me dispuse a colocar el cuadro en su lugar, dejándolo tal como lo había encontrado.
Justo cuando estaba a punto de salir de la habitación, escuché las llantas de un automóvil estacionarse frente a la casa y luego los pasos apresurados de alguien entrando. Instantáneamente, miré mis manos situadas en el pomo de la puerta y me aseguré de asegurarla, afianzando mi otra mano a la bolsa llena de dinero junto a mis documentos.