Despertar

1106 Words
Roger no estaba en mi campo de visión, pero justo enfrente había una casa pequeña de color naranja. Mi corazón latía a mil por hora, como un tambor descontrolado que podía delatarme, y cada movimiento que hacía era una tortura. Tenía que moverme rápido, pero el pánico de hacer ruido me tenía en jaque. El sol me daba de lleno, y ya sabía que iba a ser una tarde calurosa. Había casas de todos los tamaños, algunas personas caminando por la calle, otras dándome la espalda sin darse cuenta de que estaba ahí. Autos pasaban a mi lado, niños corrían, y todos ellos me parecían siluetas amenazantes. Definitivamente no estamos cerca de la granja— pensé mientras miraba a mi alrededor, paranoica. La brisa me erizaba los brazos y el sudor frío me perlaba la frente. Mis ojos, llenos de terror, escaneaban cada casa mientras caminaba como un fantasma, temiendo encontrarme con Roger. Tenía miedo de que las voces de la gente me delataran. Sentía una presión en el pecho, como si alguien invisible me estuviera apretando, dificultando mi respiración. Mi paranoia distorsionaba la realidad. Cada paso de las personas a mi alrededor me hacía temblar, y el sonido de los autos a lo lejos me helaba la sangre, pensando que podría ser él. Sentía que ojos invisibles me seguían a donde fuera, pasos silenciosos acechando sin importar cuántas calles había recorrido. La idea de ser encontrada era como una garra fría en mi garganta, dejándome sin aliento. No me atrevía a mirar atrás, por miedo a confirmar lo que mi mente ya me decía. Solo seguía avanzando, con los músculos tensos, cada fibra de mi ser gritando que corriera, que desapareciera. Quería ser invisible, pero sabía que un descuido podría arruinarlo todo. Aunque mi libertad parecía un espejismo, la brisa, el calor del sol y la promesa que me hice me daban la fuerza para seguir, tomando calles diferentes y doblando esquinas mientras sostenía mis bolsas con fuerza. Pero seguía aterrada, con una sed inmensa y la necesidad de descansar que no me dejaba pensar con claridad. No sabía cuánto tiempo había caminado ni cuán lejos estaba, pero mi cuerpo estaba cansado y mi estómago rugía de hambre. Evitaba cada negocio de comida por miedo a que Roger apareciera, pero no muy lejos vi una parada de taxis y sentí que mi cuerpo se relajaba, sonriendo al sentir mi libertad más cerca. Pero de repente, escuché la bocina de un auto detrás de mí y, temiendo lo peor, corrí… corrí como si el tiempo se me acabara, aterrorizada, pensando que Roger me había encontrado y que todo había sido en vano. Desperté con un grito ahogado, mi propio sonido cortado por la realidad. La oscuridad de mi sueño se disipó, reemplazada por la luz del amanecer que entraba por las ventanillas empañadas del autobús. Mi corazón latía con fuerza y mi respiración era rápida. Las imágenes de la pesadilla aún estaban en mi mente: la persecución, las sombras amenazantes, el pánico abrumador, pero no era solo un sueño, era la realidad que había vivido. Por un segundo, la realidad se mezcló con el horror de mi sueño. ¿Estaba a salvo? Mis ojos escanearon frenéticamente el interior del autobús. Las cabezas inclinadas de otros pasajeros, el murmullo de sus respiraciones, el traqueteo del motor, todo empezó a filtrarse en mi conciencia. No eran las caras monstruosas de mi sueño, sino rostros desconocidos, somnolientos, ajenos a la tormenta que acababa de vivir. Sentí el sudor frío en mi frente y los músculos tensos por la adrenalina, pero también el calor de la manta que me cubría y el olor a café que invadía mi nariz. De repente, un chico joven, de unos dieciocho años, con piel bronceada y ojos marrones, me habló. — Lo siento, lo siento, no fue mi intención tirarte el café, es que de repente tus manos y… lo siento mucho -dijo, con una chispa de picardía y vergüenza en su mirada. Su cabello n***o y ligeramente ondulado estaba un poco revuelto, dándole un aire relajado. Sonreía nerviosamente, mostrando una hilera de dientes blancos mientras sostenía un vaso de café. Su camisa de lino de colores vivos tenía algunas manchas de café, al igual que sus pantalones cortos. Al darme cuenta de lo que decía, finalmente todo tuvo sentido cuando sentí que la manta me quemaba. —Eres un idiota, ¡me has quemado! —dije, quitándome la manta de un tirón y tratando de limpiar el café de mis piernas. —Fue tu culpa, tú fuiste la que estiró la mano y me hizo salpicar todo el café, pero lo siento, ¿vale? Sé que está muy caliente y pude haberte quemado. ¿Estás bien? —intentó limpiarme, pero yo lo empujé, molesta por estar sucia y oliendo a café. —No me importan tus excusas patéticas, ¡largo! —rodé los ojos, fastidiada por su voz melodiosa que seguía disculpándose. Me sentía frustrada solo con su presencia. —Qué grosera eres, intenté disculparme y mira cómo has reaccionado. No descargues tu enojo en alguien que no te ha hecho nada, al menos no con quienes no merecen ser tratados así, porque lo único que he hecho es intentar ayudarte. 》Esto no es más que una tontería, un pequeño despiste, algo que a cualquier otra persona le habría pasado y mira el drama que has hecho. Una oleada de ira me subió por la garganta. No era solo por lo que había pasado, era todo lo que sentía y su presencia me estresaba sin razón. Apreté la manta con fuerza hasta que mis nudillos se pusieron blancos. Sentía la sangre hirviendo en mis venas, una rabia desproporcionada para la situación. Lo miré directamente a la cara, furiosa, mientras mis ojos ardían de rabia. —No necesito tu ayuda, no te la he pedido y no te necesito, ¡ahora largo de mi vista! Mi voz sonó más aguda de lo que quería, llena de frustración. El desconocido solo me miró con el ceño fruncido antes de marcharse. El incidente duró solo unos segundos, pero la sensación de enojo persistió, un nudo en mi estómago. Me sentía ofendida, como si ese pequeño gesto hubiera sido un ataque personal. Mis manos aún temblaban un poco mientras cerraba los ojos, concentrándome en la oscuridad, repitiendo sus palabras y su rostro en mi mente. Era irracional, lo sabía, pero en ese momento, el pequeño percance había desatado una tormenta de furia que me envolvió por completo. No se esperaban este giro, ¿verdad? Espero que lo disfruten tanto como yo lo disfruté mientras lo escribía.
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