Capítulo tres
Llego a la casa teniendo un montón d e bolsas en la mano después de la pequeña compra que se junto en el día de té.
Observo las bolsas en mis manos y la enorme casa mansión que el señor Dhall nos compró a todos sus trabajadores más fieles para que vivamos en ella, y aunque con el salario que tengo y la cuenta de banco que tengo me da para comprar una, prefiero seguir viviendo en el cuento de hadas de estar en un perfecto residencial, además de que aquí yacen más de quince personas viviendo y con eso es más que suficiente compañía y, de la cual, me he acostumbrado.
Aunque eso no es lo que me tiene pensando, lo que me tiene pensando es qué será lo que mi madre dirá al verme entrar con todo lo que llevo, porque a ella le disgusta que supuestamente gaste dinero en cosas innecesarias que ya tengo.
Sacudo la cabeza de un lado a otro sabiendo que en algún momento tendré que entrar y me encamino hasta la puerta que ni si quiera tengo que tocar, ya que las mucamas de la casa principal me abren, como de costumbre cuando hago compras, solo para ver que es lo que traje y quitarme lo que no me queda, según ellas, bien.
—¡Sofía! —chillan y niego abiertamente mientras que al fondo puedo notar a mi madre con los brazos cruzandos sabiendo que nuevamente me va a dar el repertorio de que no tengo que estar comprando cosas que no ocuparé.
Ay diosa, transformala y hazle ver que no todo es ahorrar en esta vida.
—Sofía, sabes de lo que tú y yo hablamos tanto como para que sigas de terca en las mismas cosas con las hijas más chicas de nuestros patrones Dhall, —viene hacia mí y suspiro sin que ella lo note —los Dhall son nuestros señores a los cuales debemos atender, no para que andemos saliendo y haciendo amistades con ellos y demás, por otra parte, me enteré de lo que hablaste con el señor Wade y te debo decir que está bien que recalques que no te gusta el comportamiento que tiene uno de sus bisnietos, pero no puedes ir diciendo que si él está —hace comillas con sus dedos refiriéndose a él odioso por el cual he tenido una tarde de té tan larga —no vas a trabajar ni nada más de eso, porque a final de cuentas nosotros llevamos en la sangre y en nuestra trayectoria el tener que atenderlos y estoy segura que si después de años tienes una hija o hijo también les va a tocar atender a esas próximas generaciones y todo debe seguir esa línea. —me recalca y levanta las cejas mientras hace un ademán con sus manos —pero está bien, siento que ya eres lo suficientemente grande y madura como para saber que es lo que quieres o no... Yo solo no quiero que te sientas mal por alguna mala decisión, porque a final de cuenta sé lo que eres, y sé que puedes terminar muerta en lágrimas si te llegan a rechazar todos ellos.
Y no me cabe duda madre.