- Señorita, ¿Está usted bien? - la voz afable de un hombre mayor que se arrodillaba a mi lado me atrajo a la realidad.
- ¿Acaso no ve que el semáforo estaba en rojo para peatones? - otra voz masculina, grave, enfadada y extrañamente conocida se acercó por detrás del hombre mayor.
El sol del atardecer me impidió verle el rostro y tuve que levantar una de mis manos para cubrir mi frente, hacer algo de sombra y poder verlo directamente, y entonces, dejé de respirar o tal vez olvidé como hacerlo, me encontraba en un estado de aturdimiento total. Allí estaba él, con un traje gris oscuro de diseñador a medida, tan impecable como él podía lucir. Su camisa blanca e impoluta, corbata con un diseño también de color oscuro y sus ojos verdes centellantes de furia. No, no podía ser real, debía ser una ilusión maliciosa producto de mi imaginación, me lo repetí una y otra vez, pero la realidad era la que estaba frente a mis ojos.
- Estoy absolutamente bien- dije aclarándome la garganta luego de unos breves instantes de ensimismamiento. Pose mi vista en el hombre mayor, que debía de ser el chofer de Xander- no me ha impactado, solo me he caído por el susto.
- La llevaremos a un hospital- dijo Xander, con ese tono autoritario tan característico de él, que me resulto completamente molesto.
- No es necesario- repliqué intentando mostrarme amable mientras me levantaba del suelo-he dicho que estoy bien. Lamento haberles causado molestias. Miré mi stilleto n***o que se me había salido del pie, cuyo tacón se partió y maldije internamente. Las cosas no parecían mejorar ese día, al contrario, parecían empeorar con el correr de los minutos. Ya estaba haciendo el ridículo por mi descuido, el cual me pudo haber costado la vida, y ahora tenía un zapato roto.
Me descalcé completamente y puse ambos zapatos en el bolso ante la mirada de ambos hombres.
- ¿A dónde cree que va así descalza? - pregunto, aun mas enfadado, Xander.
- Pues a mi casa, vivo cerca de aquí. - repliqué intentando mirar a cualquier lado menos a él.
- Puede lastimarse los pies señorita- secundo el hombre mayor, a quien le parecía absolutamente una locura al parecer que caminase descalza un par de calles.
- Buenas tardes caballeros- respondí rápidamente al ver que el semáforo se encontraba ya habilitado para peatones, y corrí viendo el piso para evitar lastimarme y fundamentalmente para huir, una vez más, de él.
Pude escuchar que vocifero algo, pero no me di vuelta. Estaba pasando la humillación más grande, o la segunda más grande, de mi vida. No solo hice el ridículo frente a Xander, sino ante muchísimos peatones y automovilistas que pasaban por allí. Pero, ¿Acaso debía importarme? ¿Qué era lo que más me molestaba? ¿Haber pasado el ridículo o que él ni siquiera se haya percatado de quién era yo? El calor de mis mejillas y mi agitada respiración me indicaban que estaba afectada por lo sucedido, pero lo aparte de mi mente rápidamente al percatarme de ello.
Me di cuenta que estaba corriendo solo cuando me detuve estando frente al edificio donde vivía. Mi corazón palpitaba como queriendo saltar de mi pecho, los pies me dolían terriblemente, mi cuerpo estaba sudado y mi mente hecha un desorden de ideas. Y solo por haberlo visto ¿cuánto? ¿dos minutos?
Ya en el ascensor, y con la respiración más calma, pude pensar con mayor claridad. Debía de agradecerle a la providencia que él no se hubiese percatado de quién era yo. O quizás sí lo hizo, pero simplemente lo dejo pasar, y eso por una extraña razón, me molestaba profundamente. Ya lo había superado hace tiempo atrás, me repetía una y otra vez en mi fuero interno queriendo convencerme de que así era.
La puerta del apartamento más cercano al elevador se abrió antes de que saliese del mismo y la sonrisa flameante de Iris se transformó en sorpresa al ver el estado deplorable en el que me encontraba, descalza, con el cabello completamente despeinado y con una cara de perros.
- ¿Pero qué rayos…? - inquirió, pero la acalle levantando una mano.
- Nunca más en mi vida vuelvo a asistir a una reunión de solteros. Es deprimente y no necesito estar en una relación. Tengo solo veintiséis años y una vida profesional por cultivar. No necesito más complicaciones en mi vida ¿Entendido? - sabía que estaba liberando mi enojo hacia alguien que no lo merecía, pero no pude evitarlo.
- De acuerdo, pero vas a decirme ¿qué es lo que te ha ocurrido? Porque no creo que la reunión haya sido la causante de tu aspecto.
Luego de entrar a mi departamento junto a Iris, resumí lo más posible lo que ocurrió, omitiendo el hecho de que había visto a Xander y que él no parecía haberme reconocido, aunque mi amiga conocía parte de mi historia, no quería revivir ese pasado. Volví a pensar en Xander y el hecho de que no me reconociese, tal vez, tampoco era su culpa, ambos había cambiamos. Él estaba más formidable y su rostro había adquirido mayor madurez y por mi parte deje atrás el cabello rubio corto y ahora una cabellera larga y lacia, de color n***o azabache se extendía hasta mucho más allá de mis hombros. Física y mentalmente no era la misma persona que él conoció y así era mejor. De nada sirve evocar al pasado, si este solo puede ocasionarnos amarguras.
Tendría que intentar olvidarlo o, al menos, no pensarlo. Ya lo hice una vez antes, y aunque fue difícil y me llevó mucho tiempo, pude hacerlo. Tenía muchas cosas más importantes en que pensar, como en el hecho de que en la empresa donde trabajaba estaban efectuándose profundos cambios y que eso puede llevar a despidos y yo no estaba en condiciones de perder mi trabajo en ese momento.
Iris por su parte intento distraerme lo más posible comentándome que estaba organizando una fiesta a la cual estaba invitada en un restaurante en el centro de la ciudad dentro de dos fines de semana, ya que la habían promovido a gerente en la compañía en la cual trabajaba. Gracias a ella más tarde me fui a la cama con la confianza de que no volvería a pensar en él, pero a mitad de la noche, la imagen de unos ojos verdes centellantes hizo que me despertara con el corazón y la mente nuevamente agitados.
El ánimo en las oficinas del cuarto piso de Harris John estaba caldeado. En el aire podía percibirse tristeza, miedo y por sobre todo una gran confusión. Pero, aun así, eso era absolutamente normal teniendo en cuenta lo que estaba sucediendo. La adquisición de la editorial, una de las más importante del país, por parte de un grupo extranjero solo podía significar una cosa: Cambios, y estos a nadie podrían gustarle. Pero no solo eso, nuestro jefe Mike, había decidido jubilarse justo en este preciso momento. Luego de años insinuando que iba a hacerlo, y que ninguno de nosotros le creyera, presentó los papeles correspondientes para su retiro, haciendo que su anuncio esta vez resultase ser verdad. Mike era un jefe exigente, pero el mejor que pudieras pedir. Era amable y comprensivo ante los problemas del personal y siempre podías hablar con él cuando lo precisabas, además que gracias a su amplia experiencia podías obtener muy buenos consejos en cuanto al trabajo.
En la oficina se vislumbraba una especie de pánico contenido por los rumores de cómo trabajaba el grupo inversor, los cuales poseían, según los periódicos y los comentarios on-line, una política muy estricta. Se despediría a toda aquella persona que mostrara un atisbo de incompetencia o irresponsabilidad, eran despiadados o así decían los rumores que corrían por los pasillos de todo el edificio.
Mi mente, sin querer, evoco aquella mañana cuando finalmente había recibido la no tan esperada llamada que anunciaba que había sido contratada. Mi madre, mi padrastro Norman, y mi abuela, estaban rebosantes de felicidad, llenos de orgullo. Todo fue repentino e irreal en ese entonces. Tuve que marcharme de Olympia, la ciudad que me acogió por los últimos dos años y donde vivía actualmente mi familia, decirle hasta luego a la enorme cantidad de amigos que hice en ese lapso de tiempo, abandonar mi trabajo, repetirle una y otra vez a mi abuela que estaría bien y hablar con mi padrastro para que le permitiese alquilar el departamento que poseía en la ciudad, el mismo que había utilizado mientras estudiaba en la universidad.
- Pero no quiero que me pagues- replico enfadado Norman Stone, el marido de mi madre y mi padre desde que tengo uso de razón.
- Quiero hacerlo- respondí con tranquilidad- Si no aceptas, tendré que buscar otro apartamento- sugerí maliciosamente.
- Está bien, pero pondré una tarifa extremadamente económica. Sabes que es mejor que guardes tu dinero, ni tu madre ni yo lo precisamos- contesto Norman dulcemente.
No me levanté de mi asiento, conocía a todos los que estaban a mi alrededor en esa oficina y, a decir verdad y pese a mi escepticismo en un principio, me había acostumbrado a las personas con las cuales compartía mis días laborales, a las exigencias del trabajo y a mi pequeño cubículo. Pero ahora, con jefes desconocidos, al menos para la gran mayoría, los cambios comenzaban a notarse. Gente nueva aparecía por doquier revisando nuestras computadoras y documentos, enseñándonos las nuevas disposiciones y ordenes o entrevistando al personal existente.