El sol se filtraba entre las cortinas de lino blanco en la mansión Álvarez, dejando líneas de luz cálida sobre los pisos de mármol. Era sábado por la mañana. Varios días habían pasado desde que Rodrigo había asumido formalmente la presidencia del conglomerado Álvarez & Co. Su figura ya no era vista como un improvisado, sino como un líder firme, discreto y eficiente. En las oficinas todos murmuraban con respeto sobre su temple, sobre cómo llegaba siempre puntual, con traje impecable y mirada decidida. Pero dentro de la casa, Rodrigo era otra cosa: padre, hermano, hijo, hombre.
Valentina, por su parte, también había comenzado a rehacer su mundo. Caminaba con paso firme, aunque todavía usaba zapatos bajos. Ya no necesitaba ayuda para moverse y había retomado la costumbre de defender su espac
