Angie volvió a la habitación, pero al pasar Amalia la notó pensativa, casi como si espíritu anduviera ausente de su propio cuerpo. Mantenía la mirada inclinada, mientras seguía ensimismada en sus propios pensamientos. —¿Angie, está bien? Se volvió a Amalia disipando esa honda introspección. —Sí, es que creo que es el hambre. Amalia se acercó acariciando sus cabellos. —Esa mujer ha venido a preguntar si usted ya había despertado. —¿Te refieres a Ignacia? —Sí, le dije que usted todavía dormía. Preguntó que si queríamos comer con el señor Farid. —Lo vi, por eso me tardé. —Fue inevitable para Angie sonreír. —¿Y le contó un chiste? —Preguntó Amalia al ver que el gesto le cambió en seguida. —No, no. Es que… Olvídalo. Nos espera en la cocina. Angie notó que Amalia estrechaba la

