Angie no supo nada de Ray durante todo el día que estuvo con Ignacia. Ya en horas de la tarde; casi al atardecer se paseó una vez más por el jardín. Sostenía el teléfono y revisó aquellas capturas de mensajes que guardaba de esas veces que se enteró que Ray sostenía amoríos con otras chicas. No lo perdonó una vez sino varias, pero siempre existía esa vulnerabilidad en su corazón al pensar que lejos él tenía la opción de estar con alguien más.
Miró las conversaciones que consiguió obtener. En todas, él se mostraba igual de romántico que con ella, prometiendo cosas lindas y en otras compartiendo fotos de los lugares donde solían ir a comer o pasear.
«¿Por qué acepté casarme? Vivo dudando todo el tiempo. ¿Eso quiero el resto de mi vida? ¿Por qué no puedo renunciar a él?»
Había pasado ya todo el día y no tenía noticias suyas. En lugar de llamarlo y reclamarle, prefirió actuar con más tranquilidad. ¿Qué ganaría al hacerlo? ¿Discusiones y que las cosas entre ambos se complicaran más? ¿A qué volvería a su casa? Siempre estaba sola. Su madre casi nunca estaba y desde hacía un tiempo Ray se había convertido en todo su pasatiempo, lema de vida, fuerza y alegría. Quizá por eso no entendía otra forma de vivir, ni podía imaginar de otro modo de existir.
Fue adentro buscando a Ignacia, sin embargo, no la halló. Justo cuando fue al balcón de la alcoba donde se hospedaba, miró al señor Farid andar descalzo sobre la hierba. Usaba un pantalón de vestir y una camisa desbotonada con las manos en los bolsillos. Tenía el cabello un tanto crecido o lucía así al estar ondeado ante el viento. Él veía con arrobamiento hacia las flores. Ella lo contempló hasta que de pronto escuchó a alguien llamar a la puerta.
Se dispuso a atender sin dejar de sentir que el corazón le latía fuerte. Al abrir la puerta miró a Ignacia.
—Señorita, ¿a qué hora le gustaría cenar?
—Sinceramente raras veces ceno. No importa a qué hora.
Ella sonrió.
—¿Qué le parece a las siete y media? El señor Farid desea compartir la cena con usted.
Eso le arrebató un suspiro.
—¿Cenar conmigo?
Ella asintió.
—Por supuesto, gracias.
Ignacia dio media vuelta. Angie ya no pensó en nada ajeno a volver al balcón. Él había cortado una flor y la llevaba consigo, de pronto alzó la mirada y Angie se fijó conteniendo la respiración.
Luego a toda prisa ella volvió adentro sin dejar de sentir profunda atracción incontrolable por él. Un hombre serio, de quien no conocía más que su nombre y el parentesco con el apuesto chico que sería su esposo.
Suspiró varias veces con intención de bajar. Pero su teléfono sonó. Al ver en el indicador de llamadas miró el nombre de su amiga. Contestó de inmediato.
—Hola Angie. ¿Cómo vas en esa mansión?
—Hola, todo bien.
—Me alegra que ya te guste la vida de señora.
Angie sonrió.
—¿Y cómo es estar en el frío de esta época en Inglaterra?
—Encantador. Creo que me estoy acostumbrando, es un lugar hermoso.
—¡Qué bien! Odias el frío.
—Sí, pero lo vale. Es hermoso. Estoy en Stratford-upon-Avon, es casi mágico encontrar alojamiento en las mismas localidades donde anduvo Shakespeare.
—¡Ya lo creo! Me alegra mucho que tu nuevo empleo en el extranjero te de tantas dichas.
—Sí, amiga. Es increíble que aparte de ser una bailarina y estudiante ahora pueda estar aquí. Debiste venir.
—Gracias Karina. Creo que sí, pero con que tú te diviertas es lo mejor. Además, tienes talento para el Ballet en mi caso no me imagino en un teatro o algo así, lo tomé como entretenimiento, no podría vivir de ello.
—¡Te quiero Angie! También me habría encantado tener tu suerte y tener un esposo como Ray. Te llamo luego amiga, descansa.
—Gracias por preocuparte por mí. Cuídate.
La comunicación terminó y fue entonces que Angie salió de la habitación. Al ver a Ignacia en la cocina preparando la cena, no dudó en preguntarle por lo que tenía ya en mente.
—Ignacia, disculpe… Raymond me dijo que necesitaba conversar con Frank, pero que se quedó sin batería y no están en el mismo hotel. ¿Usted tiene su número para dárselo?
Ignacia se volvió a ella pensativa.
—Me gustaría poder ayudarla, pero no tengo el número del joven Frank. Pero si me lo permite iré a pedírselo al señor Farid seguramente él lo tiene.
Angie titubeó un poco pero luego asintió con una sonrisa tímida. Espero tan sólo un momento y la vio entrar de nuevo a la cocina.
—Es este… —Dijo pasándole un teléfono oscuro —El señor Farid dice que puede llamarle desde su teléfono.
Angie lo recibió muy apenada.
— ¡Gracias!
Lo tomó y fingió que había iniciado llamada saliendo, pero en realidad al estar lejos de la mira de ella tomó su blog de notas del teléfono y anotó el número para llamarlo luego. Al alzar la vista Farid la observaba fijamente.
—Prefiero tener el número de Frank en caso de que sea necesario.
Él asintió.
—Pudo comunicarse con él.
Angie lo negó luego asintió.
—En realidad me dio mucha pena hacerlo desde su teléfono. —Dijo ella pasándoselo. —Gracias.
Él se lo recibió guardándolo en uno de los bolsillos de sus pantalones.
—No hay problema. ¿Gusta a acompañarnos a la mesa?
Angie respiró hondo.
—Sí, por supuesto.
Angie caminó a su lado hasta llegar al comedor. Pronto Ignacia sirvió la cena, nadie mencionó palabra. Angie muy nerviosa comió en la mesa sentada frente a Farid. Él la observó cautelosamente todo el tiempo, aunque siendo disimulado.
En cuanto la comida terminó Ignacia fue por los platos, hasta entonces Angie se atrevió a verlo a los ojos.
—Le agradezco mucho la cena.
Él le mostró una sonrisa amable. Aún con todo ese nerviosismo, tuvo el valor para preguntarle algo. Al estar tan cerca de él no pudo más que suspirar inevitablemente.
—Discúlpeme, ¿puedo preguntarle algo?
—No se disculpe señorita. Puede preguntar lo que desee.
Ella tragó saliva desviando la mirada para poder hablarle.
—¿Raymond le ha hablado de mí?
Él mantuvo su atención en ella.
—Seré sincero con usted. Mi hijo y yo no tenemos una relación muy cercana. Hemos tenido un par de diferencias, así que no tengo en cuenta muchas cosas, a excepción de lo que me informa Frank. Así que espero no se sienta incómoda si yo desconocía quien podía ser usted. Me enteré hace unos días que él quiere casarse, pero no sabía que él la había traído aquí.
Angie lo miró con asombro.
—Ya veo…Comprendo. ¿Ray no sabe que usted está aquí?
Él lo negó con la cabeza, pero sin apartar sus ojos de los suyos.
—No. Creo que no.
Ella quería preguntarle el porqué. Pero se sintió algo incómoda. Él al notar su expresión lo comprendió.
—Hemos tenido muchas diferencias con respecto asuntos familiares. Y desde entonces él se alejó de mí. Por seguimiento a lo que nos dedicamos se le ha impuesto estudiar leyes y dedicarse al negocio familiar. Pero sé que él habría querido algo diferente. ¿Para cuándo será la boda?
—En dos meses. No tenía idea de… Eso.
—No se preocupe Angie. Para su comodidad y la de él, será mejor que me marche. He venido, lo hago siempre durante una temporada. No le mencione nada al respecto. Me iré al amanecer. —Él apartó la servilleta.
Angie se dio cuenta que estaba por irse del comedor para marcharse de la mansión, no lo volvería a ver. Eso le produjo una rara sensación, casi quiso tomarlo del brazo.
—¡No!
Él se volvió a ella de inmediato. Lo dijo Angie casi como un quejido, como un dolor expresado en palabras.
—Es decir, no es correcto. Esta es su casa. Raymond debió contarle o explicármelo. Acepté quedarme sin estar muy segura. Pero he amado a Raymond supongo que eso me convenció, aunque no supiera nada o muy poco. ¿Cuánto tiempo acostumbra quedarse, señor Desmond?
—A veces un mes, en otras ocasiones más de eso.
—Lo ve, no es necesario que se marche mañana. En realidad, extraño la casa de mi madre, y creo que me haría bien volver.
Él se mostró agradado.
—Por mi parte no tengo inconveniente alguno que siga quedándose aquí. Es agradable que haya un huésped. ¿Qué le parece si mañana conversamos?
Angie sonrió, aunque luego trató de reprimirlo.
—Sí, por supuesto. Gracias por la comida. Es mejor que vaya a dormirme. Hasta mañana, señor Desmond.
—Hasta mañana, Angie.
Se dio media vuelta, sintiendo que su corazón no paraba de saltar en su pecho. Fue a la habitación dejándose caer en la cama. No podía sacarse de la mente sus ojos y esa sonrisa. Tanto que había olvidado que Ray no se había comunicado con ella durante todo el día.
Tomó su teléfono y le marcó a Frank. Quería poner a prueba lo que sospechaba. Repicó un momento antes de que alguien con voz grave y profunda respondiera.
—Hola, buenas noches.
—Hola. ¿Hablo con Frank?
—Sí, con él. ¿Quién pregunta?
—Soy Angie, creo que nos vimos unas veces.
—¿Angie?
—Sí, Ray sale, es decir soy la novia de Ray.
—Ah… Hola, Angie. ¿Cómo estás?
—Bien. Frank, perdona la hora, pero quería saber si Ray te dijo que estoy en la mansión Beltrán.
—Sí, me lo dijo. ¿Ignacia ya está contigo?
—Sí, ayer vino. Frank, Raymond me dijo que tenía unos asuntos que resolver, me gustaría saber si está contigo ahora.
—No, justo ahora no. Pero viajó conmigo hace unos días. Estaba preocupado por ti y quería volver. Le dije que se cerciorara que estuvieras bien ya han pasado varios días. También quiere ayudarte con la boda.
Angie sintió su corazón enternecido, aunque también ciertas dudas surgir.
—Perdona haberte molestado. Gracias Frank.
—No te preocupes. Adiós.
—Adiós.