Simón y Emilia:
El sonido del despertador sacó a Simón de su maravilloso sueño, al abrir los ojos lo primero que percibió fue el incandescente sol que se filtraba por las ventanas entreabiertas.
Sus ojos amenazaban con cerrarse por el cansancio, pero él los obligó a mantenerse abiertos y lúcidos.
Un vistazo hacia el extremo opuesto de su cama le reveló la figura de Emilia dormida plácidamente, su ceño estaba relajado al igual que sus hombros. Durante unos momentos admiró su capacidad de descansar sin interrupciones, él había pasado la noche anterior pendiente de cada sonido extraño cerca de su habitación.
Ambos se habían quedado hablando en susurros hasta pasada la medianoche cuando el sueño la reclamó, por su parte él se mantuvo despierto mucho más mientras desdibujaba en su mente todo lo ocurrido el día anterior; solo logró dormirse cuando las estrellas comenzaron a desaparecer y el cielo se pintó de colores pasteles.
—Emi— susurró Simón inclinándose hacia ella mientras extendía una mano para sacudirla con suavidad— despierta, debemos ir a la escuela.
Los ojos de ella se abrieron despacio y con mucha pereza, tardó unos segundos en ubicar el sonido de su voz, aún así cuando lo hizo le regaló una sonrisa armoniosa.
—Buenos días Simi— murmuró ella en respuesta.
Desde la extensa conversación de la noche anterior, los dos formaron un vínculo tan profundo y fuerte que no parecía lógico o rea.
Pero por primera vez en muchos años habían logrado hablar y liberar toda esa oscuridad que atormentaban sus almas, incluso descubrieron que su encuentro con El Titiritero había quedado opacado frente a los horrores que les había tocó soportar cuando aún eran solo niños .
Aún así, como si fueran aves fénix, esa mañana los dos chicos se sentían nuevos y liberados al menos un poco de esa oscuridad. Sólo quedaba resolver el problema con el juego, pero para eso deberían esperar a ir a la escuela y encontrarse con sus otros amigos.
—¿Prefieres desayunar avena rancia que no sé cocinar muy bien, o un sándwich de camino? —susurró Simón mientras salía de la cama, tomaba algo de ropa y se dirigía hacia el baño.
—Me alaga tu propuesta de avena rancia y mal cocinada, pero creo que voy a optar por el sándwich —contestó Emilia sentándose en la cama y observando el cuarto iluminado por la luz del sol naciente.
—Sabia respuesta —contestó intentando contener la risa —. Me cambiaré en el baño, tú puedes hacerlo en el cuarto, cuando termines solo toca mi puerta y saldré.
Solo cuando Emilia asintió en respuesta, Simón se deslizó dentro del baño cerrando la puerta a su paso.
Estaba feliz, por primera vez en muchos años estaba verdaderamente feliz y el motivo era la presencia de un alma par en su vida.
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Felipe:
Cuando el sonido del despertador hizo eco en el cuarto, Felipe le gruñó en respuesta ubicado en el centro de la habitación rodeado por papeles, algunos escritos con tinta negra, otros simplemente arrugados o plagados de dibujos y garabatos.
Había pasado toda la noche recreando en tinta y lápiz todo lo ocurrido. Después de su último encuentro en el hospital, el escepticismo fue reemplazado por terror.
Era real, el maldito juego era real, pero lo que más le pesaba era ser el responsable de todo eso. Si tan solo no hubiera sacado esa maldita caja de su escondite eterno no estarían en esa situación.
No podía culparse, no en ese momento; necesitaba hablar con sus amigos y contarles sus descubrimientos antes de que El Titiritero decidiera atacar nuevamente.
Porque lo haría, de eso no quedaban dudas; él ya sabía el nombre del próximo solo le faltaba averiguar el momento preciso del ataque. Con algo de suerte, lograrían salvarse de mejor manera en su futuro encuentro.
Con pasos veloces se levantó y apagó la alarma, su cuerpo temblando como gelatina debido al exceso de cafeína y azúcar consumidos.
Sin perder mucho tiempo tomó la mochila y guardó todos los papeles que forraban el piso de la habitación, se la colocó en la espalda y sin cambiarse o pasar por el baño, se deslizó a la entrada principal preparado para enfrentar la salvaje realidad.
Sus ojos color aceituna se cerraron ante el fuerte contacto con la luz del sol; pestañeó un par de veces para alejar el dolor debido a la resequedad y salió al mundo exterior
Necesitaba llegar a la escuela cuanto antes, después de todo, él no sabía cuánto tiempo les quedaba.
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Simón:
Simón esperó unos minutos fuera de la escuela antes de entrar detrás de Emilia, ambos habían acordado mantener lo sucedido la noche anterior en secreto, después de todo si alguien descubría que ella había pasado la noche en su casa desencadenaría preguntas que no quería contestar.
Por lo que aguardó bajo el tenue sol cuyos rayos no lograban calentar su cuerpo tembloroso; pero todo sentimiento de frío quedó olvidado al tiempo que lo veía.
Caín.
El miedo lo puso en alerta, mientras sentía el sudor acoplarse en sus manos y espalda; en silencio le suplicó a cualquier deidad que lo volviera invisible, que no lo notara, porque en ese preciso instante se encontraba sentado en la zona de bicicletas frente a la escuela. Era un soldado en pleno campo abierto de territorio enemigo.
Ningún ser omnisciente vino en su rescate, al contrario, parecía haberse convertido en la diversión de aquellos seres, ya que no tardó mucho tiempo hasta que Caín lo notó.
Una sonrisa perversa se dibujó en su rostro marcado de cicatrices, luego lo siguió una ola de silbidos en su dirección. Era una advertencia, el aviso que solía darles a sus víctimas antes de comenzar a cazarlas.
Simón demoró dos respiraciones antes de decidir escapar hacia la calle, otras veces había optado por refugiarse en la escuela con la esperanza de que algún adulto viera la situación, pero jamás los habían encontrado en el acto. No era sorpresa, después de todo el edificio era grande y tanto Caín cómo sus secuaces conocían el lugar a la perfección.
Por lo que corrió hacia la calle, avanzando lo más rápido que podía haciendo uso de sus piernas largas.
—¡Antorcha!—escucho gritar a sus espaldas.
Pero él ignoró el llamado en forma de insulto y siguió corriendo por las calles vacías.
—Detente imbécil, sabes que será peor después—dijo otra voz, más aguda de lo esperado en un varón. Al parecer Alejo se unió a la cacería.
Mierda, tenía que encontrar una zona segura cuánto antes. El centro estaba lejos y la biblioteca aún no abriría sus puertas.
Las lágrimas en sus ojos comenzaron a salir antes de sentir el fuerte impacto en su espalda.
—¡Le di!—bramó entre risas la voz de Caín.
—¡Ey! no es justo, tienes mejor ángulo que yo—contesto enojado Alejo mientras Simón sentía como una piedra pasaba silbando a su lado.
¿En qué momento los chicos se detuvieron a juntar piedras? El no lo sabía.
Tampoco le importaba mucho el averiguarlo, él solo quería llegar sano y salvo a la escuela junto a sus amigos.
Pero una piedra mucho más grande que las anteriores le dió de lleno en la nuca, haciéndole perdés el sentido y la orientación durante unos segundos, perdió el equilibrio cayendo de cara en el suelo asfaltado.
—¡Te gané, yo le dí!—se vanaglorio Alejo
El instinto lo obligó a llevar una mano a su nuca, dónde encontró el cálido recibimiento de la sangre fluyendo de su herida, acompañado por un dolor casi ensordecedor.
Unos pasos acercándose fueron su única advertencia antes de que todo comenzara.
La patada que le atinaron en las costillas para darlo vuelto casi no la sintió.
De cara al cielo aún naciente pudo distinguir con dificultad dos figuras oscuras.
—Te lo advertí, te dije que si corrías iba a ser peor para tí—dijo la voz de Caín mientras estampaba un puño cerrado en su rostro.
El gusto a hierro colmó su boca, pero no sintió dolor. No cuando su cabeza comenzó a dar vueltas y las figuras a su alrededor comenzaron a distorsionarse.
—Eres una escoria, a los flacuchos colorados como tú habría que exterminarlos. Siempre tratando de llamar la atención siendo más alto o con ese pelo color rojo—continuó diciendo Caín, esta vez escupiendo su rostro al final de la oración.
—¿Por qué no le cortamos los pies? Así dejará de sobresalir—contestó Alejo sacando de su bolsillo una navaja, la cual apretó contra la mejilla de Simón regalandole un corte, el cual no sintió.
—No, no somos esa clase de idiotas que necesitan llamar siempre la atención. Vamos a darle a la antorcha lo que quiere—volvió a hablar Caín, con un tono de risa y burla en su voz.
La mente de Simón comenzó a ir y venir, solo permanecía su audición atada al mundo real. Pero no necesitaba estar en perfectas condiciones para notar lo que le estaban por hacer.
Escucho el "click" del pedernal antes de sentir el calor cerca de su rostro.
El pánico se apoderó de él, pero no sé podía mover ni reaccionar, su cuerpo no respondía pero su mente se encontraba ahora atada al plano real.
Lo iban a quemar, lo prenderían fuego y disfrutarían cada instante. Simón se arrepintió de no haber escogido entrar a la escuela.