Lo primero que hizo Felipe luego de entrar a su casa y arrojar la mochila hacia un costado de la puerta de entrada, fue asegurarse de que sus padres no se encontraban en esta.
Cómo de costumbre ellos no estaban y él tampoco sabía a ciencia cierta dónde podría encontrarlos, solo tenía el vago conocimiento de que se estarían encargando de algún asunto relacionado al trabajo.
Con esto en mente se apresuró a subir las escaleras que comunicaban con el ala de sus padres, ellos podrían demorar minutos, horas, días o semanas en volver como había sido el caso la última vez. Sin embargo, y a juzgar por la situación social que estaban atravesando, dudaba que se fueran a ir de la ciudad sin llevarlo con ellos, lo último que querían era levantar más miradas en su dirección.
Cuando llegó a la planta alta, caminó por el espacioso pasillo que comunicaba una pequeña biblioteca, con un baño común y el cuarto de sus padres.
La habitación era amplia, bien distribuida y luminosa, con su propio vestidos más un baño con hidromasajes. Un lugar demasiado costoso e innecesario si se tenía en cuenta que ellos rara vez pasaban más de una semana seguida en su casa.
Felipe suspiro decepcionado, no por la ausente presencia de sus padres, más bien por el hidromasaje prácticamente inutilizado que reposaba bajo ese techo. Había intentado convencer a sus padres de que le compraran uno para su propio baño, ellos claramente declinaron la idea.
Finalmente, había optado por subir y utilizar el de ellos en su ausencia, pero debido al "innecesario" desgaste de energía, gracias a las escaleras, lo había utilizado la mitad de las veces que hubiera deseado.
—Bueno cerebro, es momento de trabajar—susurró el chico colocándose frente a un enorme baúl dónde sabía, sus padres guardaban papeles y recuerdos.
Justo cuando se dispuso a revisar el primer manojo de papeles, el timbre de la puerta sonó.
—¡Está abierto!—gritó sin importarle demasiado.
Escuchó como la puerta del frente se abrió y volvió a cerrar en intervalos de segundos.
—¡Estoy arriba, en el ala de mis padres!—volvió a gritar sin levantar la mirada de los papeles
En respuesta, el sonido de un pesado caminar resonó por la escalera; unos instantes después la respiración entrecortada de una persona en la puerta le dijo que su amigo había llegado.
—¿Estás loco? No vuelvas a darle paso a cualquiera a tu casa—lo retó Víctor entrando a la habitación.
—A estas alturas creo que deje de considerarte cualquiera—contestó Felipe extendiendo un manojo de papeles hacia él.
Víctor aceptó el ofrecimiento y tomó asiento en el suelo a su lado.
—¿Y si eran ladrones?—preguntó Víctor.
—Todos conocen esta casa, nadie con medio cerebro se atrevería a robarle a mi padre o peor aún, a mi madre—contestó el muchacho descartando el montón de papeles y tomando otro.
—¿Y si eran asesinos?—volvió a intentar el aún agitado niño.
—Después del presunto rumor acerca de que soy un loco psicópata, sociópata, asesino en serie y violador de niñas, dudo que alguien se atreva a venir—contestó Felipe sin ápice de emociones en su voz.
Víctor guardó silencio durante largos minutos, incluso concluyó su pila de papeles y continuó con otra antes de volver a hablar.
—¿Tu la mataste?—susurró el niño, temeroso de la respuesta.
El chico de cabello castaño y ojos verdosos permaneció concentrado en los papeles, su rostro duro como el granito no dejaba ver cualquier emoción sentida.
—No.—contestó tajante y sin rodeos él.
—¿Por qué tu padre sobornó al comisario para que te liberaran entonces?—volvió a susurrar Victor.
Está vez Felipe giró su rostro hacia él, su rostro carente de emociones al igual que sus palabras lo asemejaban más a sus padres de lo que él se hubiera sentido orgulloso de admitir.
—Porque es más fácil comprar la libertad que ganarla—contestó.
Sus palabras tan huecas y vacías que, durante un instante, Víctor creyó que Felipe no era más que un envase vacío ocultó tras una máscara.
El chico podía estar libre, de forma corpórea, pero su alma estaba condenada a seguir los mandatos de su padre.
Ambos volvieron a guardar silencio, concentrándose en la investigación para evitar pensar en las palabras dichas por Felipe.
Los segundos se volvieron minutos, y estos transcurrieron de forma tan lenta que el reloj parecía haber dejado de avanzar.
—No sabía que tu padre era amigo de los míos, la mamá de Simón y la de Emilia también—dijo Víctor al cabo de media hora, atrayendo la atención de Felipe.
—Yo tampoco lo sabía—contestó este último mirando la fotografía.
Al parecer, Víctor no estaba confundido. Las personas de esa imagen sonreían felices y vibrantes de vida, no eran más que chicos de su edad; incluso el rostro de sus padres se veía inocente y jovial.
Reconoció a seis de los ocho integrantes de la fotografía.
«Mierda» pensó Felipe observando más detenidamente, eran ocho, los otros jugadores. Ya sabían la identidad de seis de ellos, estaban más cerca de descubrir todo.
Cuando se inclinó hacia adelante para intentar descubrir la identidad de aquellos dos extraños, algo llamó la atención.
Abrazando y besando la mejilla de María Torres, la madre de Simón, estaba Mario Galante, el mismísimo padre de Víctor.
La acción podría ser pasada por alto como una simple muestra de cariño entre amigos, pero el astuto y sagaz ojo de Felipe comenzó a notar el increíble parecido que tenía con Simón.
Si bien el cabello de María era de un tono rojizo, el de Simón parecía arder en llamas, al igual que el de Mario; sin mencionar que ambos eran altos y de contextura delgada, además en su juventud, el padre de Víctor parecía tener el rostro llenos de pecas, al igual que su amigo.
—¡Mierda!—exclamó Felipe al descubrir aquel secreto, y al instante se arrepintió.
Porque ahora, Víctor se giraba hacia él con ojos sombríos.
—¿Tú también te diste cuenta?—susurró su amigo, pero Felipe era incapaz de emitir sonido alguno—En total son ocho, ellos son los jugadores.
Al parecer, Víctor no había descubierto la escandalosa infidelidad de su padre, él podría haber suspirado de alivio si una idea no hubiera surcado su mente.
¿Y si en realidad Víctor lo sabía y era el Titiritero con el objetivo de deshacerse de su amigo? Después de todo, era sabido que Mario Galante, siempre había tenido mayor empatía por Simón que por su propio hijo.
Todos asumieron que era por la horrorosa situación familiar que vivía en su casa a diario, ¿Pero si en realidad era más que eso?.
De repente y sin darse cuenta, Victor se acababa de convertir en el posible Titiritero.