Los cinco chicos permanecieron estáticos en el centro de la habitación, la voz parecía haberse desvanecido, pero un sexto sentido los mantenía atentos y con la piel erizada.
—¿Dónde está el juego? —advirtió Víctor, con su voz apenas más audible que un susurro.
Todos voltearon en busca del tablero, pero este al igual que las piezas se había esfumado.
—Esto no es gracioso Felipe, deja el juego donde estaba y enciende las luces —le gruño Emilia al vez que exponía sus dientes, un que solía hacer cuando se enojaba.
—Lo juro, no hice nada —se defendió Felipe mientras intentaba mantener su voz firme.
La boca de Emilia se abrió, si alguien observaba con atención sus ojos casi lograrían percibir los engranajes girando y su cerebro trabajando, preparando un ataque de palabras que destrozarían a cualquier oponente. De su garganta no surgió sonido alguno, su boca se cerró con fuerza y sus ojos se enfocaron en dirección al pasillo que daba a la cocina de la casa.
Simón no le habría prestado atención en una situación ordinaria, pero algo en su rostro envió una corriente de frío por su columna generandole un espasmo. Con cautela y escepticismo se dió la vuelta, solo para contemplar con pavor la puerta de la cocina abierta, antes sumergida entre las sombras, ahora se iluminaba gracias a la luz encendida.
—Chicos, la luz de la cocina —advirtió este, mientras sentía que las palabras salían más rasposas de lo normal.
Se giraron a la vez, sus rostros se fueron transformando en calaveras fantasmales drenadas de todo color.
Todos recordaban con claridad cuando Felipe cerró las puertas de las habitaciones contiguas a la que utilizaban, por consiguiente, las luces de estas deberían estar apagadas. Meliza Sáenz y Omar Barrenechea, los padres de Felipe, no se encontraban en la ciudad y él no tenía ningún hermano o hermana a quién culpar de aquel acto.
—No es gracioso Felipe —se atrevió a susurrar Mariano
—Se los juro por mi herencia, yo no hice nada —se defendió este mientras sus ojos parecían llenarse de lágrimas.
Todos le creyeron, muy pocas cosas él amaba más que su dinero y posición social.
Pero entonces la misma voz de antes volvió a escucharse, está vez más cerca de ellos, sonaba como si los estuviera acechando un depredador rastreando su presa.
«Corre y corre, el Titiritero está cerca»
Los ojos de Felipe comenzaron a drenar lágrimas, intentó hablar pero su voz fue demasiada débil para ser entendible.
—¿Quién está ahí? ¡Sal de esta casa o llamamos a la policía! —advirtió Mariano en tono amenazante.
Sin embargo la voz no volvió a escucharse, ningún sonido resonó en el perpetuo silencio, las sombras que se dibujaban levemente entre la penumbra pertenecían a los cinco chicos de esa habitación.
Fue entonces cuando el cerebro de Víctor le reveló una aterradora respuesta.
—¡¡CORRAN, A LA COCINA!! —gritó con desesperación y, sin esperar la respuesta de sus amigos, comenzó a correr.
Simón permaneció unos segundos en el lugar hasta que entendió lo que Víctor acababa de descubrir.
—Es el juego, todos a la luz —susurró mientras comenzaba su propia carrera por llegar a la cocina.
A tientas corrió por el pasillo que comunicaba las habitaciones que en un día normal le parecería corto y apropiado para el lugar, pero en aquel momento, el pasillo parecía un oscuro túnel sin final aparente.
El ruido de pasos apurados a sus espaldas le reveló que sus amigos lo seguían. Ese hecho lo liberó un poco de la tensión que se hundía en su pecho, aunque lo distrajo durante unos segundos de la realidad.
Sus pies se trabaron con algo a su paso, haciendo que perdiera el equilibrio y chocara su cadera contra un mueble que no logró distinguir. El dolor envío fuertes corrientes de electricidad a lo largo de sus huesos, sin embargo, no lo hizo caer ni detuvo su carrera, ya estaba demasiado familiarizado con aquella sensación y los golpes.
Unos pasos por delante de él, pudo ver cómo Victor corría sus últimos metros antes de llegar a la cocina. Agotado y fatigado por el esfuerzo, aprovechó el mismo impulso de la carrera estampando su robusto cuerpo sobre la pequeña isla de luz ubicada en el centro de la habitación.
Simón incrementó su paso y siguió el ejemplo de Víctor, pero en lugar de desplomarse, él permaneció sujeto al borde de la mesa. Cerró con fuerza sus ojos e intentó recobrar la respiración que amenazaba con ahogarlo.
Sintió un fuerte impacto contra su espalda seguido por un dolor cegador, por puro instinto se giró bruscamente preparado para pelear, pero al notar los almendrados ojos de Emilia devolviéndole la mirada rebosantes de miedo, debió obligar a callar aquel impulso.
Por un instante pensó en apartarla, aunque si algo los intentaba atacar, Emilia le serviría muy bien como escudo humano.
—Mariano —dijo Víctor con su voz entrecortada—, ¿dónde está?
El corazón de Simón comenzó de nuevo a latir con fuerza en su pecho, sus ojos color avellana viajaron a toda velocidad por la habitación buscando algún indicativo de su paradero, sin embargo no había ningún rastro de él.
—¡No por favor, no! —comenzó a gritar Simón mientras pasaba las manos de forma nerviosa por su cabello rojo —¡Mariano!
Fue entonces cuando unos pasos resonaron por el pasillo oscuro, los cuatro se prepararon para correr de nuevo si era necesario cuando el cabello dorado de su amigo comenzó a brillar gracias a la luz de la habitación.
Al notarlo, los músculos de Simón se relajaron y algo de la opresión en su pecho se suavizó.
«Listo o no, el juego se terminó»
La voz se escuchó en cada punto de la habitación. Un frío gélido se filtró desde el oscuro pasillo, del que Mariano no salía.
Fue instintivo, casi innato el impulso que se apoderó de cada extremidad de Simón.
Con fuerza apartó a Emilia de su camino, corrió hasta el marco de la puerta y sujetándose de este con una mano, extendió a la otra a su amigo que aún permanecía entre las sombras.
Mariano se aferró con fuerza a su mano de forma instintiva sin entender por completo lo que ocurría, con solidez clavó sus dedos en torno a su mano en el preciso momento que algo se sujetaba a su pierna.
La desesperación y el miedo se apoderaron del alma de Simón, al mismo tiempo que intentaba arrastrar a su amigo lejos de la oscuridad. Aún así,su fuerza era inferior a la de aquello que habitaba en las sombras y, con lentitud, comenzó a arrastrarlo a él también a su reino de pesadillas, fuera de la seguridad de la luz.