La mente de Simón se encontraba abrumada por una infinidad de pensamiento; sustraído de la realidad se limitaba a caminar por las calles del pueblo guiado por el simple movimiento de sus pies sin un rumbo definido.
El arrepentimiento y la culpa se apoderaba de su alma, como si dos lobos se pelearán en su pecho para devorar lo poco humano que aún conservaba.
«Una bestia, no mejor que su padre» pensaba mientras recreaba la escena en su mente una y otra vez.
Se excusó una y otra vez, en un intento desesperado por aliviar su conciencia; pero él sabía que no existía nada que justificara su comportamiento y por eso se odiaba a sí mismo.
Intentó evitar pensar en las palabras dichas por Emilia, aún no estaba listo para lidiar con eso en aquel instante y quizás jamás lo estaría. Pero su mente traicionera repetía una y otra vez sus palabras como si fuera un disco rayado.
Sin darse cuenta, el sentido de su andar lo llevó directo a la clínica donde Mariano y Felipe se encontraban. Con una lentitud consciente extendió su mano preparado para empujar la puerta, pero se detuvo a medio camino.
Durante unos de duda se dió cuenta lo estúpido que parecería. Mariano estaba con Felipe y él lo cuidaría, no lo necesitaban en absoluto; intentó buscar una excusa para estar a su lado, pero por primera vez en su vida no quiso disfrazar sus emociones.
Pero Simón era inteligente y sabía lo que pasaría si entraba al lugar con las cartas sobre la mesa; aún no estaba preparado para enfrentar el juicio de sus amigos, familia y la condena de un pueblo cuya consciencia colectiva seguía atada a siglos atrás.
Respirando profundo retiró la mano del aire, antes de comenzar con esa guerra que duraría toda su vida debía ganar otra más importante. Una lucha contra sí mismo que llevaba años peleando.
Regalando media sonrisa triste a nadie más que a sí mismo, se alejó del lugar, convenciendo a su corazón agitado que si algo ocurría Felipe les avisaría a todos.
Con la mente aún tormentosa caminó por las calles pacíficas del pueblo rumbo al único lugar en el que podía encontrar un refugio.
-------------
A Emilia, le costó largos minutos calmar su corazón agitado y cesar el mar de lágrimas que limpiaron sus ojos color caramelo.
Con la espalda apoyada contra un está de la sala de lectura silenciosa, logró recobrar la calma. Aún así, en su garganta, el nudo formado no parecía dispuesto a marcharse.
En su regazo, un libro reposaba con sus páginas abiertas mientras ella intentaba aferrarse con intensa desesperación a sus palabras, buscando una forma de ser transportada por su mágia a otro mundo, una nueva vida, una mejor.
Pero la mágia no ocurría y ella permaneció atada al mundo real. Aquel pensamiento rasgó el velo que había colocado sobre sus emociones en un intento por sofocarlas, rápidamente sus ojos se empañaron volviendo su visión nebulosa mientras las lágrimas se deslizaban por su rostro.
De lo único que estaba agradecida en aquel momento era de que la biblioteca estuviera vacía, lo último que quería era la mirada de un extraño depositada sobre ella repleta de lástima.
«Lastima» el pensamiento de aquella palabra la hizo ahogarse con sus propias lágrimas, siete letras que intentaban enmascarar tanta falta de empatía tras una falsa empatía. Cuántas veces se la habían dicho a ella, cada oración era diferente al igual que el contexto, pero sin embargo la esencia cruel y distante de la palabra permanecía inerte.
El sonido de unos pasos acercándose la trajo de regreso a la realidad, solo le dió tiempo de limpiar sus lágrimas antes de depositar la mirada en el libro.
Por el rabillo del ojo logró percibir una silueta alta y delgada que parecía tener la parte superior envuelta en llamas, eso atrajo su atención.
Simón se encontraba parado en la mitad del lugar sujetando un libro con fuerza mientras la observaba con ojos aterrados. Emilia lo escudriño buscando despertar alguna emoción en ella, pero solo sintió fatiga dónde el odio o incluso el miedo descansaban.
El se acercó a ella con pasos lentos y meditados, dándole tiempo de insultarlo, confrontarlo e incluso marcharse. Pero Emilia estaba cansada de lidiar con el mundo y solo quería dejarse ir de la realidad.
Antes de notarlo, ambos se encontraron sentados uno junto al otro con apenas medio metro de distancia entre ellos.
—Lo lamento Emilia, no debí reaccionar así y no tengo excusas para lo que hice — dijo Simón con apenas un hilo de vos, cada palabra raspando en su salida.
Ella giro levemente su rostro, durante unos instantes sus ojos casi dorados, con un aspecto más triste de lo usual y enrojecidos por tanto llorar, lo escuadriñaron midiendo sus palabras. Con la distancia entre ellos acortada, el pudo notar que su labio estaba roto, hinchado y con manchas de sangre, también descubrió que su delicado cuello blanquecino se encontraba segmentado por marcas rojizas similares a dedos apretados con fuerza.
Esto último arrojó al pecho de Simón una piedra que se hundió más y más, similar al hundimiento de un barco en altamar.
—No pasa nada, fue mi culpa por meter las narices dónde nadie me llama. Discúlpame a mi — contestó Emilia con un tono monótono y vacío, carente de expresión u sentimiento alguno.
Su respuesta despertó una alarma en la mente de él, solo le tomó unos segundos entender por completo la magnitud y dimensión de lo que ocurría. Comprender que el papel que jugaba Emilia, el lo jugaba desde hacía mucho tiempo atrás.
—¿Que te disculpe a ti? Por Dios Emilia fui un maldito imbécil troglodita. ¡Estuve a punto de ahorcarte! Y tú simplemente me dices que te disculpe a ti, estaba aterrado de verte y que me dieras una paliza frente a todos en la escuela — dijo Simón con tono demaciado exagerado.
Pero sus palabras cumplieron el objetivo que tenía planeado, la boca de Emilia se torció en una pequeña sonrisa de medialuna, y la piedra hundida en el pecho de Simón comenzó a flotar.
—¿Quien dijo que no te daré una paliza frente a todos? — contestó ella, su voz adquiriendo un matiz de perversa alegría y deleite ante la idea.
Al notarlo, el cuerpo tenso de él se relajó y por primera vez en mucho tiempo se permitió sonreír.
—Solo te pediré una cosa, no me pegues en la cara. De por sí es difícil ser gay en un pueblo de neandertales, mis prospectos son bajos, no quiero sumarle a eso mi hermoso rostro desfigurado — dijo él con humor en su voz, mientras salían las palabras se sentía más liviano y libre.
Emilia no dijo nada al respecto, se limitó a reír por lo bajo mientras la tristeza era alejada de sus ojos durante unos instantes.
—¿Qué te pasó en el labio? — susurró Simón en un tono apenas perceptible.
El rostro de ella se contorsionó y rápidamente se volvió más pálido de lo normal.
—Resbale en la entrada de mi casa — contestó ella de forma veloz.
Esa era una respuesta normal y típica que cualquier persona habría tomado como real, pero Simón conocía la verdad escondida en el eco de cada letra.
—Mi mamá también suele resbalar en la entrada de nuestra casa, yo también suelo hacerlo cuando mi papá bebe. Pero jamás me golpeé el rostro, siempre son las costillas o espalda — susurró en respuesta él, regalándole una medía sonrisa cargada de tristeza.
El rostro de Emilia se volvió tormentoso, no dijo nada al respecto y se limito a asentir en respuesta, en ese momento las palabras sobraban e incluso podrían traicionarla.
Durante unos minutos ambos se quedaron en silencio, fingiendo leer sus respectivos libros. Pero en realidad sus mentes viajaban por las palabras dichas y no dichas entre ellos, las pequeñas verdades reveladas que aliviaron el peso del alma de Simón, y la sensación de tener por fin a alguien en quien confiar.
Los minutos sucedieron a las horas y antes de darse cuenta una mujer de aspecto gruñón les informó que debían marcharse ya que era la hora de cerrar.
Con pasos lentos y tortuosos ambos chicos salieron al exterior, la tarde gris estaba muriendo y la noche comenzaba a pintar el cielo de estrellas, las nubes de tormenta parecían alejarse más a medida que la noche avanzaba.
Un pensamiento atravesó la mente de Emilia, ¿Dónde pasaría la noche?.
Quizás fué coincidencia, suerte o Simón podía leer mentes, porque un segundo después su voz grave surgió a su lado.
—¿Volverás a tu casa esta noche? Porque si no quieres puedes venir a la mía, no tengo hermanos por lo que tengo mi propia habitación con baño — ofreció él uniendo sus hombros en lo alto.
Emilia lo meditó durante unos segundos, la idea de volver a su casa revolvió su estómago, el tener que pasar una noche en la calle junto a vagabundos y prostitutas no le resultaba muy atractivo. Al menos si se iba con Simón tendría un lugar calentito para dormir y un baño en el cual asearse para ir a la escuela al otro día.
—Creo que aceptaré tu propuesta — dijo ella con una media sonrisa de regalo.
—Está bien, solo no se tiene que enterar mi papá, lo cual no es muy difícil. Pero puedes quedarte todo el tiempo que quieras, al menos con tu compañía la tristeza no se sentirá tan sola — contestó Simón con tono alegre mientras su mente comenzaba a dibujar ideas para meter a Emilia de contrabando.
Con pasos lentos, ambos chicos comenzaron su marcha hacia la casa de Simón. El ánimo de ambos, más feliz que unos minutos atrás.
Entre susurros y risas, Simón entendió porqué sus amigos llamaban a Emilia una guerrera, no podía estar más de acuerdo con ellos.
Sin darse cuenta, dos almas perdidas y desoladas se acababan de encontrar para dejar de estar tan tristes, solas…. Tan vacías de vida.